Un premio que cumple la mayoría de edad

Un premio que cumple la mayoría de edad

El premio literario Arcebispo San Clemente cumple ahora su mayoría de edad y de repente se hizo mayor, más viejo que la edad de su jurado, formado por estudiantes de segundo de bachillerato. La edad los hace más díscolos, más críticos, más sueltos, más libres: imprevisibles y exigentes.

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Diez y ocho años son muchos o pocos, depende. El premio literario Arcebispo San Clemente cumple ahora su mayoría de edad y de repente se hizo mayor, más viejo que la edad de su jurado. El jurado lo forman estudiantes de segundo de bachillerato, a punto de cumplir los dieciocho años, del instituto compostelano Rosalía de Castro y de otros cuatro institutos gallegos que varían cada año. Este año esos menores de edad decidieron escoger las novelas de una escritora, Marina Mayoral (Deseos), y de dos escritores, Xavier Queipo (Extramunde) y Peter Stamm (Sieben Jahre, Siete años). Una escribió en castellano, otro en gallego y el otro en alemán.

¿Qué opinan los escritores de un jurado así, compuesto por personas menores de edad? ¿Será mejor o peor que otro formado por académicos y críticos? ¿Es más peligroso? Puede que sí, esos jóvenes menores de edad tienen más peligro. Aún no han entrado en el juego de los adultos, no han jurado aún sus leyes y la edad los hace más díscolos, más críticos, más sueltos, más libres. Por otro lado son estudiantes que han cursado varios años de lenguas y literaturas y son los alumnos y alumnas más interesados en ellas. Son un jurado preparado, pero imprevisible y exigente. Como ya van allá esos dieciocho años parece que a la mayoría de los escritores les produce respeto y, seguramente, curiosidad y por eso han venido cada año a recibirlo cada uno desde su lugar. Vargas Llosa, Tarik Alí,Tabuchi, Saramago, Baricco, Gaarder, Auster, Kundera, Yehoshúa, Murakami, Barners, Mankell, De Luca, Tòibin, Eugènides, Mazzuco, Nothom y ahora Stamm, sin contar a los escritores y escritoras de nacionalidad española que imaginamos que tendrían una mayor familiaridad al menos con la ciudad de Santiago. Para los escritores en lengua gallega el mismo edificio del instituto Rosalía de Castro situado en el centro histórico les resultaría muy familiar, aunque eso no salva de que cuando uno entra ahí se sienta una sensación extraña al verse rodeado de adolescentes que escrutaron ceñudos su libro. A mí me ocurrió en una ocasión, precisamente hace dieciocho años, y no se me olvida el miedo que me imponía aquel equipo de adolescentes severos. Aunque ahora que, cosas de la vida, estoy de profesor en ese centro mi respeto es más fundado porque los conozco.

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El premio funcionó estos años, el primer año los organizadores tenían miedo de que los premiados desconsiderasen el premio y no acudiesen a recogerlo, pero no fue así, era una aventura que corrió la dirección de un instituto de enseñanza media que interpretó de ese modo cuáles eran las labores de un centro educativo. Detrás de la ceremonia está la cocina del centro, el profesorado, alumnado, personal administrativo, bedeles, personal de limpieza..., toda la modestia de un centro público. Y naturalmente, una dirección que inspiró ese premio así como otro premio de ensayo, Bento Espinosa, y que se atrevió a buscar el patrocinio de empresas privadas, de modo que debe de ser la ceremonia de entrega de premios con menos autoridades por metro cuadrado.

Cada vez cuesta más encontrarle sentido o lugar a la literatura y eso provocará inseguridad a quien escribe, pero enfrentarse al juicio lector de jóvenes así es una prueba que revitaliza.

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