Rajoy reza para estar entre los espiados

Rajoy reza para estar entre los espiados

En voz baja todos reconocen que esto de los espionajes tiene bastante de un ejercicio de hipocresía notable. Más desde que a partir del 11S la libertad y la intimidad quedaron mermadas en aras de una a veces presunta seguridad.

A los políticos les encanta hablar de espías. Hacía tiempo que no se mostraban tan jocosos y animados -en los pasillos del Congreso, que no en la tribuna- con un asunto. Lo de que EEUU eche la culpa a España y a Francia de los millones de llamadas interceptadas; lo del teléfono de Ángela Merkel espiado con el presunto conocimiento de Obama; los 35 líderes del mundo que están en la lista de Snowden y que han sido espiados por la todopoderosa NSA y de los que solo han trascendido dos nombres, el de Dilma Rousseff, presidenta de Brasil, y Angela Merkel, de Alemania... todo da para remontarse a la novelas tipo Le Carré y Graham Greene, aunque alguno lo hace con más clase que otros. El morbo sobre los espías -en susurros muchos reconocen que no deja de ser un ejercicio de hipocresía- crece hasta el paroxismo ante la posibilidad de que algún miembro del Gobierno español lleve un marcapasos, algún dispositivo tecnológico capaz de ser hackeado por los espías malos y que termine matando al susodicho político, en un remedo de lo que le pasó al exvicepresidente Dick Cheney y que con tanto éxito ha sido utilizado por la serie Homeland.

El jefe de Gabinete de Rajoy, el todopoderoso Jorge Moragas, no nos saca de la duda: "Mi postura oficial es que este Gobierno está muy bien de salud. Larga vida al Gobierno". Sí, es la postura oficial, pero por si acaso pide todos los detalles del caso Cheney. Mucho más misterioso se muestra cuando le preguntamos si Rajoy está entre los 35 líderes chequeados, porque "si no has sido espiado es que no eres nadie", como apunta Jesús Posada con ironía. "No puedo contestar a eso, compréndelo. Hay programas de rastreo de información legales. Los servicios de inteligencia están constantemente examinando datos. A veces se cruzan conversaciones. Puede que te espíen de rebote, porque estás hablando con alguien a quien se está vigilando. El asunto es para qué se va a usar esa información. Si es para actuar en contra de tus intereses, hay un problema".

Entonces, ¿qué es mejor para Rajoy, estar en la lista de los 35 o no? José Luis Ayllón, secretario de Estado con las Cortes, uno de los hombres de confianza de la vicepresidenta Saénz de Santamaría, actual jefa suprema del CNI, dice: "No sé si el presidente ha sido o no espiado, pero no se puede medir la trascendencia de un líder internacional en función de si ha sido escuchado o no". El exvicepresidente del Gobierno de Felipe González, Alfonso Guerra, en modo cáustico exclama que "sería una broma que al final de tanto lío y tanta protesta, el presidente español no estuviera entre los líderes que despiertan la curiosidad de la NSA". Y añade que si se confirma lo que dice EEUU, que hemos espiado para los norteamericanos, "la posición del Gobierno español quedaría muy debilitada".

Los fontaneros de Moncloa, esos hombres que administran en la sombra el poder de un presidente, apuntan: "Las agencias de inteligencia se llevan mucho mejor entre ellas de lo que nos llevamos los políticos. Si ahora dicen que el CNI les ha pasado la información, es porque ambas agencias han pactado entre ellas cómo repartirse la responsabilidad". Como le gustaba repetir a Trillo cuando era ministro: "Aquí se graba todo, lo que pasa es que no hay gente suficiente para gestionarlo". Uno de los fontaneros de Aznar revela que los datos más interesantes no tienen por qué ser grandes secretos de Estado. "A veces es más útil saber si al marido de Merkel le han detectado, supongamos, un cáncer de próstata, porque ella va a estar preocupada y menos centrada durante una temporada. Es como cuando los servicios secretos trataban de recabar información sobre la evolución de la mancha de Gorbachov en plena perestroika".

El cruce de datos y la cooperación entre agencias de inteligencia es crucial, según políticos que han estado vinculados al servicio secreto. "En plena lucha contra ETA, lo que nos interesaba obtener de otros servicios secretos eran, por ejemplo, las llamadas desde Biarritz. De todas maneras, todos admitimos ser vigilados. Hay mucha hipocresía. Los metadatos que se intercambian empresas privadas entre sí para conocer nuestros comportamientos permiten obtener fichas que dan miedo. No se puede estar permanentemente preocupado por si te están espiando".

José Enrique Serrano, exjefe de Gabinete de Zapatero, José Blanco, exministro de Fomento y Antonio Camacho, extitular de Interior, bromean ahora sobre espías con más libertad que los miembros del Gobierno. Cuentan que en Moncloa trataron de buscar teléfonos más seguros, pero que lo acabaron descartando porque solo eran seguros si se comunicaban con otro terminal de sus características. "Es muy complicado mantener la seguridad, porque aún con temas de Estado, hay que transmitirlos a otras personas de confianza, y eso lo haces por teléfono". Por eso los americanos le instalaban a Trillo un teléfono especial en su despacho en los tiempos en los que Rumsfeld le daba indicaciones.

Qué tiempos aquellos de los zapatófonos y los teléfonos rojos. Hay un punto de nostalgia en la anécdota que cuenta el presidente del Congreso. "En los tiempos de gobernador de Huelva, tenía un teléfono fijo en mi despacho que lo grababa todo, absolutamente todo. Y yo siempre dije lo que me dió la gana a través de aquel aparato. No, nunca he temido que me espíen, es un poco absurdo".

Lo dicho, que en voz baja todos reconocen que esto de los espionajes tiene bastante de un ejercicio de hipocresía notable. Más desde que a partir del 11S la libertad y la intimidad quedaron mermadas en aras de una a veces presunta seguridad.