Almodóvar y los cautiverios de las mujeres

Almodóvar y los cautiverios de las mujeres

Estoy pues a la espera de que el director manchego me sorprenda alguna vez con una película protagonizada por mujeres fuertes, autónomas y valientes. Mujeres que no sean esclavas de las historias que para ellas tejen los hombres y que sean capaces de salvarse por sí mismas.

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Hace casi dos décadas la pensadora feminista Marcela Lagarde escribió un estupendo libro titulado Los cautiverios de las mujeres en el que describía a la perfección los espacios en los que el patriarcado había históricamente encerrado a las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas. Si repasamos la filmografía de Pedro Almodóvar con perspectiva de género es fácil descubrir cómo ella constituye un minucioso reflejo de esas dependencias que tan bien describe la Lagarde. El director del que siempre se ha subrayado su mirada femenina, un concepto que cuando se aplica a la obra de hombres parece multiplicar su talento mientras que cuando se refiera a mujeres supone una cierta devaluación, es uno de los mejores ejemplos de como un creador puede contribuir a mantener el orden establecido, por más que aparentemente nos sugiera una cierta transgresión. Desde una mirada feminista, y por tanto emancipadora con respecto a las estructuras patriarcales, no cabe ninguna duda de que el cine del manchego bien nos puede servir para describir cómo el patriarcado se regodea en mantener ciertas posiciones de las mujeres.

Estas características aparecen elevadas a la máxima potencia en su última película. Julieta, que se nos ha vendido como un drama sobrio y contenido, y que parte del material literario de Alice Munro a la que a mí me cuesta trabajo reconocer en el guión final (que bien podría ser la adaptación fiel de un drama con pretensiones de Antonio Gala), constituye la máxima expresión de todo lo que las mujeres representan en el universo Almodóvar. Además de ser, desde mi punto de vista, una obra fallida -a mí, al menos, ni me emocionó ni me interesó lo más mínimo una historia tan alejada de lo real y tan impostada-, Julieta vuelve a presentarnos toda una galería de personajes femeninos que no viven por ellas y para ellas sino que sus vidas están todas articuladas en torno a un hombre o que las seduce, o que las vuelve locas, o que las putea o que las salva.

De nuevo nos volvemos a encontrar mujeres encamadas, mujeres con enfermedades terminales, mujeres malísimas y mujeres en general que sufren las terribles consecuencias de los hilos que mueven los hombres. Y en la mayor parte de los casos no sabemos el porqué real de su cobardía, de su acomodo o, llegado el caso, de su histerismo. En el caso del personaje principal, interpretado con absoluta maestría por una Enma Suárez que tanto me recuerda a la Marisa Paredes de La flor de mi secreto, me cuesta trabajo entender cómo una mujer a la que vemos tan inteligente y lanzada en los 80 acaba convertida en un auténtico zombie años después, haciendo cosas inexplicables salvo en un folletín o en una telenovela de sobremesa (esas tartas cada año para recordar el cumpleaños de su hija) y que es incapaz de salir de un túnel al que le ha llevado dos de los factores que más heridas han causado y causan en las mujeres: la maternidad elevada a los altares y el sentimiento de culpa.

Por más que en este caso Almodóvar haya revestido su historia imposible de una sobriedad que la aleja de otros desmelenes suyos, el resultado viene a ser el mismo. Una muestra más de mujeres que van por la vida como vaca sin cencerro, nacidas para sufrir y para perder.

En el diálogo que Julieta mantiene con Ava (Inma Cuesta) en el hospital parece que encontremos la clave con la que Almódovar pretende construir toda una tesis: la culpabilidad. Todas ellas - Julieta, su hija Antía, Ava -se siente culpables y están pagando por ella. Una con el dolor de la soledad, otra con el silencio y la tercera con una enfermedad degenerativa-. ¡Toma ya! Algo de lo que al parecer, porque tampoco es que el hilo de la narración lo deja muy claro, el director ya nos había advertido con una de las escenas primeras -la del tren- que a mí me recordó al Medem más pedante. Por supuesto, al lado de de esas mujeres nacidas para sufrir, y además, en este caso, para hacerlo en silencio, sin estridencias, sin lágrimas, para que el dolor parezca aún más hondo, los hombres aparecen como los verdaderos protagonistas aunque sean los que ocupen menos metraje.

