Azul presidenciable

Azul presidenciable

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Imposible no fijarse en el azul que predomina en los carteles de Emmanuel Macron y Marine Le Pen, los dos candidatos a la segunda vuelta de las presidenciales francesas. El semblante de Macron, ojos azules, traje, corbata y fondo en diferentes gamas de azul con el eslogan '¡Juntos, Francia!' (Ensemble, la France!), seguido del nombre del candidato sin partido. De otra parte, Le Pen, sentada, ligeramente inclinada, chaqueta de traje azul, falda negra y, de fondo, desenfocada, una biblioteca. Como eslogan, 'Elegir Francia' (Choisir la France). No aparece el nombre del Frente Nacional, tan sólo el logo más reciente de la formación: una rosa azul marino, sin espinas, sobre la que se puede leer Marine y debajo Présidente. Situados en diferentes puntos del espectro político, los dos candidatos coinciden en la misma zona del espectro cromático. ¿Por qué este gusto por el azul?

Según el historiador Michel Pastoureau, se trata del color favorito, no sólo de los franceses, sino de los europeos, en general. Aunque políticamente, el azul se asocia tradicionalmente con la derecha, es también el color ideal para evocar consenso y unidad. El azul contribuye a la imagen de neutralidad que buscan ambos candidatos. Además de transmitir una imagen de presidenciables, tanto Macron como Le Pen buscan congregar (rassembler) a todos los franceses, por lo que, en sus carteles, tratan de evitar cualquier elemento chocante o reivindicativo. De acuerdo con Le Monde, Macron, con su retrato clásico, mirando al frente, ofrece una imagen de frescura, confianza y seguridad en sí mismo, si bien, para algunos observadores, potencialmente, algo insulsa. Le Pen pone el toque femenino a su retrato de tres cuartos, vistiendo falda y mostrando ligeramente la rodilla, un guiño a los votantes anti-islamistas, según el propio equipo de la candidata. La biblioteca evocaría las fotografías oficiales de los presidentes franceses delante de la biblioteca de los Elíseos, desde De Gaulle hasta Sarkozy, y sería también una muestra de amor por la cultura francesa.

Azul apaciguador, piensan muchos, incluido los estrategas de ambas campañas. Azul camaleónico, evocador de una cosa y la contraria, dirán algunos votantes críticos.

Explica Pastoureau en su obra Bleu. Histoire d'une couleur (Points, 2014) que el azul terminó por convertirse en el color de la nación francesa por encima del rojo y el blanco durante la Revolución, habiendo sido por siglos el color de la monarquía. A lo largo del XIX y el XX, el azul se afianza como marca de la nación francesa en su triple dimensión nacional, militar y política. Baste recordar que en la actualidad es el color en el que compiten los deportistas franceses, incluida su selección nacional de fútbol. Conviene señalar que es, al mismo tiempo, el color de los grandes organismos internacionales: la Sociedad de Naciones, Naciones Unidas, la OCDE, la Unión Europea...

Lo curioso y quizá menos sabido es que, históricamente, el azul no existió durante mucho tiempo como color. La Antigüedad griega y romana no lo nombra concretamente. Hay referencias al azul, pero son cambiantes y a menudo describen tonalidades que nosotros no identificaríamos como azul, explica Pastoureau. De ahí que en las lenguas europeas el origen etimológico de la palabra azul sea la palabra árabe lāzaward (lapis lázuli) o la germánica blau. A los clásicos les habría resultado muy chocante nuestra familiaridad con el azul que ellos, especialmente hacia el final del imperio romano, relacionaban con las culturas bárbaras, cuyos ojos azules veían con enorme desdén. Sin embargo, sobre el año mil, de acuerdo con Pastoureau, se produce un cambio relativamente abrupto y el azul comienza a ocupar un espacio equivalente al rojo, el negro y el blanco que constituían la trilogía de colores clásica y medieval. La indumentaria de la Virgen, por ejemplo, pasa a ser azul, por lo que, durante mucho tiempo, el azul se percibe como un color femenino, asociado también a la tristeza y la melancolía.

Si para los clásicos poco o nada era azul –y, desde luego, ni el cielo ni el mar–, en la cultura occidental moderna y contemporánea el azul se ha convertido en el color ubicuo. Cuando uno no quiere destacar, cuando quiere estar seguro de no romper ninguna etiqueta, recurre al azul. Es lo que hacen Macron y Le Pen. De sus carteles han desaparecido el rojo y el negro, respectivamente, a excepción de la falda de Marine. Y con ambos colores, cualquier referencia, por un lado, al socialismo al que Macron debe sus inicios en la política; y, por otro, a la extrema derecha de Le Pen padre, al que Marine debe los suyos. Se dice que habitamos una época de extremismos, pero los dos candidatos al Elíseo buscan, ante todo, limar asperezas y seducir al mayor número de votantes posible. Para ello no dudan en hacer borrón y cuenta nueva con su pasado e invocar la superación del eje izquierda-derecha, arropándose en el azul de la nación francesa que, casualmente, es también el de la nación europea. Azul apaciguador, piensan muchos, incluido los estrategas de ambas campañas. Azul camaleónico, evocador de una cosa y la contraria, dirán algunos votantes críticos. Azul por defecto, dirían otros, pues sea como fuere, el próximo domingo 7 de mayo ganará el azul.