'Fitzroy' o escalando y riendo, que son gerundios
En el Teatro Maravillas de Madrid con un nuevo elenco liderado por Amparo Larrañaga.

No he podido confirmar si tal y como se cuenta la comedia teatral Fitzroy de Jordi Galcerán estuvo varios años en un cajón, porque nadie confiaba en ella, antes de que se estrenase y se convirtiese en un éxito teatral en Barcelona. De allí, donde lleva dos años en el teatro, ha pasado al Teatro Maravillas de Madrid, con un nuevo elenco liderado por Amparo Larrañaga. Donde, a tenor de las primeras funciones y la reacción del público, tiene toda la pinta de que va a cosechar el mismo éxito que en la Ciudad Condal o más.
Las razones por las que convence al público son muchas. La primera su historia. Un grupo de mujeres reunidas en torno a su afición, la escalada. Y que fuera de la misma parece que tienen poca o ninguna relación, pues da la sensación de que hablan de sus vidas fuera del alpinismo de oídas. Bueno, no todas, pero no hay motivo para hacer espóiler.
Este grupo se ha dado un viajazo hasta la Patagonia para subir la vía yugoslava del Monte Fitzroy. Una hazaña que jamás ha conseguido ninguna mujer. Ellas pretenden ser las primeras en hacerla. Pero antes de comenzar tienen que prepararse en una estación base y esperar a que las condiciones meteorológicas sean las adecuadas, mientras el marido de unas a través de un walkie-talkie va informando de las condiciones atmosféricas e indicando la idoneidad o no para escalar.
Eso les da un tiempo precioso para hablar. Y lo que empieza siendo una conversación sobre los aspectos prácticos de la escalada, la mejor manera de llegar teniendo en cuenta las capacidades y circunstancias de cada una, se acaba convirtiendo en un “quítate tú para ponerme yo” y “porque yo lo valgo”. Una especie de vodevil en el filo de un risco, donde, las puertas que se abren tienen que ver con los rencores acumulados y los secretos por revelar.

Un tiempo para hablar que Jordi Galcerán, fiel a su estilo de verbo rápido e inteligente, sabe explotar y graduar para mantener la tensión y el conflicto entre las cuatro escaladoras. De tal manera que puede mantener el interés del público casi noventa minutos.
Condición necesaria, pero no suficiente, si detrás no estuviese un director de escena como Sergi Belbel. Otro clásico del teatro que en esta producción demuestra su reconocido oficio. Pues sabe mantener el equilibrio para que, en ese pequeño espacio, en ese risco, en el que apenas se pueden mover las actrices, se materialice el interés del texto. La acción y la comedia.
Aunque nada de lo que se ve en escena podría suceder si las actrices no le respondiesen al director ni al autor. Sería raro que Amparo Larrañaga no supiese hacerlo. Y menos en una comedia de este estilo. Seguramente es ella, de todo el equipo artístico, la que atraerá al público, porque es lo que se conoce en el argot teatral como una cabeza de cartel. Y, en esta producción hace honor a esa fama que tiene.

Y, claro, una obra de este tipo, en la que las actrices tienen que saber escucharse y darse la réplica para que el vodevil emocional y vital funcione, es una obra de elenco. Y Amparo está bien acompañada. Como ella, todas saben dotar de especificidad a sus personajes, a la vez que traen tejida una relación entre los mismos.
De tal manera, que la sensación es que lo que sucede en escena a estas compañeras viene de antes, no de este momento en el que se han juntado y comienza la obra. Algo bastante difícil de hacer, y que ellas ya han conseguido con los ensayos y las pocas funciones previas que llevan antes del estreno oficial.
Una vez que se llega a este punto, se podría decir que de lo único que se ha hablado ha sido de anécdota y de técnica teatral. Una combinación que podría ser una definición de artesanía. En este caso, muy bien hecha. Por lo que a continuación podría surgir la pregunta sobre dónde está el arte en una obra que en apariencia solo quiere contar una historia y provocar unas risas al público.
Ese es el arte. Su apariencia de normalidad y simplicidad para hablar de muchas de las ideas y prejuicios que circulan y se mueven los humanos, al menos los occidentales, en su día a día. De los anhelos de un grupo de escaladoras hijas de su tiempo. Que en aras de liberarse están normalizando no solo aficiones, que antes se suponían de género masculino, sino algunos o muchos de sus (peores) comportamientos. Como el cinismo con lo que hacen o la patrimonialización de temas, personas o seres queridos o amados.

Es un arte que todo esto esté en la obra y lo pueda ver quien quiera verlo. Además, es un arte que se plantee fuera de la radicalización política que inunda la sociedad actual y evitando los palabros que se utilizan para calificar al adversario y que suelta el demonizado cuñao de cada parte en cuanto que tiene la opción. Términos que tanto dificultan la posibilidad de diálogo y debate.
Dicho lo anterior, habrá quien diga que nada de eso está. Aunque saldrá feliz tras unas muy bien graduadas risas, por eso de la buena artesanía que produce el oficio de este buen equipo artístico. Y habrá quien viendo lo anterior se habrá reído conscientemente, e independientemente del género. Pues entenderá que así no se sube la vía yugoslava del Fitzroy ni con buen tiempo.
Porque lo importante no son las diferencias. Lo importante es como se potencian al unirlas, si se quiere ser de las primeras personas en alcanzar cualquier cima. Y allá cada cual con la profundidad y la altitud de miras de sus risas.