Las familias 'rotas' de los refugiados, en el limbo griego

Las familias 'rotas' de los refugiados, en el limbo griego

Para gran parte de los refugiados atrapados en Grecia desde marzo de este año, el limbo se asemeja mucho al infierno. El limbo está en los campos griegos, un espacio en el que hay demasiados fragmentos de familias, pedazos que deberían pegarse a otros pedazos dispersos por Europa, muy lejos de la imagen de familias unidas que en estas fechas ven a su alrededor, en plena celebración de la Navidad.

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Foto: Karin Schermbrucker/ActionAid

Para gran parte de los refugiados atrapados en Grecia desde marzo de este año, el limbo se asemeja mucho al infierno. El limbo está en los campos griegos, un espacio en el que hay demasiados fragmentos de familias, pedazos que deberían pegarse a otros pedazos dispersos por Europa, muy lejos de la imagen de familias unidas que en estas fechas ven a su alrededor, en plena celebración de la Navidad.

Ese limbo acaba de ser retratado con detalle en el informe Separados, elaborado por la ONG Action Aid en colaboración con Alianza por la Solidaridad, que nos recuerda que todavía hay 50.000 personas refugiadas en Grecia, la inmensa mayoría provenientes de países donde llueven bombas.

Resulta que la Unión Europea, la misma institución que nos ofrece fotos de familia de jefes de Estado sin más vinculación que verse muy de cuando en cuando, considera que los refugiados mayores de 18 años -justo a partir de 18 años y un día-, ya no son familia de los suyos, al menos cuando se trata de pegar los añicos de hogares dispersos a ráfagas de metralla en Siria, en Afganistán, en Irak... Y es así porque, si bien la legislación internacional reconoce su derecho a la reagrupación familiar, tanto la UE como Grecia vulneran impunemente ese derecho, del mismo modo que se incumple aquella reubicación de 160.000 refugiados a la que los países europeos se comprometieron en septiembre de 2015.

Más que Separados, el informe debería haberse llamado Atrapados, porque desde el funesto acuerdo entre la UE y Turquía y el cierre de la frontera greco-macedonia, el pasado 20 de marzo, es así como se encuentran los 50.000 refugiados que estaban ya en Grecia. Sólo pueden salir si son reubicados oficialmente en otros países europeos, y ya vemos que no lo son (baste mirar que de los 17.000 que corresponden a España, apenas han llegado 690) o si tienen algún familiar que ya reside legalmente en otro país comunitario, trámite que Alianza y Action Aid denuncian que no se está cumpliendo. Por cierto, que este reagrupamiento también es la única opción para quienes llegaron después de esa fatídica fecha y no quieren ser devueltos a Turquía.

La única posibilidad de escapar a ese limbo jurídico fue una preinscripción para recibir "protección internacional" que Grecia abrió como primer paso para su reubicación, un trámite que cumplieron 28.000 personas, porque resulta que los refugiados que estaban en las islas, que son muchos, no pudieron hacerlo. Pero es que, además, muchos de los entrevistados por ambas ONG aseguran que nadie les informó de sus derechos a reunirse con sus parientes. Ni de que familia, para la UE, son los hermanos mayores de edad, ni los hijos, ni los ancianos, ni las mujeres embarazadas con menores a su cargo, ni los discapacitados, ni los enfermos de la misma sangre.

Si en Navidad, en nuestra cultura, la familia se reúne y comparte, presionemos también para que, al margen de las religiones, sirios, afganos, iraquíes o cualesquiera que sea su conflictiva tierra, puedan disfrutar del calor de los suyos a su lado.

"Llevo siete meses en Grecia con mis dos hijos de cinco y cuatro años y mi marido está en Suecia. Mi hijo de cuatro años tiene graves problemas de salud. Tuvo una operación de estómago complicada en Siria y sufre de asma. Estuvo 20 días en un hospital en Atenas. Hay días en que no puede respirar. No tengo ninguna esperanza. Deberían dar prioridad a los casos con niños enfermos". Escuecen las palabras de esta madre siria, de 32 años, en el campamento de Skaramagas, en Atenas. Como lo hacen las de esa mujer que tiene dos hijos de 24 y 21 años en Alemania, y no la dejan abrazarlos. Y las de ese joven que tiene, también en Alemania, a todos los suyos porque él quería terminar sus carrera en Alepo y no quiso irse. Pero eso era en el otro Alepo, no el que hoy existe. Un mundo de cascotes y ruinas.

Basta echar un vistazo a las cifras para entender su frustración y desesperanza. El año pasado, 1.082 refugiados en Grecia solicitaron reunirse con algún familiar en Europa, y lo consiguieron 744; pero este año lo pidieron 2.446 y sólo 283 lograron su objetivo, es decir, apenas un 11% del total y un 62% menos que el año anterior. Sólo para resolver estas peticiones, la media de espera fue superior a ocho meses, y encima sin posibilidad real de recurrir una negativa.

Y qué decir de la reubicación de estos refugiados, otra opción para estar juntos de nuevo. En este asunto, no sólo España incumple sus compromisos. Apenas un tercio de las solicitudes realizadas desde enero se han aceptado. A este ritmo se tardarán 15 años en tener acogidos legalmente a los 160.000 que se fijaron en 2015. No sólo pueden ser aceptados en un país que no quieren, sino que rara vez son reubicados juntos los parientes cercanos, contribuyendo más a la ruptura familiar, a la sensación de desamparo.

Action Aid y Alianza por la Solidaridad defienden que hay que acabar con esta situación con acciones muy concretas, y por otro lado, imprescindibles. Para empezar, cambiando el concepto de "familia" de la EU y adaptarlo a la realidad. Para continuar, informando a los refugiados de los derechos que les corresponden según la Declaración Universal de Derechos Humanos, la Convención de Derechos del Niños, la Carta de Derechos de la UE y hasta el Reglamento UE n.º 604/2013 del Parlamento Europeo. Y para terminar, apoyando al Gobierno griego para que preste todos los servicios de asistencia legal que corresponden a los refugiados. Y todo ello, sin olvidar los compromisos de acogida.

Las guerras destrozan familias, las rompen en pedazos. Pero existe un pegamento que ayuda a recomponerlas, y se fabrica con derechos, que ya están reconocidos, y con solidaridad. Si en Navidad, en nuestra cultura, la familia se reúne y comparte, presionemos también para que, al margen de las religiones, sirios, afganos, iraquíes o cualesquiera que sea su conflictiva tierra, puedan disfrutar del calor de los suyos a su lado.

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Soy periodista de divulgación científica y ambiental, también interesada en temas de índole social. Durante 21 años he trabajado en el diario 'El Mundo', hasta que llegó el último ERE. Ahora, colaboro con 'Reserva Natural', de RNE 5, el periódico 'Escuela', la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente y otros medios como 'freelance', a la espera de tiempos mejores. Autora del blog Laboratorio para Sapiens.