Los sonidos de la naturaleza

Los sonidos de la naturaleza

La vida en el campo siempre es muy diferente a la vida en la ciudad, por pequeña que ésta sea. En cierto sentido, aprendes a valorar las horas de otra manera. La naturaleza, con toda su sabiduría, es la que rige tu existencia. De todo esto habla Un año en los bosques, el delicioso libro de Sue Hubbell.

De vez en cuando, sobre todo cuando leo historias donde los protagonistas pasan su tiempo en plena naturaleza, me acuerdo de aquel lejano año. El que viví en el campo, a unos cuantos kilómetros de la ciudad. Mi pareja de entonces vivía allí, en un caserón rodeado de toda clase de flores, plantas, árboles y animales. Aunque iba y venía todos los días a la ciudad, porque aún trabajaba como librero, llegar a aquel lugar que se asemejaba al paraíso era una especie de liberación para mí. Todo quedaba atrás. Allí, en aquella enorme finca alejada del resto del pueblo, el mundo transcurría de otra manera. Los ritmos eran distintos. Las necesidades de los animales, el riego de las plantas o el color del cielo determinaba cada uno de nuestros movimientos. La vida en el campo siempre es muy diferente a la vida en la ciudad, por pequeña que ésta sea. En cierto sentido, aprendes a valorar las horas de otra manera. La naturaleza, con toda su sabiduría, es la que rige tu existencia. Los sonidos, día y noche, también lo hacen. No hay que tenerle miedo a esos sonidos. Todo lo contrario. Hay que aprender a convivir con ellos y disfrutarlos. Constituyen la esencia misma de la vida allí, en el campo, lejos del ajetreo de las ciudades y de sus normas. Lejos de casi todo.

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Pienso en todo esto mientras leo Un año en los bosques, de Sue Hubbell, publicado por Errata Naturae. Es un libro curioso y muy interesante. Una especie de diario de esta mujer, la propia Hubbell, tras su decisión de abandonarlo todo (incluido su trabajo como bibliotecaria en una importante universidad) e instalarse en una solitaria y destartalada granja en los bosques de las montañas Ozarks, en el Medio Oeste de Estados Unidos. Inicialmente, con las lecturas de Henry David Thoreau muy presentes, emprende la aventura con su marido.

Sin embargo, poco después, el marido decide abandonarla y es ella sola la que se tiene que enfrentar a esa nueva vida con todo lo que ese reto constituye. Hubbell se hace muchas preguntas, se enfrente a diversas dificultades (pese a lo aparentemente idílico, la vida en el campo siempre conlleva una dureza añadida) y a sí misma, pero nunca pierde el sentido del humor (es una de las características más destacadas de su narración) ni desfallece. En sus constantes búsquedas, encuentra esa nueva forma de vida, tan alejada de la anterior, donde, pese a las dificultades, va hallando respuestas a unas cuantas preguntas. Y va escribiendo esta deliciosa historia: anotando sus miedos, sus desvelos, su trabajo con las abejas, su relación con los sonidos de la naturaleza y también con los silencios. Su nueva posición en el mundo y el vértigo (inevitable) ante las incertidumbres. A mucha distancia de la vida y de las expectativas que tenía cuando se casó con Paul, su marido. Aquella mujer, recién casada, ya no es en absoluto la mujer que nos narra esta historia. La naturaleza la ha transformado. Y se siente reconfortada por ello. Es indiscutible.

A veces, al atardecer, durante aquel lejano año que viví en el campo, dejaba todo lo que estaba haciendo y me sentaba cerca de los árboles para escuchar los sonidos de la naturaleza. Había algo mágico en todo aquello. Los mismos sonidos -tan profundos, tan hermosos, tan indescifrables- que he vuelto a encontrar al leer este libro.