Del impasse a la inestabilidad

Del impasse a la inestabilidad

Termina el impasse y se abre un nuevo tiempo político, el más inestable que ha vivido nunca España. Nunca antes hemos tenido un gobierno sostenido solo por sus 137 diputados. Y pese a sus promesas de diálogo y acuerdo, hay razones para dudar de la capacidad de Mariano Rajoy para navegar en minoría.

AP

Casi un año de impasse político ha terminado, pero que no nos despiste la sensación de déjà vu al ver al próximo gobierno del Partido Popular en las escalinatas de La Moncloa, cinco años después: el nuevo tiempo político que nace es el más inestable que España ha conocido en décadas. Nunca antes hemos tenido un gobierno sostenido solo por sus 137 diputados. Y pese a sus promesas de diálogo y acuerdo, hay razones para dudar de la capacidad de Mariano Rajoy para navegar en minoría. En los minutos previos a ganar la votación de su investidura, no ha dejado de recordarle a PSOE y Ciudadanos que ni sueñen que el PP haga algo distinto a lo que ha hecho hasta ahora.

El precio que paga el PSOE por servir de muleta a Rajoy es inmenso. En carne viva, con rostros de funeral, lapidados con fruición por Esquerra Republicana y Bildu -menudos referentes morales-, 68 diputados se han abstenido y otros quince han roto la disciplina de grupo votando 'no'. Faltaba en su escaño Pedro Sánchez, quien por la mañana y entre lágrimas renunciaba a su acta de diputado en un gesto de coherencia que pretende convertir en pista de despegue para volver a Ferraz. Si lo consiguiera, y nada es descartable, supondría la fractura definitiva de una formación centenaria que ha perdido el rumbo: él lo llama refundación. El socialismo español vive un drama shakesperiano en el que las palabras traición, coherencia, principios, lealtad o disciplina se blanden como navajas.

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No hay nada innoble en abstenerse para facilitar el gobierno de un partido rival, cuando se han explorado las alternativas razonables. Como no hay nada innoble en permitir el voto en conciencia cuando un grupo político está profundamente dividido, tanto como sus militantes y sus votantes. Si los dos años de Sánchez como secretario general del PSOE han provocado una profunda herida dentro del socialismo, la gestión del postsanchismo amenaza con hacerla crónica. Cuánta torpeza están demostrando quienes le hicieron secretario general para luego descabalgarle: están a un paso de convertirán en mártir. El espectáculo produce tanta indignación como bochorno.

Los problemas internos del socialismo van para largo: mientras tanto, cancha libre para que los focos de la nueva vida parlamentaria se centren en Rajoy y en Pablo Iglesias, convertido en el líder de facto de la oposición. El papel de Podemos en el hemiciclo es de dulce: gana tiempo para familiarizarse con las instituciones sin tener que perder la pureza. Iglesias puede confirmarse como un gran parlamentario en cuanto controle su divismo y su tendencia al melodrama, y resuelva el dilema de cómo estar votando en el congreso y protestando en la calle a la vez. Hoy ha sentenciado que el nuevo gobierno será el epílogo de la vieja política: su visión choca con la formidable cohesión interna que el PP ha demostrado en los últimos cinco años, en los que el liderazgo de Rajoy no ha sufrido ni un rasguño.

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Durante la votación de este sábado en la Cámara, se colaban los sonidos de las sirenas de la policía que aislaban a sus señorías de los manifestantes. Con los hombres de negro impacientes por entrar en acción, puede que pronto vuelvan los recortes, y las protestas en la calle. Veremos si el jueves, cuando Rajoy dé a conocer su nuevo gobierno, se hace realidad el talante conciliador al que dice haberse convertido.