Pocholo, el monstruo de Las Pitiusas

Pocholo, el monstruo de Las Pitiusas

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Por muy escéptico que uno sea, es imposible ir al lago Ness y no fantasear por un momento con la idea de ver salir de entre las aguas al mítico Nessie. Lo mismo sucede con El Yeti si te vas a hacer un trekking por Tíbet. Pues bien, en Ibiza también tenemos nuestro propio ser de leyenda Typic d'aquí. Se trata de un mágico y escurridizo ser con el que sueña encontrarse todo aquel que pasa por esta isla. Todos aquellas personas que aseguran haberlo visto (siempre de noche) coinciden en que se trata de un macho alfa en edad reproductora, pero lo que nadie ha podido decir con exactitud es su edad ni medio de subsistencia. Sí, amigas, estoy hablando del auténtico monstruo de Las Pitiusas, del Big Foot del Mediterráneo: el gran Pocholo.

Pues bien, yo he sido uno de esos pocos elegidos que ha tenido la tremenda fortuna de encontrarse cara a cara con este salvaje animal y vive para contarlo... Y vaya que si te lo voy a contar.

Una tarde me llamó una amiga por teléfono y me dijo que le habían hablado de un mirador desde donde se veían los atardeceres más increíbles de Ibiza. Al parecer, el lugar estaba en lo alto de una colina dentro del Parque natural de ses Salines. La gracia es que, al caer el sol sobre las piscinas de las salinas, estas reflejan la luz del atardecer, creando un efecto espejo espectacular. Mi amiga me preguntó que si la acompañaba en busca del mágico mirador, y tras ver esta increíble foto, le dije que sí.

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Bueno, la verdad es que aunque me hubiese mandado la foto de un vertedero nuclear ilegal de Bangladesh, también habría dicho que sí, ya que la muchacha está buenérrima de la muerte y los atardeceres los carga el diablo.

Al llegar a las salinas, dejamos el coche a los pies de la colina y comenzamos a ascender por un pequeño camino de piedras. Pronto, ese camino terminó y tratamos de seguir subiendo por una diminuta senda de tierra. Cuando nos dimos cuenta, estábamos caminando campo a través y la maleza era cada vez más densa. No tuvimos más opción que aceptar deportivamente nuestra derrota, darnos la vuelta y tratar de volver otro día con más información.

Al bajar pasamos junto a una pequeña casa en cuyo jardín estaba aparcado un enorme camión que parecía sacado del mismísimo París-Dákar. Al acercarnos, vimos que el capó del vehículo estaba abierto y de él sobresalían las piernas desnudas de un tipo. Ante una imagen tan inquietante, mi madura y racional lógica interna no tardó en disfrutar con la idea de que se tratase un malvado Transformer engullendo a un hombre. Sin embargo, la realidad siempre supera a la ficción...

Nuestra sorpresa fue enorme cuando vimos salir a la supuesta presa de las tripas del camión y comprobamos que se trataba del mismísimo Pocholo en calzoncillos. Antes de que pudiésemos articular palabra, Pocholo me hizo a un lado y con un rápido movimiento de felino se abalanzó sobre mi amiga. "¿Te acuerdas de mí, verdad?", dijo. "Nos conocimos en Sevilla cuando estuve grabando mi reality para televisión". Mi amiga le dijo que se equivocaba de persona, pero que si nos decía có,mo llegar al mirador que estábamos buscando serían amiguitos para siempre.

Pocholo nos dijo que nos olvidásemos del mirador, que eso eran tonterías y que tenía un plan mucho mejor para nosotros: "Muchachos, esta colina está llena de espárragos, riquísimos espárragos salvajes. Así que lo que tenéis que hacer es ir subiendo y coger todos los espárragos que encontréis. Cuando lleguéis arriba, veréis una cueva, entráis en ella, hacéis un fuego, asáis los espárragos, os lo coméis y después... (pausa dramática) ...después hacéis el amor!". Jajajajajaja, me pareció el consejo más grande, delirante e improbable que un ser humano en paños menores puede dar a un desconocido, y por eso siempre amaré a este hombre.

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La verdad que el tipo fue súper amable con nosotros en todo momento, e incluso nos ofreció pasar a su casa a tomar algo, pero tuvimos que declinar la oferta, ya que queríamos ver el atardecer sobre las salinas y se nos estaba haciendo tarde. Al despedirmos, Pocholo me agarró fuertemente de los hombros, me miró a los ojos y me dijo dos palabras, sólo dos, pero tan llenas de sabiduría como toda la Biblia, el Corán y la Torá juntos: "Chaval, préñala".

Traté por todos mis medios de cumplir con aquella loable misión que se me había encomendado, pero, muy a mi pesar, no lo conseguí. Lo sí que logré fue cenar espárragos, y no porque me fuera de antojo a comprarlos al Mercadona, sino porque, contra todo pronóstico, Pocho tenía razón y toda la zona estaba llena de esparragueras salvajes que fuimos recogiendo de camino al coche.

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