Todo está listo en Siria para que la escalada internacional degenere en cualquier momento
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Todo está listo en Siria para que la escalada internacional degenere en cualquier momento

Omar Sanadiki / Reuters

Trump, Macron y May han querido castigar a Bashar al-Asad por haber utilizado, una vez más, bombas de barril con gas cloro contra su pueblo. De acuerdo.

¿Y después, qué?

Cuando se decide emplear la fuerza, lo primero que se debe saber es: 1) ¿Para qué sirve?, 2) ¿Cómo se controlarán (o no) los siguientes niveles de la escalada en caso de que el o los adversarios no permanezcan inmóviles? y 3) ¿Cómo se sale de ahí (cuál será la solución política)? En su conjunto, esto se llama estrategia.

En el caso sirio, lo menos que se puede decir es que cuesta discernir el comienzo de una estrategia de Occidente en Siria.

Desde el principio del conflicto sirio hace siete años (!), estadounidenses y europeos han acumulado errores y dudas, esperando que Asad cayera por su propio pie (como Ben Ali en Túnez o Mubarak en Egipto), apoyando después a las milicias sunitas contra el régimen —teóricamente "democráticas"— con armas y con dinero, antes de que la mayoría de estas se evaporaran en una miríada de grupos armados islamistas, para finalmente resignarse a encargar la lucha contra Dáesh a los combatientes kurdos, esos mismos que ahora nosotros abandonamos a los turcos en Afrin (Siria). Al final, esta incesante espiral de dudas y de errores sólo habrá llevado a permitir que los rusos, los iraníes y los turcos controlen solos el terreno. Hasta el punto de que Occidente, por primera vez en la Historia moderna de Oriente Próximo, está lisa y llanamente excluido de los procesos diplomáticos, dominados por Moscú, Ankara y Teherán. Rusia, que fue expulsada de Oriente Medio en 1973 por Henry Kissinger, vuelve ahora a entrar en escena por todo lo alto.

La misma canción se repite con las armas químicas

En verano de 2013, la famosa "línea roja" de Obama se desinfló: la intervención militar prevista se transformó en un juego de manos diplomático orquestado por Putin.

"Misión cumplida", proclamó Trump en Twitter al día siguiente del ataque. Pero, ¿qué misión?

Hace un año, Trump marcaba su llegada al poder con el lanzamiento de 59 misiles de crucero sin el menor efecto. Hace apenas 15 días, el propio Trump anunciaba que deseaba retirarse de Siria con urgencia ("en 48 horas", llegó a anunciar —según mis informaciones— a su ministro de Defensa, James Mattis). La semana pasada, amenazaba directamente a Rusia por Twitter ("prepárate, Rusia..."). Ahora, decide bombardear rodeado de sus aliados franco-británicos. "Misión cumplida", proclamó Trump —también por tuit— al día siguiente del ataque. Pero, ¿qué misión?

¿De qué manera el centenar de misiles lanzados la noche del viernes constituye el esquema de una nueva estrategia de Occidente en Siria para propiciar la solución del conflicto?

Más allá de las armas químicas, que sólo han matado a una pequeña fracción de las 300.000 víctimas de esta guerra (masacradas con armas clásicas), de lo que se debería hablar es del fin de esta guerra.

En Estados Unidos sigue reinando una confusión total, pese a las garantías del presidente Macron, que el domingo por la noche dijo haber convencido a su homólogo americano para permanecer en Siria. La Casa Blanca incluso desmintió las palabras del presidente francés horas después de su entrevista televisada: Estados Unidos no pretende quedarse en Siria; su único objetivo es acabar con Dáesh lo antes posible...

Por paradójico e irónico que parezca, el ataque occidental reafirma a Asad, y no al revés.

