¿Cómo consigo que mi hijo quiera hablar conmigo?

¿Cómo consigo que mi hijo quiera hablar conmigo?

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Escrito por Erin Leonard

Como terapeuta de niños, la queja que oigo con más frecuencia por parte de los padres es: "Mi hijo no quiere hablar conmigo". A los padres les resulta doloroso sentirse alejados de sus hijos, y esto también tiene consecuencias para los pequeños. Los estudios revelan que el factor más importante para garantizar la estabilidad emocional y psicológica de un niño es la cercanía con sus padres. Si un niño no se abre cuando está preocupado, puede que la relación no sea tan cercana como debería.

Existen dos hábitos que adoptan los padres con frecuencia que entorpecen la comunicación y propician un distanciamiento de los hijos: negar los sentimientos y confundir la simpatía con la empatía.

Simpatía vs. Empatía

Cuando un niño está realmente inquieto porque se siente dolido, decepcionado, preocupado o enfadado, necesita desesperadamente a su padre o madre. Sin embargo, los padres normalmente no quieren ver que su hijo lo pasa mal, de modo que su primer instinto es decirle al niño que no se sienta así. La consecuencia es que el niño se avergüenza de sus sentimientos, lo que termina agravando la situación. Además, no se sienten comprendidos por sus padres, por lo que se acaban sintiendo solos. Básicamente, el niño aprende que sincerarse sobre sus sentimientos solo le hará sentirse peor.

Estas son las frases que los padres deben evitar:

  • No te preocupes.
  • No te sientas así.
  • No debes estar decepcionado.
  • No estés así.
  • No te enfades.
  • Eres demasiado sensible.

Es mucho más aconsejable hacer un ejercicio de empatía y mostrar comprensión por sus sentimientos. Tener sentimientos no está mal, lo que puede causar problemas es lo que hagan los niños con esos sentimientos.

Estos son algunos ejemplos de frases que muestran empatía:

  • Entiendo que eso te preocupe.
  • Yo también estaría preocupado.
  • Tienes derecho a sentir decepción. Yo también me sentía así cuando tenía tu edad.
  • Estás enfadado. Lo entiendo, y tienes derecho a estarlo.
  • Molesta ver que alguien hace algo que tú quieres hacer pero no puedes.
  • Estás enfadado, estoy seguro de que es por un buen motivo. Me gustaría que me lo contaras.

Después de darle una buena dosis de empatía, el niño se siente comprendido y conecta con sus padres, por lo que se sentirá mejor de manera inmediata y querrá ser ayudado. En muchas ocasiones, lo único que necesitan para sentirse mejor es que alguien empatice con ellos. El mero hecho de saber que su padre o madre les comprende les lleva a sentirse seguros y con ganas de seguir intentándolo.

La empatía ayuda al niño a desarrollar un hábito de trabajo sólido y resiliencia. El niño se crecerá frente a la adversidad, en lugar de hundirse cada vez que suceda algo malo.

Empatizar con sus sentimientos no quiere decir que los padres les permitan adoptar comportamientos negativos. Por ejemplo, el otro día mi hijo llegó muy cabreado, dio un portazo y tiró su cazadora, a lo que repliqué: "Estás enfadado. No sé por qué, seguro que tienes un buen motivo y me gustaría saberlo. Pero no puedes tirar tu cazadora, recógela". Después de que recogiera su cazadora, vino inmediatamente y me contó que estaba triste por un problema que había tenido con un amigo.

La empatía siempre gana

La empatía produce arritmia sinusal respiratoria positiva en el cerebro del niño y le calma de forma inmediata. Después de esto, el niño es capaz de tranquilizarse y razonar los problemas de forma lógica con sus padres. Se siente comprendido y cercano a sus progenitores, lo cual le permite seguir adelante con una sensación de seguridad.

Ningún padre quiere que su hijo esté constantemente triste, se haga la víctima o sea excesivamente dramático, y probablemente sea este miedo lo que les impide ser empáticos. Sin embargo, reconocer los sentimientos de los hijos es precisamente lo que ayuda a que el niño no se victimice. La simpatía, en cambio, obstaculiza la cercanía emocional y tienta a los padres a ser indulgentes. El padre salva y rescata al niño de los sentimientos negativos, en lugar de ayudarle a superar esos sentimientos.

La empatía implica que el padre adapte sus sentimientos a los de su hijo: es una sintonía emocional.

Por ejemplo, una noche volviendo de un partido de hockey con mi hijo Jimmy, de ocho años, me dijo: "Mamá, esta noche he sido el peor. Siempre soy el peor. Casi nunca me sacan a jugar".

Bien, tenemos dos opciones: una respuesta que muestre simpatía u otra que muestre empatía.

1. Simpatía: "Pobrecito mío, voy a llamar a tu entrenador para hablar con él. No creo que sea justo que estés en el banquillo tanto tiempo".

2. Empatía: "Entiendo que te moleste, cariño. Duele pensar que se es el peor. Yo también lo he sentido muchas veces. Pero sigue intentándolo, ya verás como todo mejora".

A rasgos generales, la primera respuesta tienta a los padres a pedir que se cambien las normas o a hacer concesiones para su hijo. De este modo, los niños aprenden a hacerse la víctima. Además, de este modo, el padre no se implica emocionalmente porque se convierte en el héroe, impulsando su ego. Es la respuesta fácil.

Por otro lado, la empatía implica que el padre adapte sus sentimientos a los de su hijo: es una sintonía emocional. El padre ha de recordar cómo es sentirse el peor en algo para entender a su hijo. Es una respuesta generosa que prioriza las emociones del niño. Cuando se da esta sintonía, el niño se siente comprendido y conectado con su padre, por lo que se siente seguro y con fuerza para seguir intentándolo la próxima vez. La empatía ayuda al niño a desarrollar resiliencia y un hábito de trabajo sólido. El niño se crecerá frente a la adversidad, en lugar de hundirse cada vez que suceda algo malo. La empatía ayuda a crear a personas valientes y fuertes.

Queridos padres: sed cercanos con vuestros hijos. Mostrad empatía y empoderadles. Veréis que la recompensa no tiene precio.

Este artículo fue publicado originalmente en 'Motherly', apareció posteriormente en el 'HuffPost' Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por María Ginés Grao.