Benjamín Prado, un ajuste de cuentas

Benjamín Prado, un ajuste de cuentas

Prado es autor de libros deliciosos como 'Alguien se acerca', 'Dónde crees que vas y quién te crees que eres' o 'Los nombres de Antígona'. Su poesía está adscrita al culturalismo, por sus continuas referencias culturales, sobre todo a poetas y escritores y a músicos como Bob Dylan o Lou Reed.

"Uno tendría que tener un mínimo de dos vidas: una para leer, y otra para releer".

El barrio tranquilo de Madrid donde reside Benjamín Prado muestra en las ventanas y en las verjas de las urbanizaciones numerosos carteles naranjas con teléfonos de gente que vende o alquila sus viviendas. Es como una estampa sacada de su última novela, Ajuste de cuentas (Alfaguara), en la que la España del pelotazo y la actual crisis económica, política y de valores, están de fondo, un poco al modo de sus admirados Dickens o Galdós. Después de un rato observando esas calles silenciosas, llamo a la puerta de su casa. Al cabo de unos segundos me abre una chica de unos trece años, rubia, guapa, que viste uniforme de colegio.

-Había quedado con Benjamín Prado -le digo en el umbral.

-Sí, es mi padre. Pasa -me invita con un gesto-, todavía no ha llegado, está en la SER y me ha llamado para decirme que te recibiera.

La chica me acompaña al salón de la casa y, muy educada, se preocupa de ofrecerme café, té o agua.

-Con un vaso de agua es suficiente, gracias -le digo yo, mientras escudriño los libros que Benjamín Prado posee en los estantes de su librería. El fondo es descomunal: viejos y manoseados tomos con las obras de Melville, de Dostoievski, de Vargas Llosa, de Carpentier, ediciones antiguas, volúmenes y volúmenes de poesía y buena literatura. En una balda hay una foto con Joaquín Sabina, una amistad que conserva desde hace 30 años, y con quien escribió las canciones de ese bello disco titulado Vinagre y rosas.

-¿Te gusta leer? -le pregunto a la chica mientras deja el vaso de agua en la mesa de cristal.

-Sí, bastante.

-¿Y qué te gusta?

-Pues ahora estoy leyendo una saga que se titula Cazadores de sombras, ¿la conoces?

-Sí, creo que me suena -le digo con cierta duda-. ¿Y lees lo que escribe tu padre?

-No, porque dice que no lo voy a entender, que soy todavía muy pequeña.

-Es cierto, pero en unos pocos años ya podrás leer sus novelas.

-Bueno, las tengo todas dedicadas en mi cuarto. Esa que llevas ahí -me dice señalando el ejemplar de Ajuste de cuentas- está dedicada a mí y a María.

-O sea que tú eres...

-Dylan -se anticipa-, Dylan Prado. -Se calla unos segundos y continúa-: A veces, en clase de literatura nos ponen textos de mi padre o alguna frase suya para analizar.

-¿Y? ¿Las entiendes?

-Pues no mucho, la verdad -se ríe Dylan-. Lo que pasa es que no se lo digo. Es muy complicado lo que dice.

-Claro, porque tu padre utiliza muchas metáforas y juega con las paradojas y con el lenguaje.

-Ya, lo peor es cuando nos ponen una frase y no dicen el autor. Yo le digo al profesor que no la entiendo y cuando me dice que es de mi padre, pienso: ya podía escribir cosas que se entendiesen -y se ríe maliciosamente, justo en el momento en que llaman a la puerta-. Es mi padre, voy a abrir.

Benjamín Prado (Madrid, 1961) viene apresurado por el retraso, y enseguida pide disculpas. Va a la cocina a beber un vaso de agua y cuando regresa nos sentamos en los cómodos sofás del salón. Mientras me cuenta alguna anécdota de la SER, le observo con detenimiento: es alto, espigado, con el pelo más bien largo, liso, muy cuidado, luce un pequeñísimo y discreto pendiente de oro en la oreja izquierda, casi como un alfiler reluciente que le atraviesa el lóbulo, y viste una camisa verde oliva y unos vaqueros azules. Tiene unas manos grandes y firmes, y sus ojos, que podrían ser el vivo ejemplo de los ojos de un poeta, son lánguidos y melancólicos, y muestran la verdadera bonhomía que Prado enseguida transmite en la conversación.

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B. Prado junto a los retratos de Gil de Biedma y Auden en su lugar de trabajo. Foto: Santiago Velázquez.

Benjamín Prado es autor de libros deliciosos como Alguien se acerca, Dónde crees que vas y quién te crees que eres o Los nombres de Antígona. Su poesía está adscrita a la corriente del culturalismo, por sus continuas referencias culturales, sobre todo a poetas y escritores (como Paul Celan, Robert Lowell, Dylan Thomas, Anna Ajmátova, Tsvietáieva o Carver) y a músicos de la talla de Bob Dylan o Lou Reed. Y es autor de nueve novelas entre las que podríamos destacar No solo el fuego, Mala gente que camina u Operación Gladio, estas dos últimas protagonizadas por su alter ego, Juan Urbano, que vuelve a ser el narrador de Ajuste de cuentas.

