El verdadero precio de un refresco

El verdadero precio de un refresco

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Estamos tres adultos en la cola del súper. Justo delante de mí hay un hombre de cuarenta y pico años con un refresco y un periódico. Delante de él, está una madre con su hija pequeña pagando. Cuando la madre y la niña se van, se adelanta el hombre para pagar.

"¿Dos dólares? ¡Aún recuerdo cuando solo valía uno!", le oigo decir sorprendido. Se dirige a la salida después de pagar y decido coger yo también un periódico. No puedo evitar fijarme en la noticia que hay en portada sobre las crecientes consecuencias de la epidemia de obesidad que atenaza no solo a Estados Unidos, sino al mundo entero, y cómo los sistemas sanitario y económico ya están esforzándose por no quedarse rezagados.

Unos nubarrones de triste ironía se posan sobre mí mientras trato de encontrarle algún sentido a estos acontecimientos. Me siento frustrado, no por ese hombre en concreto, sino por el sistema que hemos creado entre todos, que excluye a los individuos de la ecuación del panorama económico, más allá del precio de su, según él, caro refresco (y eso que el verdadero precio es mucho mayor). A veces me parece inútil pensar que el pequeño precio que ha pagado hoy ha sido, de hecho, solo la punta de un iceberg fiscal mucho más grande y preocupante.

Mi frustración se convierte en concentración al tiempo que me reafirmo en mi creencia de que nuestros mayores problemas de salud y la consecuente carga económica que genera en nuestras sociedades –una preocupación compartida por mucha gente– no es un problema que se saquen de la manga los médicos o se solucione en los hospitales, es un asunto que incumbe a los economistas, gente de negocios, políticos y quienes regulan los mercados. Es un problema creado por la economía. Y hasta que no comprendamos estas realidades económicas, será complicado avanzar o encontrar soluciones.

¿Cuáles son estas realidades?

Cuando compramos un refresco o cualquier bebida azucarada (productos que todos asociamos con el aumento de peso, la obesidad y la diabetes), no pagamos una, sino tres veces. La primera, en caja con dinero. Las otras dos veces, más adelante, y son estos pagos diferidos los que causan casi todo el problema, ya que conducen al llamado "fallo de mercado". Sucede cuando las fuerzas del mercado normales, que indican qué cantidad se fabrica y, lo más importante, qué cantidad se consume, se desequilibran debido a manipulaciones externas.

Básicamente y parafraseando a Churchill, lo que muchos de nosotros pasamos por alto es que el precio que este hombre pagó en caja por su refresco no fue el final, sino solamente el final del principio.

He aquí la explicación:

El precio en caja:

El primer precio que pagamos por las bebidas azucaradas es el dinero que abonamos en caja. Para ser un producto hecho con algunas de las materias primas más baratas de nuestro entorno (plástico del petróleo, agua del cielo y azúcar subvencionado con nuestros impuestos), las pocas monedas que pagamos ya son bastante en sí mismas. Estas materias primas apenas cuestan unos céntimos por botella, de modo que el beneficio que obtienen por cada producto no es nada desdeñable. Es un dato importante, porque es este generoso margen de beneficios el que permite que las compañías de refrescos se puedan permitir gastar tantos millones cada año en publicitarse, ejercer presión a los políticos y hasta pagar a los distribuidores (en este caso, el supermercado) para engatusar a los niños, llenar de colores nuestros frigoríficos y regalar vasos promocionales a lo largo de toda la cadena de venta.

Caro, ¿verdad? Pues no hemos hecho más que empezar.

El precio que pagas después de beberte el refresco:

Claro y directo: las bebidas azucaradas, refrescos, bebidas gaseosas o como quieras llamarlas no son buenas para la salud. Son de los pocos "alimentos" que no aportan ningún nutriente, salvo gran parte de las calorías que necesitamos diariamente. La ciencia ha mostrado su vinculación directa con la obesidad, la obesidad infantil y la diabetes. Existe una clara inclinación en la mayoría de las sociedades: los miembros más pobres de los países más ricos son quienes más toman estas bebidas, y cada vez más gente de los países más pobres está adoptando este malsano hábito. Se sabe que el cerebro no detecta las calorías de las bebidas azucaradas del mismo modo que en alimentos sólidos, de modo que se convierten en calorías adicionales que se suman a las que ingerimos en nuestras comidas o incluso abren más el apetito. Sería falso insinuar que las bebidas azucaradas son la única causa de la epidemia mundial de obesidad, pero está demostrado que son un factor importante.

