Imagina por un momento que no subes fotos a las redes sociales de ese fin de semana tan romántico que pasaste en la playa con tu novio o novia porque tienes miedo de que tus compañeros de trabajo o tu jefe lo sepan y los prejuicios les empañen los ojos. ¿Sabes lo que es dar la mano o un beso a tu pareja en la calle y atraer todas las miradas y, de vez en cuando, un insulto o incluso una paliza?
El costo real de salir del armario (en un país donde no sea castigado con la cárcel o la muerte) casi nunca es tan significativo. En el peor de los casos, te sacas de encima a la gente que no te quiere como eres, sino que sólo te quiere bajo sus condiciones: que seas lo que ellos quieren.
Cada año salimos obstinadamente a la calle. Como cada año, el Orgullo nos saca a las calles y visibiliza nuestra razón en nuestro lema, haciéndonos presentes en nuestra obstinada determinación; y este año, otra vez, nos manifestamos. Este año, por quienes no pueden.
Casi nunca me acuerdo de ella, pero estos días me cuesta quitarme de la cabeza a Ana Botella. Se ha empeñado, -¿por qué ese empeño?- poco a poco, cada año con una vueltita más de tuerca, este año la vuelta ha sido enorme, se ha empeñado en asfixiar el Orgullo. Con su crescendo ciego en sanciones.
Los avances en materia de igualdad siempre han estado rodeados de polémica y de una agria oposición de quienes tratan de vetar derechos de los que ellos gozan. Una encuesta revela que uno de cada cuatro homosexuales, bisexuales y transexuales ha sido víctima de asaltos o amenazas violentas.