-¿Cuánto hay de Benjamín Prado en Juan Urbano?

-Los personajes de los libros son como desagües a los que van a parar diferentes caracteres o maneras de ser. Está claro que si Juan Urbano solo fuera yo, sería algo pobre y mucho peor. En el caso de Ajuste de cuentas no creo que Juan Urbano se parezca a mí, creo que se va a parecer al noventa y nueve por ciento de los lectores que lean el libro. Es verdad eso que dicen los americanos: cuando baja el agua, bajan todos los barcos.

-¿Realmente la cosa está tan mal para los escritores ahora como lo cuentas en Ajuste de cuentas?

-La crisis ha tocado a todas las puertas, a la de los escritores también. Conozco de primera mano este vaivén de trabajos que desaparecen o de compañeros despedidos que no tienen donde colaborar o buenos escritores que no tienen donde publicar. En mi caso, me va mejor que a Juan Urbano, si dijese lo contrario sería un miserable (se ríe).

-El dibujo que haces de los medios de comunicación es desolador.

-Hombre, es que es uno de los sectores más vapuleados por la crisis. Los medios están viviendo una crisis en plural: la crisis del papel, la crisis de la publicidad, la crisis del soporte... Hay una cosa muy clara: no podemos vivir sin los medios de comunicación. Si no hay periodistas que denuncien los escándalos que estamos sufriendo, no nos vamos a enterar porque lo diga otro diputado en el Congreso, y esto es muy importante. El poder nunca quiere que se cuente la verdad entera, solo la mitad que le beneficia. Y lo que busca es la impunidad, la palabra más terrible del diccionario.

-¿Escribir en España es llorar?

-Algunos escriben tan mal que hacen llorar (se ríe). No, fuera de bromas: vivir de la literatura no es fácil, pero también es cierto que se está produciendo una selección natural. Los medios intentan sobrevivir a fuerza de suicidarse, y la cuestión es que muchos de ellos en vez de apostar por la calidad y por aquellos autores que van a perdurar, se están decantando por productos de éxito fácil e inmediato. Vivimos tiempos confusos y necesitamos escritores y periodistas que sean capaces de poner algo de luz en todo lo que nos está sucediendo.

-Con la situación actual del país, parece que esto debería ser un polvorín y no lo es, ¿no?

-Sí, llevas razón. A mí me está sorprendiendo mucho la capacidad de aguante de los ciudadanos españoles. No digo que lo desee, pero me extraña que no aparezcan todos los días diez o doces cajeros quemados. En el caso de España, veníamos de una época de totalitarismo sanguinario, con un deseo de vivir en paz y de no volver a tener problemas, que creo que es lo que explica todo lo que ocurrió en la Transición y los posteriores años de bonanza económica. En la época de las vacas gordas, cuando España tenía el mayor índice de propietarios de Europa, nos convencieron de que todos teníamos que ganar mucho dinero, que una cifra valía más que mil palabras, y que el fin justificaba los medios. La única manera de frenar a esos pocos que se lo han llevado todo es siendo muchos, y la solución pasa por hacer cosas colectivamente.

-¿Vamos a vivir un auge del tema de la crisis en la novela?

-Yo creo que sí, porque esto no es lo que parecía, y eso implica que hay que contárselo todo otra vez desde el principio. Hay gente que está haciendo lo que hace Juan Urbano en la novela: aflojando bombillas para reducir el consumo eléctrico, prescindiendo del ADSL, comiendo en casa de los padres y eso es muy duro. Mientras tengamos políticos como los actuales, España no saldrá del atolladero. Esa lacra, por ejemplo, de ministro de Cultura, Wert, es la octava plaga que está azotando el país. Wert ha venido a destruir la cultura española, empleando la mayoría absoluta, que es el sistema más antidemocrático que existe.

-Volviendo a tus libros, desde que publicaste Raro a este Ajuste de cuentas los temas de tus novelas han ido variando: de la metaficción y los asuntos más existenciales a estos más sociales y anclados en contextos muy concretos. ¿Por dónde irán los próximos?

-La idea es hacer eso que decía Balzac de que la novela es la historia privada de los países. Una novela debe aspirar no tanto a contar acontecimientos históricos sino a analizar los efectos que estos tienen en las personas normales. Probablemente antes escribía más para mí y ahora escribo para todo el mundo. Como soy un fantasma, he alardeado de que voy a escribir diez novelas con Juan Urbano y de momento solo llevo tres (se ríe). Una por cada mandamiento.

-Se puede decir que eres un autor bastante innovador, ¿no? Tuviste artistas invitados en Jamás saldré vivo de este mundo, con la colaboración de Almudena Grandes, Javier Marías o Juan Marsé, entre otros, y ahora has publicado el libro de cuentos Qué escondes en la mano, que son los relatos que Juan Urbano es incapaz de escribir en Ajuste de cuentas.