Si tenemos en cuenta todo lo anterior, los refrescos resultan muy caros a las personas, ya que la obesidad, la diabetes y las enfermedades cardíacas no son baratas. A nivel mundial, esas son las principales causas de muerte y contribuyentes clave de las muertes prematuras (evitables). Facturas médicas, bajas por enfermedad, discapacidades derivadas de estas enfermedades debilitadoras de largo plazo, pérdida de tiempo de vida productivo debido a muertes prematuras... Todo ello supone un precio incalculable en el individuo y su familia. No se trata de una exageración futurista ni fantasiosa. Es un problema actual que asola hogares de todo el mundo. Se estima que la epidemia de obesidad le cuesta a Australia más de 56.000 millones de dólares al año. En Estados Unidos, las personas con obesidad tienen un 150% más de gastos médicos en comparación con las personas con un peso adecuado.

El precio que sigues pagando mucho después de haber dejado de tomar refrescos:

El coste final está relacionado con el hecho de que es imposible volver a encerrar al genio (en este caso, las consecuencias fiscales de las bebidas azucaradas), en la lámpara (o la botella) una vez que lo has dejado salir. El coste colectivo a largo plazo que tiene en nuestra sociedad es la estadística más alarmante de todas por dos motivos, al menos:

El primero es la omnipresencia de estas bebidas. Décadas de campañas masivas de marketing han normalizado y hasta incrustado en nuestra cultura la idea de los refrescos como constituyentes preciados y básicos de nuestra dieta, indicadores de éxito e iconos de "occidentalización". Un ejemplo sencillo: da igual qué ciudad visites en cualquier país del mundo, tendrá letreros rojos y blancos de Coca-Cola por todas partes.

El segundo motivo se debe a la cantidad que consumimos de estos productos. En 2016, México, Estados Unidos y Australia consumieron 297, 270 y 145,3 litros de bebidas azucaradas per cápita, respectivamente. La envergadura de la relación que hay entre el consumo de refrescos y problemas de salud a gran escala es prácticamente indescriptible. Los costes sanitarios directos e indirectos entre la población de distintos países son insostenibles. Para muchos países de ingresos bajos y medios, lo que empieza como un problema sanitario acaba convirtiéndose en un obstáculo para la reducción de la pobreza e incluso el desarrollo económico. Ahora el precio ya está completo, y recae con frecuencia en quienes menos pueden afrontarlo.

La verdad amarga de las bebidas azucaradas

Aunque son tremendamente rentables para las compañías de refrescos y los accionistas que disfrutan de los beneficios que les caen del cielo, el tsunami de los costes sanitarios de las bebidas azucaradas está llegando a nuestras costas.

No se trata de prohibir o acusar. Se trata de trabajar por una economía justa y de asegurarse de que las familias, los padres y la sociedad en general entiendan el panorama completo del precio que pagamos por los refrescos y puedan tomar sus decisiones de forma realmente consciente.

Llevamos demasiado tiempo pagando sin saberlo un precio muy doloroso por las bebidas azucaradas que consumimos. Estos gastos, diferidos durante años o incluso décadas, serán una cosecha enorme y amarga que llegará cuando ya no notemos el sabor dulce en nuestras bocas.

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El doctor Sandro Demaio trabaja en Ginebra para la Organización Mundial de la Salud. Este post fue escrito por Sandro a título personal. Los puntos de vista, opiniones y posturas expresadas en este artículo son exclusivamente del autor y no reflejan los puntos de vista de terceros. Sandro es también copresentador del programa australiano Ask The Doctor, de la cadena ABC.

Este post fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.

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