La última bala de Puigdemont

La última bala de Puigdemont

Sin Europa, la república catalana se desmorona

REUTERS

Mientras el espejismo de la república catalana se desintegra, como lágrimas en la lluvia, el depuesto presidente Puigdemont comparece en Bruselas y pide ayuda. En inglés, francés, catalán y español. ¿Por qué?

Porque ahora ya está claro que la Unión Europea era la clave de bóveda de todo el procés independentista. Y como todo lo demás en la construcción del nuevo estado, donde vendían que había cimientos sólo había arenas movedizas.

Lo más grave es que los protagonistas lo sabían: es demoledora la conversación entre el Secretario de Hacienda catalán, Josep Lluis Salvadó, y el asesor en "difusión internacional" Raúl Murcia, intervenida por la Guardia Civil y desvelada hoy, que demuestra no sólo lo precario del andamiaje, sino los recelos, desconfianza y miedo a la deslealtad dentro del propio Govern: "Cualquiera con dos dedos de frente sabe que no se puede declarar así la independencia". Faltaba un mes para el 1 de octubre.

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Hasta entonces, habíamos escuchado por activa y por pasiva a los líderes independentistas -y a supuestos expertos- repetir machaconamente que la UE reconocería inmediatamente al nuevo Estado catalán, porque Cataluña es Europa, la nueva Cataluña era la epifanía de la democracia, Europa ama la democracia, ergo una Cataluña independiente seguiría en la UE.

El referéndum del 1-O a punto estuvo de imponer su seductora narrativa fuera de nuestras fronteras. La impresionante movilización social y organizativa, la épica de la desobediencia civil y las porras y las balas de goma situaron la reivindicación indepe catalana en el centro de la agenda. Pero el déficit democrático de la consulta estaba atado a otro error aún mayor, que acabaría por implosionar todo el proceso: el hecho de que fuera vinculante, y que obligara, en un plazo mínimo, a la proclamación de la república.

Una UE noqueada por el Brexit y más alérgica que nunca a las ensoñaciones nacionalistas

Desde entonces, la UE ha cerrado filas en torno al Estado español, no sin advertir a Rajoy de que imágenes de violencia como las protagonizadas por las fuerzas de seguridad el 1 de octubre no son tolerables. Una UE todavía noqueada por el Brexit y más alérgica que nunca a las ensoñaciones nacionalistas, la auténtica bestia negra del espíritu europeo.

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Este martes, Puigdemont y cinco de sus consellers han reaparecido en Bruselas, capital de las instituciones comunitarias, para lanzar un último grito de ayuda. Ha sido un Help! agónico: sin Europa no somos nada. Ha reconocido que el parlamento catalán proclamó la independencia el pasado viernes y que, pese a ello, el presidente de la república virtual acepta las elecciones del 21 de diciembre, convocadas por Rajoy al amparo del artículo 155, que ya es reconocer, por mucho que las califique de plebiscitarias. Aseguró que seguiría ejerciendo desde Bruselas, mientras el resto del Govern lo hará desde Barcelona. Y para ratificarlo, el vicepresidente Junqueras y otros cuatro consellers simulaban una reunión de trabajo en el disuelto Parlament. Otra escenificación más, muy propia de Halloween.

Todos ellos han sido citados el próximo jueves y viernes ante la Audiencia Nacional para prestar declaración por rebelión, sedición y malversación de caudales públicos. Hay además una petición de fianza colectiva de seis millones de euros, o se procederá al embargo de sus bienes. El riesgo de fuga, tras el viaje a Bruselas, ya es un escenario real que pesará en la decisión de la juez Carmen Lamela.

Una semana más, el suspense está garantizado: ¿Volverán Puigdemont y equipo de Bruselas? ¿Se presentarán ante la justicia española? Si no lo hacen y se declaran en rebeldía, la orden de detención es inevitable. A la Europol, si es necesario.

Vila ha dado el paso: quiere ser el candidato del PDeCAT a las autonómicas del 21-D, abogando por una independencia negociada y legal

Entre los trece miembros del Govern citados ante la justicia se encuentra el exconseller Santi Vila, que presentó su dimisión cuando comprobó, el jueves, que Puigdemont había dejado escapar la posibilidad de ser él quien convocara las elecciones. Vila ha dado el paso: quiere ser el candidato del PDeCAT a las autonómicas del 21-D, abogando por una independencia negociada y legal.

  El exconseller Santi VilaAFP

Puigdemont interpelaba a Rajoy desde Bruselas: ¿Aceptará los resultados del 21-D, sean los que sean? No le queda otra, president. Su audacia al convocar elecciones ya -en contra de la opinión de algunos halcones, partidarios de más mano dura en vez de más urnas- es una jugada llena de riesgos. El componente volátil del independentismo es hoy más difícil que nunca de medir. Los pata negra de la secesión hacen malabarismos en la finísima línea que separa la épica del ridículo, pero cuentan con que la entrada de los jueces en el terreno de juego -como ya se vió con los Jordis-, mantenga viva la causa.

Visto lo visto en otro día para la historia y para la histeria, entre el drama y la farsa, la mejor frase se la apunta Kris Peeters, el viceprimer ministro belga, ministro de Economía y expresidente de Flandes, en una radio belga. "No quiero prejuzgar nada, pero cuando llamas a la independencia y la declaras, lo mejor es permanecer junto a tu pueblo".