-Me gusta jugar y divertirme cuando escribo, sorprender al que me lee y no dar comida recalentada. Lo que más me gusta en el mundo es dar con ideas que nadie antes haya pensado. Cuando se me ocurrió publicar el libro de cuentos Qué escondes en la mano, Pilar Reyes (la editora de Alfaguara) salió huyendo y tuve que echarla un lazo, pero al final la convencí.

-¿Cómo es tu proceso de escritura?

-Tengo que saber exactamente de qué idea parto, sobre qué quiero escribir, y qué quiero hacerle al lector. Tengo clara la estructura y bastante claro el final, y a partir de ahí no quiero saber nada más, porque si no me aburriría. En Ajuste de cuentas, un día se me ocurrió que los protagonistas se podían ir a China porque es el ejemplo máximo del cinismo: un país, dos sistemas, a un lado Shangai, apoteosis del capitalismo, y al otro lado, Tiananmen, donde los tanques están aplastando a la gente.

-¿Sigues admirando a los mismos autores que cuando empezaste a escribir?

-No, porque he descubierto muchas cosas en todo este tiempo. Soy un lector infatigable y algunos escritores que en su momento me parecían la piedra filosofal de la literatura no los pondría ahora tan arriba.

-¿Cómo cuáles, por ejemplo?

-Me parecieron más grande de lo que me lo parecen ahora Marguerite Duras o Charles Bukowski. Y me pasa también lo contrario, me ha pasado con Vargas Llosa por ejemplo. Su última novela, El héroe discreto, me parece perfecta, de una sabiduría extraordinaria con un final que no te esperas. Hay autores que me siguen pareciendo sublimes, como Steinbeck, Dickens, Galdós. Uno tendría que tener un mínimo de dos vidas: una para leer, y otra para releer.

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Benjamín Prado en la biblioteca de su casa. Foto: S.V.

-Llevas mucho tiempo sin escribir poesía, ¿no?

-Pues casi siete años, pero espero sacar un libro de poemas en breve. Con la poesía me ocurre lo contrario que con la novela. Si ésta la escribo para la gente en general, la poesía la escribo para personas concretas. La novela no puedes dejarla escapar, hay que perseguirla hasta el final. Cuando escribí el disco de Vinagre y rosas con Joaquín Sabina dejé aparcada una novela durante siete meses, pensando ingenuamente que luego podría retomarla. No pude y al final tuve que empezarla de nuevo. Los poemas, en cambio, se escriben con cierto componente de abstracción.

-¿Y cómo es eso de escribir al alimón con Sabina?

-Pues igual que cuando escribo solo, es decir, peleándome por cada palabra. Fueron siete meses muy intensos donde discutíamos cada palabra y cada verso que escribíamos, en Praga, en Tenerife, en Rota, en Madrid, y lo más curioso es que salimos de ese disco más amigos de lo que entramos. Con Joaquín todo es muy intenso, pero nos divertimos mucho.

-¿Cómo y cuándo empezaste a escribir?

-Empecé a escribir porque un día llegué a mi casa y escuché a Bob Dylan. Escribí unas versiones de canciones de Dylan y unos poemas, inspirados en Rimbaud y William Blake. Más tarde, el profesor de literatura de mi instituto me recomendó que, como a mí me gustaba escribir, leyera los dos mejores libros de poemas del siglo XX: Poeta en Nueva York de Lorca y Sobre los ángeles, de Alberti. Fui a una librería, me compré el libro de Alberti y me lo leí. A los pocos días, mi padre me mandó a comprar una barra de helado y me encontré a Alberti en el bar donde fui a comprarla. Me acerqué y le dije que me habían gustado sus poemas, especialmente los del libro Sermones y moradas, y eso le interesó muchísimo. Alberti estaba harto de que le dijeran que su mejor libro era Sobre los ángeles, así que me dijo: "¿Cuántos años dices que tienes?" "Dieciocho", respondí yo. "Te invito a un gin tonic", me dijo y así empezó todo. Fue una relación muy estrecha, nos llamábamos cinco o seis veces al día, le acompañaba a comprar o al médico, y hacíamos lo que él llamaba "viajes literarios", un día a la Veruela a ver el sitio donde Bécquer escribió las Cartas desde mi celda, otro a Soria a ver la tumba de Leonor (la mujer de Machado) u otro a ver el sitio donde nació Garcilaso.

-Hay una última cuestión que se plantea en el libro y que no quería dejar de preguntarte, ¿por qué vendería su alma al diablo Benjamín Prado?

-Todo el que ejerce una tarea con pasión le está vendiendo su alma al diablo. Las novelas tienen muchísimas horas de trabajo solitario y están sometidas a muchas dudas. Yo siempre me pregunto: ¿este libro de verdad hace falta? Tienes que estar muy seguro antes de ponerte a escribir. Siempre busco algo que sea importante contar, ese es mi objetivo. A lo que tengo verdadero miedo es a que lo que estoy escribiendo se le haya ocurrido a otro, y siempre entro aterrorizado en las librerías esperando encontrarme un libro que haya tratado el tema que me ocupa. Eso me aterra demasiado.