En escena, Lola Herrera

En escena, Lola Herrera

Tengo quince años. Y ella está ahí, sobre las tablas del teatro Campoamor. Ella es ella, Lola Herrera, y ya no lo es. Es Carmen Sotillo, el personaje creado por Miguel Delibes. Pocas veces una actriz ha alcanzado tal nivel de identificación con su personaje. Pero eso, en esos momentos, a mis quince años, aún no lo sé de un modo definitivo. Lo sabré después: con las lecturas, los estudios, las entrevistas con la actriz, las críticas y la visión de la película de Josefina Molina, Función de noche.

Tengo quince años. Y ella está ahí, sobre las tablas del teatro Campoamor. Ella es ella, Lola Herrera, y ya no lo es. Es Carmen Sotillo, el personaje creado por Miguel Delibes. Pocas veces una actriz ha alcanzado tal nivel de identificación con su personaje. Pero eso, en esos momentos, a mis quince años, aún no lo sé de un modo definitivo. Lo sabré después: con las lecturas, los estudios, las entrevistas con la actriz, las críticas y la visión de la película de Josefina Molina, Función de noche.

Aquella tremenda catarsis donde Lola Herrera se enfrentaba a todo: al miedo, al vacío, a la desilusión, al cansancio, a la educación recibida, a los años compartidos con su marido, a un futuro estable y a un futuro inestable en lo emocional. Su mirada lo dice todo. Demoledor acercamiento a uno mismo. Retrato, como el de la propia Carmen Sotillo, de toda una generación de mujeres. Retrato valiente y sin concesiones. Cine que, pese a los años transcurridos, sigue vigente: porque pocas cosas hay más contemporáneas que el reflejo de una mujer, sea de la época que sea, en el espejo, en los diferentes espejos que la vida le va poniendo en el camino. A veces, resulta complicado reflejarse en ellos. La mujeres valientes no les tienen miedo a los espejos, aunque intuyan la magnitud de lo que allí, presente y pasado, puedan llegar a encontrarse.

Durante toda la obra, experimento algo que no había sentido con anterioridad

Pero retrocedo de nuevo en el tiempo, el de mis quince años, el de aquella tarde en el Campoamor. No sé muy bien qué es lo que me está pasando. Durante toda la obra, experimento algo que no había sentido con anterioridad. Una especie de llamada, de señal. Intuyo que aquello que se está representando allí y que me tiene el corazón encogido es algo grande. Intuyo también que aquello va a determinar mi vida de un modo rotundo. Ya estoy atrapado por el teatro. Esa mujer que habla con su marido muerto es la culpable. Ya no hay marcha atrás. El teatro formará parte de mí como el cine, la música, la literatura, la pintura... Casi como mi propia respiración.

A partir de ahí, querré ver casi todas las obras que lleguen a mi ciudad y, unos años más tarde, querré ir a verlas a otras ciudades. Nunca dejaré de ver ninguno de los siguientes trabajos de esa impresionante actriz, Lola Herrera. Comedias más ligeras y obras más profundas donde ella pasa de la risa al llanto con una credibilidad impresionante. Pura emoción y vitalidad. Una mujer que sabe de qué va esto de la vida y lo transmite a través de sus personajes. Las vidas de esas mujeres que interpreta pasan por sus ojos. Ningún problema le es indiferente. Volveré a verla interpretar a Carmen Sotillo, en el mismo teatro, muchos años después. La emoción sigue intacta. Esa mujer sabe lo que es estremecernos con la historia de esa otra mujer que también es la historia de muchas mujeres. Hay trabajos que te dejan sin habla, como el de la madre que interpreta en Solas, en un mano a mano con su propia hija, Natalia Dicenta (¿su mejor papel hasta la fecha junto a los de La zapatera prodigiosa y Durante toda la obra, experimento algo que no había sentido con anterioridad" target="_hplink">Al final del arco iris), que será difícil de olvidar. Mujeres que saben plantarle cara a la vida: con dolor, con rabia, con ganas, con determinación. Un largo camino. Una carrera brillantísima.

Acaban de concederle el Max de Honor de este año. Ya no tengo quince años, pero el aplauso es tan efusivo como el de entonces.