¡Qué ambientazo en la cafetería del Congreso!

¡Qué ambientazo en la cafetería del Congreso!

Hay que empadronarse en la cafetería para saber lo que se cuece estos días en el Congreso. Sólo falta un hilo musical más festivalero para adaptarse a la edad de su nuevas señorías. La adrenalina de los pactos impregna los cafés de media mañana y el pincho de tortilla. La energía y el deseo común de emprender una nueva etapa contagian al margen de siglas.

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Foto: EFE

Hay que empadronarse en la cafetería para saber lo que se cuece estos días en el Congreso. Sólo falta un hilo musical más festivalero para adaptarse a la edad de su nuevas señorías. La adrenalina de los pactos impregna los cafés de media mañana y el pincho de tortilla. La energía y el deseo común de emprender una nueva etapa contagian al margen de siglas. Fuera de la seriedad de la sala de prensa -donde según nuestro colega Francesco Manetto estamos 'en estado de comparecencia permanente'- es el lugar ideal para descubrir filias y fobias, o relaciones sorprendentes. La informalidad que reina en ese ambiente da pie a que los diputados de un mismo grupo se conozcan entre si y es la ocasión de oro para aproximarse con naturalidad a sus líderes aprovechando que están fuera de las reuniones de trabajo e ir tomando posiciones desde el principio.

Tal es el overbooking y el bullicio que Celia Villalobos, en su calidad de vicepresidenta, ha tenido que subir el jueves pasado y pedir al encargado que sacara varias mesas del comedor para acomodar a tanto personal como se da cita allí. Menuda es Villalobos, que vean los neófitos quién manda.

La hora punta, entre las 10 y las 12, es un no parar. No se da abasto con tanta actividad. Mientras que la gente de Podemos, con Errejón a la cabeza, prefieren la zona de mesas bajas que queda más disimulada entre unas poderosas columnas, en Ciudadanos son más dados a las mesas altas frente a la barra, en las que Rivera se suele tomar el café con José Manuel Villegas y que se convierte en parada obligatoria para su gente. Un par de horas de observación dan para mucho. Por ejemplo, para constatar que las confluencias solo confluyen de cara a la galería pero no se mezclan con los podemitas en su tiempo libre, cada uno en su mesa y dios en la de todos. O cómo los más espabilados de Ciudadanos sientan a algún ilustre visitante -Agustín Almodovar, por ejemplo- a la mesa con la que te topas inevitablemente al entrar en la cafetería en vez del anonimato de sus despachos. Que tome nota el resto.

En la cafetería puedes saludar con un irónico '¡Hola ministro!' a César Luena mientras desayuna con Rodolfo Ares, el mejor currículum negociador del PSOE -nadie entendía que hacía allí estos últimos días hasta que se conoció al equipo de pactos de Pedro Sánchez-, o enredarte en comentar la interminable lista de ministrables que circula por ahí. O ver asomarse tímidamente a Pablo Casado, más solo que la una ahora que no hay rastro de vida humana en el PP. Resulta curioso como han desaparecido los diputados peperos de la cafetería cuando en la pasada legislatura eran mayoría. Evitan así que les des la turra con la corrupción o tener que justificar el no de Rajoy al Rey que ellos mismos no comparten. Amén de la humillación de ver a quienes rodeaban el Congreso mojando el churro a su vera en sustitución de sus compañeros que se han quedado en el paro.

Y es que no existe espacio más democrático que la cafetería. Diputados, bedeles, policías, letrados, periodistas.... codo con codo esperando su tostada a la vez. ¿Acabarán siendo tan despectivos los nuevos como algunos de sus predecesores que miraban por encima del hombro al personal de la Cámara porque se creían superiores? Más de un camarero sabe lo que es que una ex señoría ponga un parte porque no se le atendía antes que a los demás. Habrá que ver si los diputados de Podemos y Ciudadanos son capaces de resistirse a que el escaño les posea en lugar de tomar posesión ellos de él, como advierte Ramón Espinar a los suyos.