Trump vencerá

Trump vencerá

Donald Trump.Leah Millis / Reuters

Las recientes legislativas en Estados Unidos han despertado cierta euforia tanto en la izquierda como en la socialdemocracia europea. Estamos contentos porque Donald Trump, un insensato poco inteligente y destructivo millonario va a ser desalojado en las próximas elecciones presidenciales de 2020. La causa de su previsible defenestración es que el magnate ha perdido el Senado, conservando el Congreso. Según nuestros medios es un triunfo, ya que alguien podrá "amarrar" a la fiera desencadenada pero esta conclusión es errónea. A mitad de su mandato este es un resultado que solo han logrado Kennedy y los dos Bush, estos últimos sumidos en sendas guerras en el Golfo que forzaron una silenciosa victoria con apariencia de derrota.

Nada más estúpido que menospreciar al rival, y eso es lo que los creadores de opinión occidentales hacen con él. También menospreciamos al pueblo estadounidense, los consideramos poco inteligentes por votar así pero, más allá de la intervención de Putin y sus hackers, es normal que gane una tras otra las elecciones. Trump tiene su guerra a diario, la inventa si no existe y le da a su pueblo el enemigo que confiere unidad interior. Es cualquier cosa menos un insensato, poco inteligente y destructivo millonario: intenta vender la imagen del knickerbocker que le pone las peras al cuarto a cualquiera que diga algo contra su país, un Teddy Roosevelt y un Laguardia redivivos. Su imagen está perfectamente construida y respaldada por un tipo que quiso ser un poco los dos anteriores: Rudi Giuliani, que apunta esa imagen cinematográfica de gobernador honesto y radical que por sus cojones ejecuta o detiene una ejecución: Trump para parte del electorado americano es la estampa del político enraizado en un sheriff de Colorado y eso en Norteamérica vende, máxime cuando es tan rico que no debería tener que robar de lo público. No tengo ninguna duda de que ganará los próximos comicios y tendrá un segundo mandato en el que descubriremos al verdadero Donald Trump, sin una cierta moderación que en esta fase impuso el programa de Steve Bannon.

Un knickerbocker es un neoyorkino de pura raza, del mismísimo Manhattan. El término lo acuñó Washington Irving en 1809 en A history of New York y se quedó en un apelativo para esa aristocracia del corazón de la gran manzana a la que perteneció el primer Roosevelt, un tipo que se fue a luchar a Cuba contra el malvado imperio español y que hundió en la miseria a América Latina bajo los designios del Destino Manifiesto, separando Panamá de Colombia por interés nacional (estadounidense). Podemos pensar que era un canalla pero es un héroe americano de tal calibre que aún hoy pone orden en comedietas como Noche en el Museo. Fiorello Laguardia no era, rigurosamente, un knickerbocker, de hecho era del Bronx, pero es el alcalde neoyorkino con mayor personalidad, el tipo que hizo el aeropuerto que ahora lleva su nombre, que dinamizó una Nueva York deprimida en los años 30 y que utilizó los medios de comunicación de forma pionera. Ambos son el político que le daría una norteamericana patada en el culo al enemigo del país. Esa es la imagen que vende Trump.

Perdamos toda esperanza y quitémonos la venda de los ojos. Donald Trump renovará el mandato si no es asesinado o muere de un infarto

Donald es un knickerbocker repudiado por la aristocracia neoyorkina de inclinaciones demócratas, la cual no se enorgullece de su vecino más poderoso. Tampoco es querido por la intelectualidad angelina, y en Chicago no se le nombra en las cenas elegantes; pero existe, es el presidente de lo que ellos llaman "América" y es que América, citando a Ned Flanders, es el trozo de tierra que hay entre Los Ángeles y Nueva York. Esos dos últimos sitios son casi Europa, América es el pueblo de los Everglades de Florida y las ciudades del Midwest y para esos Trump tiene una guerra cada día. La actual es la caravana de miseria que viene desde Centroamérica. Los ha demonizado y su gente lo ha creído. Los que creemos ver su realidad pensamos que miente pero nosotros no votamos y los que ven las cosas como nosotros en Nueva York o los Ángeles son una minoría que será cada vez menor ante los datos que deben aflorar y que son catastróficos para el futuro del mundo: la economía va como un tiro en Estados Unidos. El paro en cifras mínimas, las exportaciones creciendo, grandes proyectos de obras públicas en marcha y un futuro prometedor para las empresas energéticas gracias a la desacralización de los santuarios naturales y por las soterradas promesas bélicas del presidente. Esa bonanza aupará a Trump por encima de su actual valoración y lo llevará en volandas al segundo mandato.

Entonces llegará el momento de devolver favores y el Destino Manifiesto aflorará. Será el turno de Venezuela en una tenaza cerrada por Bolsonaro, a expensas de ver el futuro político de Colombia.

Perdamos toda esperanza y quitémonos la venda de los ojos. Donald Trump renovará el mandato si no es asesinado o muere de un infarto. No pudiendo desearle una muerte violenta a nadie, quizá sea su nefasta alimentación la que cambie el rumbo de una historia que promete mucha tensión y poco descanso, tal y como va viniendo el siglo XXI.

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