Fiestas nacionales, ¿un anacronismo?

Fiestas nacionales, ¿un anacronismo?

A nadie se le escapa que buena parte de las festividades nacionales tienen una dimensión intrínsecamente violenta. Los procesos de independencia, unificación o revolución suelen ir asociados a guerras, conflictos y represión. Subyace a la idea de su conmemoración que la violencia es necesaria, inevitable si cabe, para materializar una idea superior o construir un ente colectivo, también superior.

5c8b64c82400006b054d5d8f

Foto: EFE

Cada año que pasa, la Fiesta Nacional de España suscita crecientes muestras de rechazo. Algunos partidos llevan años ausentándose de la celebración oficial y este 2016 hemos sido testigos, nuevamente, de la ausencia de los presidentes de las comunidades autónomas históricas. ¿Tiene sentido replantearse la fecha escogida para esta celebración? ¿Suscitaría una fecha alternativa mayor adhesión entre los que ahora no se identifican con ella?

Las fiestas nacionales constituyen un fenómeno relativamente reciente asociado a la construcción de los Estados-nación a lo largo de los siglos XIX y XX. En más de medio mundo, incluyendo la práctica totalidad de países americanos, la fecha escogida coincide con el momento en el que el país inaugura su proceso de independencia de las metrópolis europeas. En el resto del mundo, las festividades nacionales celebran revoluciones (Francia, Hungría), procesos de unificación (Alemania, Rumanía) o la adopción de nuevos regímenes o constituciones (Austria, Turquía). En España, la Ley 18/1987 que establece y regula la Fiesta Nacional, reconoce "la indiscutible complejidad que implica el pasado de una nación tan diversa como la española". Por ello, dice, "ha de procurarse que el hecho histórico que se celebre represente uno de los momentos más relevantes para la convivencia política, el acervo cultural y la afirmación misma de la identidad estatal y la singularidad nacional de ese pueblo".

El 12 de octubre, según la Ley, "simboliza la efemérides histórica en la que España, a punto de concluir un proceso de construcción del Estado a partir de nuestra pluralidad cultural y política, y la integración de los Reinos de España en una misma Monarquía, inicia un periodo de proyección lingüística y cultural más allá de los limites europeos". El 12 de octubre celebra, por tanto, el momento fundacional del Estado y la nación española que coincide con el final de la Reconquista, la unificación de la monarquía bajo los Reyes Católicos y el inicio de la conquista y colonización de América; todo ello en 1492.

A nadie se le escapa que buena parte de las festividades nacionales tienen una dimensión intrínsecamente violenta. Los procesos de independencia, unificación o revolución suelen ir asociados a guerras, conflictos y represión. Subyace a la idea de su conmemoración que la violencia es necesaria, inevitable si cabe, para materializar una idea superior o construir un ente colectivo, también superior. En este sentido, el 12 de octubre no es ninguna excepción. Tanto la Reconquista como la unificación de la monarquía española pero, sobre todo, la conquista de América, como señalan muchos de los que critican hoy la festividad, fueron procesos sumamente violentos.

Hay países, como el Reino Unido, con un pasado igual o más complejo que el nuestro que, tal vez convenientemente, no tienen festividad nacional oficial.

Es probable que esta imagen del 12 de octubre asociada a la violencia se vea reforzada por la trayectoria predemocrática de la fecha. Durante el régimen franquista se celebró en tanto que Día de la Raza. Al mismo tiempo, como explica la historiadora Zira Box, "la fiesta de octubre estaba avalada por una larga y compleja historia que se remontaba a 1892" y "no fue patrimonio exclusivo del discurso conservador". Según Box, desde el principio fue objeto de múltiples significados: desde la exaltación de la lengua castellana, pasando por el ensalzamiento de la connotación religiosa de la conquista, hasta la glorificación del destino imperial de España -noción de índole más espiritual que tangible- durante el franquismo. (Conviene recordar también que el Día de la Raza -a veces con esta misma denominación- sigue siendo día festivo en muchos países latinoamericanos, que celebran el mestizaje y la fusión de las culturas española y americana o indígena.)

Más allá de las posibles y sutiles interpretaciones del 12 de octubre, la fecha del 6 de diciembre, día en que se aprobó la Constitución de 1978, suena desde siempre como alternativa. Cuando se aprobó la Ley de 1987 quizá se pensó que la fecha carecía del suficiente empaque histórico para ser la Fiesta Nacional. Tampoco está claro que fuera a suscitar la adhesión de aquellos que actualmente se resisten al 12 de octubre, pues muchos de ellos son igualmente críticos con el llamado régimen del 78. No obstante, por lo pronto, descargaría a nuestra festividad nacional del pesado bagaje de la conquista, la desligaría de una noción histórica de España en cuanto monarquía imperial, centralista y católica y, en su lugar, resaltaría el inicio de nuestra democracia contemporánea.

Por otra parte, hay países como el Reino Unido, con un pasado igual o más complejo que el nuestro que, tal vez convenientemente, no tienen festividad nacional oficial (aunque muchos ven la celebración del cumpleaños de la reina como tal). Otros, como nuestro vecino Portugal, han encontrado maneras potencialmente menos controvertidas de festejar a su nación, fijando como día nacional la fecha de la muerte de un personaje literario y cultural reconocido por todos. En este caso, la muerte del escritor y poeta del siglo XVI Luis de Camões.

Si bien todo indica que el nacionalismo vuelve a estar en alza, convendría preguntarse también -y no solamente en España- si el concepto de festividad nacional no tiene algo de anacrónico y prescindible en un mundo cada vez más globalizado y mestizo.