El problema es que sin la amenaza de un compromiso americano duradero en el terreno, que es lo único que teme Asad en realidad, este último proseguirá metódicamente la reconquista de su país, con el apoyo de sus aliados rusos e iraníes. Al final, lo máximo que podremos esperar del ataque de este fin de semana es que, a lo mejor, disuada a Asad de volver a utilizar armas químicas para reducir la región de Idlib, el último reducto rebelde.

Por paradójico e irónico que parezca, el ataque occidental reafirma a Asad (y no al revés); hasta el presidente francés se ocupó de aclarar que Francia "no ha declarado la guerra al régimen sirio".

Y si la operación militar del pasado fin de semana no marca ninguna voluntad americana nueva, cuesta ver cómo Rusia va a entender que debe cambiar de estrategia en Siria y decidirse a buscar con nosotros, Occidente, una salida de esta crisis política. Sin embargo, ese es el cálculo de Emmanuel Macron, que en un punto tiene razón: Rusia sólo respeta los vínculos de fuerza. ¡Justo! El lanzamiento del ataque que evitó (por suerte) todo riesgo de contacto o de víctimas entre las fuerzas rusas y su defensa antiaérea refuerza al Kremlin en la idea de que Rusia es ineludible en Oriente Próximo y de que no se puede hacer nada sin ella. Emmanuel Macron espera concesiones de Putin a finales de mayo, cuando visite San Petersburgo. Pero, ¿por qué iba a hacerlas Moscú, ahora que Washington está agravando sus sanciones (tras el caso Skripal) y que Trump, perseguido por el FBI y la prensa con las acusaciones de colusión rusa en las elecciones, es incapaz de frenar la histeria anti-rusa que domina en Washington?

Si los occidentales se atribuyen el derecho de aplicar por la fuerza lo que consideran como derecho internacional, ¿cómo iban a estar prohibidas para Rusia la anexión de Crimea o la intervención en Donbás?

Como Occidente no tiene nada que ofrecer —ni con las sanciones ni con el reconocimiento de los logros cumplidos en Ucrania—, lo más probable es que la propaganda del Kremlin se amplifique. Visto desde Moscú, este nuevo empleo de la fuerza occidental sin mandato de la ONU viene —después de Kosovo o Libia— a consolidar la creencia de que Occidente y la OTAN sólo tratan de humillar, de agredir a Rusia, de obtener incluso un cambio de régimen. Si los occidentales se atribuyen el derecho de aplicar solos, y por la fuerza, lo que consideran como derecho internacional, ¿cómo iban a estar prohibidas para Rusia la anexión de Crimea o la intervención en Donbás?

Lo mismo ocurre en Teherán, donde apenas se hacen ilusiones con el acuerdo nuclear, del que Trump planea salir el próximo 12 de mayo. Los iraníes no sólo tendrán menos intención de retirarse de Siria, sino que además puede crecer aún más la presión que ejercen contra Israel, con Hizbulá y Hamás, dando lugar a un riesgo real de guerra entre Israel e Irán en un futuro próximo. Esto sin hablar de la guerra por poderes en Yemen, contra Arabia Saudí, aliada de Estados Unidos...

En cuanto a los turcos de Erdogan, más enemigos de los kurdos que de Asad, fingen apoyar los bombardeos occidentales, que justifican implícitamente su propia ocupación militar de las regiones norte de Siria.

En este triste campo de ruinas en el que se ha convertido Siria, teatro de enfrentamientos entre al menos siete ejércitos rivales, de los cuales seis extranjeros (!), todo está dispuesto para que la escalada degenere en cualquier momento. Lejos de abrir la vía a una hipotética reactivación del proceso diplomático, cabe temer que esta intervención militar ratifique la búsqueda de una guerra que Occidente no controlará en absoluto.

En estas circunstancias, ¿de verdad teníamos necesidad de meternos en esta historia? ¿Es que los ejemplos afgano, iraquí, libio y de los Balcanes a principios del siglo XX no nos han enseñado nada?

Este artículo fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Francia y ha sido traducido del francés por Marina Velasco Serrano