Son ellos los que provocan las acciones, son los que hacen que ellas actúen o no de una determinada manera y, por supuesto, son los que en todo caso aparecen con una connotación positiva, aunque realmente tampoco se sepa como explicarla. De ahí que no nos deba extrañar que el padre de Julieta pueda rehacer su vida y haga pleno su derecho a la felicidad, o que el personaje que interpreta Darío Grandinetti, del que tampoco sabemos mucho, sea como una especie de ángel de la guarda sin el que obviamente Julieta acabaría muerta o hundida en una larga depresión. Y, por supuesto, el pescador que desencadena el drama es un héroe que parece sacado de la mitología que enseña la ingenua Julieta. El mismo físico del actor que lo interpreta contribuye a que lo veamos como un personaje de fábula, heroico y seductor, amoroso padre y cuidadoso amante, y ante el que todas las mujeres no tienen más remedio que caer rendidas. Es cierto que su final no es feliz pero sí que es el final propio de un protagonista. Alrededor de él, ellas no parecen sino marionetas incapaces de manejar su propio destino.

Estoy pues a la espera de que el director manchego me sorprenda alguna vez con una película protagonizada por mujeres fuertes, autónomas y valientes. Mujeres que no sean esclavas de las historias que para ellas tejen los hombres y que sean capaces de salvarse por sí mismas. Hay un evidente hilo de continuidad entre el final de Qué he hecho yo para merecer esto - el hijo que vuelve y salva a Carmen Maura del suicidio, y le dice "esta casa necesitaba un hombre" - y esta Julieta que parece vivir, y sufrir, solo por y para el amor, el que siente y el que ha perdido, el que domina su corazón de madre y el que constituye el eje de sus días. Por más que en este caso Almodóvar haya revestido su historia imposible de una sobriedad que la aleja de otros desmelenes suyos, y que creo que es donde reside lo mejor de su cine, el resultado viene a ser el mismo. Una muestra más de mujeres que van por la vida como vaca sin cencerro, nacidas para sufrir y para perder, mientras que ellos son los que se lanzan a la mar y los que, como si fueran el protagonista resucitado de El lado oscuro del corazón, parecen poetas que escriben versos que las atontan.

Este post fue publicado originalmente en el blog del autor

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Octavio Salazar Benítez, feminista, cordobés, egabrense, Sagitario, padre QUEER y constitucionalista heterodoxo. Profesor Titular de Derecho Constitucional, acreditado como catedrático, en la Universidad de Córdoba. Mis líneas de investigación son: igualdad de género, nuevas masculinidades, diversidad cultural, participación política, gobierno local, derechos LGTBI. Responsable del Grupo de Investigación Democracia, Pluralismo y Ciudadanía. En diciembre de 2012 recibí el Premio de Investigación de la Cátedra Córdoba Ciudad Intercultural por un trabajo sobre igualdad de género y diversidad cultural. Entre mis publicaciones: La ciudadanía perpleja. Claves y dilemas del sistema electoral español (Laberinto, 2006), Las horas. El tiempo de las mujeres (Tirant lo Blanch, 2006), El sistema de gobierno municipal (CEPC 20007; Cartografías de la igualdad (T. lo Blanch, 2011); Masculinidades y ciudadanía (Dykinson, 2013); La igualdad en rodaje: Masculinidades, género y cine (Tirant lo Blanch, 2015). Desde el año 1996 colaboro en el Diario Córdoba. Mis pasiones, además de los temas que investigo, son la literatura, el cine y la política.