El primer ministro de Canadá encandila al mundo por atractivo, encantador, sociable, comprometido... Analizamos sus políticas para saber si están a la altura del mito.
El auge de líderes populistas poderosos a lo largo y ancho del mundo constituye una amenaza real, tanto para nuestros sistemas políticos como para nuestros valores más preciados. En lugar de intentar desentrañar estos desarrollos de manera precisa, nos hemos conformado con denuncias incompletas que lo único que hacen es expresar nuestro desacuerdo.
Cada vez hay más indicadores que sugieren la llegada a un punto de inflexión. La degeneración puede continuar durante algunos años más, pero los últimos acontecimientos revelan que existe una situación de no retorno, un hartazgo que puede ser sistémicamente destructivo.
Pretender que la democracia consiste simplemente en depositar un voto es absurdo. Si así fuera, cualquier sociedad podría ser demócrata de la noche a la mañana, todo consistiría en sacar las urnas a la calle y contabilizar los resultados. Pero la democracia así entendida es una simplificación. O, peor aún, un travestismo.
La izquierda proveniente del socialismo y el comunismo está aferrada febrilmente a poco menos que absurdas concepciones estatalistas, autocráticas, demagógicas y totalistas. Puede haber otra izquierda. Una izquierda que respete ante todo los derechos individuales, que crea en la división de poderes y la respete; que sepa perder las elecciones y también ganarlas.