Una noche de Oscar

Una noche de Oscar

Nueva York, Manhattan, el 21 de marzo de 1999. Es domingo y es de noche. Pero no es una noche cualquiera. Es la noche de los Oscar. Para un español que está visitando Nueva York, es la noche de Pedro Almodóvar y de Todo Sobre Mi Madre. Habitación, no recuerdo el número, planta once del hotel Pennsylvania, frente al Madison Square Garden. Salgo a fumar al pasillo. Paseo un rato y al girar... Horror. Todos los pasillos son iguales, como en una película de David Linch. Y ahora, ¿qué?

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Foto: REUTERS

Nueva York, Manhattan, el 21 de marzo de 1999. Es domingo y es de noche. Pero no es una noche cualquiera. Es la noche de los Oscar. Para un español que está visitando Nueva York, es la noche de Pedro Almodóvar y de Todo Sobre Mi Madre.

Habitación, no recuerdo el número, planta once del hotel Pennsylvania, frente al Madison Square Garden. Mi novia y acompañante de habitación cae dormida, mientras yo no pierdo detalle de la gala más importante del cine en el mundo. La gran ganadora está siendo American Beauty. Grito de Penelope Cruz. Peeedroooo y la Virgen de Guadalupe. Demasiadas emociones.

Salgo a fumar al pasillo. Paseo un rato y al girar... Horror. Todos los pasillos son iguales, como en una película de David Linch. No he sido consciente de los pasos que he dado ni de la dirección... Me pongo a probar en distintas puertas a lo loco con mi llave, que es una tarjeta. Oigo susurros y voces en inglés desde el interior de una habitación que queda, claro; no es la mía. Me acojono y desisto. Bajo a recepción en pijama retro, ajustado y muy pequeño respecto a mi silueta, dejémoslo en bastante indigno y a su imaginación. Once plantas abajo. La recepción se encuentra justo en frente de un precioso bar con rollo club de jazz lleno de gente guapa y arreglada. Nivel de Inglés; 2 sobre 10.

Intento explicar a la recepcionista que estaba viendo los Oscar, que salí a fumar y que no encuentro, ni recuerdo, el número de mi habitación. Me contesta, pero no entiendo mucho, ni bien. Llama por teléfono y entiendo que dice que en mi habitación no hay nadie, que no contestan. Intento explicar que mi acompañante se quedó dormida. Ella me habla muy rápido y ya no entiendo nada. Entonces se calla en un silencio que se me hace eterno. Miro a mis pies y estoy en calcetines y digamos que no combinan con mi pijama. Al fin, creo entender que me manda arriba y que alguien allí me ayudará.

No lo tengo muy claro, pero subo once plantas con más personas en el ascensor con la mirada puesta en mis calcetines. Planta 11. Se me ha hecho eterno. Veo una chica limpiando con un carrito de limpieza. Los nervios empiezan a hacer mella y mi inglés a pasado de 2 a 1 sobre 10. Le intento explicar que estaba viendo los Oscar, que salí a fumar y que la chica de recepción me ha dicho que ella me tenía que dar la llave. Su cara no deja lugar a dudas. No sabe de qué le estoy hablando y piensa que estoy loco. Me derrumbo.

Cojo el ascensor, esta vez bajo solo. Once plantas. Vuelvo a recepción, hay más gente en recepción y más gente en el club de jazz en el que toca un distinguido pianista. Pienso que todo el mundo me mira a mí y a mi pijama ochentero. Debo estar paranoico. La chica de recepción vuelve a hablarme mucho y muy rápido. Vuelve a llamar a mi habitación. No hay contestación. Está enojada, demasiado. Entiendo que me grita que vuelva a subir y que alguien allí me ayudará, que me está esperando. Subiendo, 11 plantas de nuevo en compañía, esta vez, un grupo de japoneses. Les imagino riendo, no quiero mirarles. Estoy paranoico y me da por pensar que me ha dicho el número de habitación, seguro, pero que yo no me he enterado. La inseguridad se ha apoderado de mí, por lo que sin llegar a salir del ascensor, vuelvo a bajar once plantas para asegurarme. El pianista del Club de jazz toca increíble. La recepcionista está ocupada, me mira muy mal y me hace esperar muchísimo, seguro que aposta. Finalmente, me atiende y me dice que no me puede dar el número de habitación, que ya me ha dicho antes que hay una persona arriba esperándome. Ahora le entendí algo mejor. Once plantas arriba.

Salgo del ascensor y veo a un hombre trajeado y con pinganillo, muy corpulento. No hay lugar a dudas. Me acerco y le intento explicar que estaba viendo los Oscar, que salí a fumar y que la chica de recepción... Me interrumpe y le entiendo a la perfección. "Your fucking room"... Sigo su dedo. Me abalanzo a la puerta y entro en mi habitación.

Ha pasado más de una hora y media desde que salí a fumar. Mi acompañante, ahora sí, no te jode, se despierta y me dice que qué narices hago... Le cuento que es una historia muy larga, que estoy agotado y que me quiero dormir... De fondo suena la tele con los Oscars, pero ya no me importan. Tengo el ego y el orgullo por los suelos, a la altura más o menos de mis calcetines

Historias como esta se pueden registrar en www.historiasquecuentan.com. Es la web del proyecto "Havana Club 7. Historias que cuentan", una iniciativa que impulsan Grupo Duende y Havana Club 7 para reivindicar nuestras historias cotidianas, esas historias que a todos nos encanta contar y parecen de película, y convertirlas en obras de arte. Hasta el próximo 10 de marzo, cualquiera puede registrar la suya, y tres cineastas, Ángeles González-Sinde, Borja Cobeaga y Fran Perea, escogerán, cada uno, su preferida para convertirlas en cortometrajes, que se estrenarán en salas comerciales.