¡¡¡Esquizofrenia!!!

¡¡¡Esquizofrenia!!!

Allá por el 2002, en EEUU, escuché que la esquizofrenia era "como el cajón desastre de la Psiquiatría, todo lo que no puede clasificarse cae dentro de ese cajón". A día de hoy, los avances neurocientíficos en el estudio de esta enfermedad y de sus síntomas iniciales nos permiten tener una mayor seguridad a la hora de realizar el diagnóstico.

"La pesadilla de la esquizofrenia es no saber lo que es verdad"

Cita de la película Una mente maravillosa.

Originalmente, a la esquizofrenia se le llamó "demencia precoz" (Kraepelin, 1899), y más tarde, esquizofrenia (Bleuler, 1911), porque la disgregación de las funciones psíquicas era una de su señas de identidad. Allá por el año 2002, en EEUU, escuché más de una vez que la esquizofrenia era "como el cajón desastre de la Psiquiatría, todo lo que no puede clasificarse cae dentro de ese cajón".

A día de hoy, los avances neurocientíficos en el estudio de esta enfermedad y de los pródromos (síntomas iniciales que preceden al inicio de la enfermedad) nos permiten tener una mayor seguridad a la hora de realizar el diagnóstico, lo cual ya es un gran avance. Sin embargo, el diagnóstico se sigue haciendo por criterios clínicos, y nos vendría muy bien tener biomarcadores de la enfermedad.

Según la OMS, "la esquizofrenia es un trastorno mental grave que afecta a más de 21 millones de personas en todo el mundo. La esquizofrenia se caracteriza por una distorsión del pensamiento, las percepciones, las emociones, el lenguaje, la conciencia de uno mismo y la conducta. Algunas de las experiencias más comunes son el hecho de oír voces y los delirios....".

A día de hoy, sabemos que, tanto los factores genéticos como ambientales (epigenética), juegan un papel importante en el desarrollo de la enfermedad. Se calcula que, más o menos, una de cada 100 personas podría ser esquizofrénica. Los estudios muestran que es ≈1.4 veces más común en hombres que en mujeres. Entre los factores que contribuyen a que uno pueda padecer o no esquizofrenia están complicaciones obstétricas, consumo de drogas, exposición al hambre e infecciones víricas durante el embarazo, estilo educativo, etc.

A día de hoy, sabemos que, tanto los factores genéticos como ambientales (epigenética), juegan un papel importante en el desarrollo de la enfermedad.

El Manual de Diagnóstico y Estadística de los Trastornos Mentales (DSM-5) divide a los enfermos según los síntomas más prominentes en cinco subtipos de esquizofrenia: 1) paranoide; 2) desorganizada; 3) catatónica; 4) residual; e 5) indiferenciada. Los síntomas se dividen a su vez en: a) positivos (alucinaciones, delirios, pensamiento desorganizado y problemas de movimiento); b) negativos (afecto hipomodulado, retraimiento social y apatía, menor actividad, discurso reducido e interés limitado); y c) cognitivos (dificultad de concentración, memoria de trabajo limitada y capacidad de interpretación y toma de decisiones reducida).

El diagnostico de la esquizofrenia no es fácil. Además de un examen físico, se estudia el historial clínico, se intenta saber cuando fue el primer episodio psicótico, se usan varios sistemas de clasificación estandarizados, por ejemplo, de la Asociación Americana de Psiquiatría (el DSM-5) o la OMS (ICD-10), diversas escalas, etc. Todo para hacer un diagnóstico lo más correcto posible y así poder dar el mejor tratamiento a cada paciente.

La esquizofrenia es una enfermedad discapacitante a diferentes niveles: social, funcional y cognitivo. Incluso existe la autoestigmatización, que puede llevar al aislamiento social y, en algunos casos, al suicidio, debido a episodios depresivos o psicóticos. Los tratamientos actuales buscan la integración social de quienes la padecen y que puedan realizar su vida lo más normalmente posible, si su estado clínico lo permite.

Hay que recordar que, antiguamente, los pacientes esquizofrénicos se ingresaban en hospitales psiquiátricos y eran sometidos a tratamientos orientados al control de la conducta como shocks insulínicos, baños fríos, camisas de fuerza, etc. Es decir, se buscaba la reclusión del paciente y, para los más graves, los tratamientos no solucionaban los síntomas, sino que eran dirigidos más bien al control conductual.

La esquizofrenia es una enfermedad discapacitante a nivel social, funcional y cognitivo. Incluso existe la autoestigmatización, que puede llevar al aislamiento y, en algunos casos, al suicidio.

Suerte que los tiempos han cambiado, y ahora los pacientes reciben un tratamiento digno, personalizado y eficaz que busca la inserción sociofamiliar. Esto mejora la autoestima de los pacientes y su capacidad para afrontar la vida. Aunque no siempre es posible, los tres pilares fundamentales son el apoyo familiar, sanitario y social.

En la esquizofrenia, se ven alteradas diversas estructuras cerebrales, tales como los lóbulos frontal y temporal, el cerebelo, la medula, la amígdala, el hipocampo, etc. Todos estos cambios darán lugar a la distorsión, catatonia y comportamientos bizarros característicos de la esquizofrenia. Esta enfermedad tiene asociadas alteraciones en varios sistemas de neurotransmisores (la dopamina, el glutamato, la serotonina, etc). El tratamiento farmacológico de primera línea son los antipsicóticos, y esto se puede conjugar con psicoterapia, rehabilitación social, educación familiar, etc.

A día de hoy, se utilizan las más avanzadas técnicas de neuroimagen (resonancia magnética funcional, tomografía por emisión de positrones PET, etc) para hacer estudios neurológicos en vivo. Esto, en combinación con los avances en neurociencia, ha revolucionado el estudio de los mecanismos biológicos subyacentes a la esquizofrenia y a otras muchas enfermedades.

Aun así, nos queda mucho por hacer. Esta claro que la esquizofrenia es una enfermedad mental compleja y discapacitante, pero cada día la conocemos más. Seguro que tendremos avances científicos y tecnológicos en los próximos años que podremos usar contra la lucha de esta y otras enfermedades. Como decía Julio Verne, "la ciencia se compone de errores que, a su vez, son los pasos hacia la verdad".