Soy adicto a la heroína

Soy adicto a la heroína

Hace tiempo conseguí salir de una rutina de 10 dosis de heroína al día. Pero ahora hay un monstruo suelto por el país y tenemos que acabar con el tabú: no más censura, ni gente que afirme "yo me hago cargo" o "mi hijo no necesita algo así". La suerte está contra los que se meten la primera dosis. Y la educación es el único camino para la victoria.

Man addicted to drug.BY MATTHEW HEPTINSTALL via Getty Images

Con la precisión de un cirujano, vierto el contenido de las bolsitas en una cazuela, cojo una botella de agua, meto la jeringuilla y tiro hasta que llega a los 20 centímetros cúbicos. Echo el agua de la jeringuilla en la cazuela, observo cómo se mezcla con el polvo blanco y lo convierte en líquido. Muevo el mechero por la base de la cazuela hasta que empieza a burbujear la heroína. Tiene un olor dulce. Me revuelve el estómago. Muerdo un trozo de un filtro de cigarrillo y lo escupo en la cazuela. Ya está.

Inserto la aguja, siento un pequeño pinchazo, aprieto el émbolo y unos hilos de sangre se mezclan con el líquido transparente. Un pinchazo directo. Euforia asegurada.

Ahora solo puedo pensar en dónde conseguiré la siguiente dosis. Pero no siempre he sido un sintecho adicto a la heroína. Era un buen chico, fui monaguillo, era un atleta. Lo que no tiene gracia es que solo me metí heroína una vez. ¿Te imaginas? ¡Una vez! Después de eso, la heroína me llevaba a donde yo quisiera. Me cambió. Haré lo que sea para colocarme y te mataré si intentas impedírmelo. Soy una mierda. Nada de lo que he dicho es completamente cierto excepto esto: me estoy muriendo.

***

Eso fue hace 28 años.

En 1987, conseguí salir de una rutina de 10 dosis de heroína al día. De alguna manera, lo superé para emprender este increíble viaje. He visto la sangre sobre la nieve de las calles de un Sarajevo devastado por la guerra. He dirigido un documental, he ganado un premio Alfred I. duPont-Columbia University, he trabajado y actuado en una película que ganó dos premios Óscar, he escrito una autobiografía y un bestseller. He visto de todo a lo largo de mi carrera. Sin embargo, nunca he presenciado en mi vida nada igual que la epidemia actual de heroína en Estados Unidos.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Por desgracia, ha sido la codicia empresarial la que ha producido esta epidemia. La farmacéutica Purdue Pharma ocultó información sobre su fármaco milagroso, OxyContin, a la United States Food and Drugs Administration (Agencia Estadounidense de Alimentos y Medicamentos), lo que provocó que se batiera el récord de jóvenes en las mesas de autopsias en el Estado de Virginia (Estados Unidos).

Meses después, Wayne A. Van Zee, un joven médico que trabajaba en la zona oeste de Virginia, gravemente afectada por la pobreza, recopila información sobre las muertes producidas por el OxyContin con la ayuda de forenses de toda Virginia, y la lleva a la oficina del fiscal general del Estado de Virginia y, con la ayuda de un soplón persiguieron a Purdue Pharma hasta llevarla a los tribunales. El bufete de abogados de Rudy Giuliani consiguió que los altos ejecutivos de Purdue Pharma no fueran a la cárcel y que el Congreso aprobara leyes radicales que pusieran fin al problema de la prescripción de fármacos.

¡Bingo! Los cárteles mejicanos reconocieron la demanda, redujeron a la mitad el precio del kilo de heroína y llenaron la ruta de la heroína -la autopista interestatal 77 de Estados Unidos desde Robstown (Texas) a Chicago (Illinois)- con contrabandistas de heroína.

En cuestión de semanas, el precio de la bolsa de heroína cayó de los 30 dólares (unos 27 euros) a los 10 e incluso 7 dólares (alrededor de 9 y 6,5 euros, respectivamente) y 11 distribuidoras de heroína de Chicago repartieron muerte pura por todo Estados Unidos.

Las ramificaciones sociales y económicas de esta epidemia que está sufriendo Estados Unidos son incalculables. Hay un monstruo suelto por el país. Y ese monstruo tiene una misión: matar a tu hijo, asesinar a tu hija o destruir por completo a tus seres queridos.

Hace poco, me encontré con un amigo del colegio. Después de hablar de nuestros días de juventud, le pregunté que a qué se dedicaba su hijo. Se le llenaron los ojos de lágrimas y me dijo "murió la semana pasada". Qué jarro de agua fría. En ese preciso momento me di cuenta de la magnitud de lo que yo había logrado superar.

La heroína tiene que dejar de ser un tema tabú.

Es el momento de advertir de este monstruo a los niños. Tenemos que rehabilitar a los adictos y que cuenten públicamente sus historias, lo que han tenido que luchar, que se retransmita por televisión.

Todos los gobernadores deberían abrir el camino a los adictos en rehabilitación para que vayan a dar charlas a los institutos. No más censura, ni gente que afirme "yo me hago cargo" o "mi hijo no necesita algo así". La educación es el único camino para la victoria.

Para terminar: casi cuatro de cada cinco heroinómanos en rehabilitación acaban recayendo durante el proceso de recuperación. Una cifra que asusta. La suerte está contra los que se meten la primera dosis de heroína. Puede que no seamos capaces de salvarlos a todos, pero tenemos la oportunidad de salvar a muchos de caer en las garras de este monstruo.

Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Lara Eleno Romero

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