Ecopolítica. Hoy: el parasitismo

Ecopolítica. Hoy: el parasitismo

Sabemos perfectamente quiénes son los chupópteros, quiénes los que nos chupan la carne desde dentro, los que trabajan para los chupópteros, y los que nos enferman. Lo que pasa es que el sistema ha desarrollado tolerancia, y los protege. Esto dificulta bastante la curación, pero cuando el huésped es la democracia, hay que hacer todo lo necesario por salvarlo.

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El ciclo de la materia orgánica tiene tres fases: producción, consumo y descomposición. Las plantas producen materia orgánica a partir de minerales y gases; los hongos toman esa materia y la transforman de nuevo en minerales y gases. Los animales consumen plantas y hongos, y se consumen entre sí, pero realmente no aportan gran cosa al ciclo. Los microbios están en las tres fases, y los virus lubrican el engranaje.

En este sentido podría decirse que todos los animales somos en realidad parásitos de la biosfera. Es este esférico huésped quien nos proporciona todos los recursos que necesitamos. Sin el sistema no somos nada. Por supuesto, no sólo hay animales aprovechados; también hay plantas, hongos, microbios y virus parásitos.

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Ahora bien, los hay más parásitos que otros. Por ejemplo, están los ectoparásitos, como los mosquitos, que te chupan la sangre y ya. En cambio los endoparásitos, como los protozoos, se te meten bien dentro del cuerpo, incluso dentro de las células, y te debilitan para siempre. Te pueden debilitar tanto que una simple picadura de mosquito puede ser fatal.

Los patógenos son endoparásitos que hacen enfermar, o matan, a su huésped. Como parásitos son algo inexpertos, van a saco. Los veteranos han aprendido a mantener a su huésped lo más sano y fuerte posible, porque saben que de la supervivencia del sistema depende la suya.

Hay endoparásitos que viven dentro de un ectoparásito. En estos casos, ambos colaboran para extraerte el máximo beneficio, y es el propio mosquito quien te inyecta el protozoo. No en vano el animal más peligroso del mundo es, precisamente, un mosquito.

El parasitismo es una cuestión cuantitativa. Un individuo de cierta especie puede resultar inofensivo, pero si se juntan demasiados, el conjunto actúa como un gran parásito. Es el caso de las plagas.

Los parásitos suelen tener un genoma pequeño, y han perdido la mayoría de sus funciones básicas; algunos son incapaces de conseguir su propia comida, desplazarse por sí mismos, tener relaciones sociales o defenderse. Sin embargo, son certeros y eficaces en sus dos principales tareas: robar, y reproducirse muchísimo.

Hay ocasiones en las que el cuerpo desarrolla tolerancia a los endoparásitos, y se acaba acostumbrando a ellos. Es más, pueden acabar integrándose en el sistema invadido, el cual los asimila y asume como propios, transmitiéndolos a la descendencia. La frontera entre parásito y huésped se vuelve entonces difusa, y ya no se sabe quién es quién.

Mejor dicho, se nos olvida quién es quién. Pero en el fondo sabemos perfectamente quiénes son los chupópteros, quiénes los que nos chupan la carne desde dentro, los que trabajan para los chupópteros, y los que nos enferman. Los tenemos fichados. Lo que pasa es que el sistema ha desarrollado tolerancia, y los protege. Esto dificulta bastante la curación, pero cuando el huésped es la democracia, hay que hacer todo lo necesario por salvarlo.

Y tú, ¿qué institución rociarías con insecticida?