Querido primer trimestre: eres lo peor, pero traes lo mejor de lo mejor

Querido primer trimestre: eres lo peor, pero traes lo mejor de lo mejor

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Publicado originalmenre en Motherly

Por Kelsey Cole

Mi queridísimo primer trimestre:

Estoy aquí porque alguien tiene que decirlo.

Eres horrible.

Haces que las mujeres más cuerdas se vuelvan locas. Te escucho negarlo. Veo tu tímida sonrisa; escucho tus susurros sobre el milagro más mágico que la naturaleza ofrece.

Me atrae la promesa de que las embarazadas brillan.

Ojalá pudiera decir que esta es la primera vez que caigo en tu trampa, pero sería mentira. Entre anunciar el embarazo y las afirmaciones de que las náuseas desaparecerán antes de que te des cuenta, tienes a las mujeres tan ajetreadas que pocas te reprochan cosas.

Pero hay que hacerlo.

Empecé a planearte meses antes de que aparecieras. Contaba los días, seguía mi ovulación, contenía la respiración cada mes esperando que la regla rompiera mis sueños. Después, cuando tuve el período, suspiré aliviada porque, aunque quería tener un bebé, una pequeña parte de mí deseaba tener otro mes de libertad antes de que el primer trimestre se apoderara de mi vida.

Entonces vino el mes en el que la regla se retrasó un día. Probablemente no sea nada. Solo un mes sin regla. Luego dos días. Finalmente, cogí mi caja de pruebas de embarazo de 30 dólares (porque ya había empezado la locura y yo ya había asumido que lo más caro era lo mejor).

Me hice una prueba en el baño la primera vez que hice pis esa mañana. Cogí la prueba; era de esas tipo digital. Me preparé para las dos palabras posibles. Después de los tres minutos más largos de mi vida, una palabra me miró a mí.

EMBARAZADA.

Espera, ¿qué?

Después me hice como unas doce pruebas más, de diferentes tipos y marcas, para asegurarme. Nunca podré mandar a mis hijos a la universidad porque gasté todo el dinero en pruebas de embarazo, pero al menos estaba casi segura de mi embarazo.

La emoción y el horror se mezclaron y creía que me estaba poniendo mala. Los recuerdos de mi primer y segundo embarazo me llenaban de miedo. ¿Por qué querría nadie ponerse malo voluntariamente entre cuatro y nueve meses? Ah, sí. Porque quiero a mis niños. Pero fue en ese momento cuando recordé lo lo mucho que odio estar embarazada.

Las siguientes dos semanas fueron una mezcla entre esperar que llegara lo peor y rezar para ser una de las afortunadas. Una de esas mujeres que dice "Ah, ¿náuseas? Bueno, una vez estuve mala y me salté el almuerzo, pero después me comí una galleta y como nueva". Pero sé que nunca seré una de esas.

Me sentía como alguien que rastrea tornados en Oklahoma. Nadie sabe cuándo será el siguiente, pero todos lo ven venir.

Empieza la locura del primer trimestre con la revisión de la ropa interior.

Nadie quiere decirlo en voz alta, pero todas y cada una de las madres que se han hecho una prueba de embarazo y ha salido positivo revisan su ropa interior en busca de sangre cada vez que van al baño. Y a veces van al baño solo para eso. Como 200 veces al día. Es una locura. Y es parte de ser madre. Porque ya queremos tanto a esa microscópica vida que el miedo a perderla ya es parte de lo que somos.

A veces pasamos esa época de miedo y llegamos a la ecografía, donde vemos un latido y sabemos que todo está bien. Por ahora. A veces nunca llegamos tan lejos y los corazones se rompen y el dolor es nuestro viaje.

Cuando toca la ecografía (o para mí, mucho antes), comienzan el cansancio y las náuseas. Para la mayoría de nosotras, el agotamiento abarca todo y las náuseas hacen que la vida cotidiana sea casi imposible. Veo a embarazadas haciendo CrossFit o corriendo maratones y todo lo que pienso es "Algún día tendré la energía para ducharme".

Quería gritarles. Decirles que pararan de hacer gilipolleces en el baño. Pero cada vez que trataba de hablar, vomitaba más y más. Así que, como ya no me quedaba dignidad, empezaron a hablar sobre el tamaño, el color y el volumen de mi vómito.

A medida que avanzaba el primer trimestre, mi vida se llenó de pasteles de arroz, caramelos de jengibre y té de menta. Perdí peso. Perdí la poca musculatura que tenía. Me metía en Facebook e Instagram y envidiaba a mis amigos que interactuaban con seres humanos reales.

Siempre vomitaba.

Esta vez tenía niños con la edad suficiente como para seguirme al baño, que tiene una cerradura que no funciona. Cada día vomitaba con una frase de fondo "Mamá, ¿puedo comer algo?", "Mamá, ¡cuando termines de vomitar necesito enseñarte algo!", "Mamá, ¿puedo sentarme en tu tripa?". Y en los días que tenía suerte, ambos se tumbaban mi espalda mientras gritaban "¡QUIERO VER TU VÓMITO!".

Quería gritarles. Decirles que pararan de hacer gilipolleces en el baño. Pero cada vez que trataba de hablar, vomitaba más y más. Así que, como ya no me quedaba dignidad, empezaron a hablar sobre el tamaño, el color y el volumen de mi vómito. Mientras, me secaba el sudor de la frente y me recordaba a mí misma que, algún día, valdría la pena.

Ya ves, mi querido primer trimestre, tras cuatro embarazos, puedo decir con seguridad que eres una de las peores experiencias de mi vida.

Me has llevado al hospital varias veces solo para tener suficiente líquido en el cuerpo. Me has debilitado tanto que casi no puedo soportarlo. Te has metido con todas mis hormonas y me has provocado ataques de pánico tan graves que estaba segura de que me estaba muriendo. Me has obligado a perderme varias bodas de algunos de mis mejores amigos. Me has aislado de la vida real durante meses. Me rompiste el corazón cuando perdí a un bebé que amaba profundamente. Y yo soy solo una persona. He escuchado muchas historias de otras mujeres que se han enfrentado a sus miedos varias veces. Cada una es única, pero casi siempre sobre el mismo tema: que eres difícil. Puedes ser terrible y durar para siempre y, además, ser desgarrador con demasiada frecuencia.

Eres lo peor.

Pero traes lo mejor de lo mejor.

Sufrir contigo me trajo a mis hijos. Y elegirte otra vez me regaló al bebé que nunca llegué a tener, pero que cambió a nuestra familia para siempre. Hoy es el primer día de mi segundo trimestre con nuestro pequeño bebé arcoíris, y lo digo sinceramente: esta vez también odié cada segundo de ti. Pero te elegí porque te necesitaba.

Eres horrible. Pero muy importante. Y la verdad es que volvería a elegirte un millón de veces.

Todos lo haríamos.

Este artículo fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Lucía Manchón Mora