Carta a los reyes sobre Cataluña

Carta a los reyes sobre Cataluña

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Señor: en estos momentos de incertidumbre general, le va a parecer una tontería esta carta, pero como tampoco le he visto muy activo en este tema, dicho sea sin ánimo de impertinencia, pienso que tal vez disponga de tiempo para resolver una duda que me corroe en estas horas.

El domingo 1 de octubre no iré a votar. Lo tengo claro. La razón principal es la siguiente: me gusta saber para qué sirve mi voto, y esta convocatoria es confusa. Un día se dice que es un referéndum de autodeterminación, otro día que es una movilización contra el Partido Popular, otro día es una jornada de protesta y otra, una reivindicación del derecho a decidir. Tengo opinión sobre todo ello, pero no quisiera votar una cosa y que se contabilizara mi voto para otra. Las convocatorias tienen que ser claras. Esta no la es.

Más razones: no me gusta nada cómo se ha convocado este referéndum. Nada es nada. No es que me disguste un poco: no me gusta nada. No se puede ir hacia la independencia sin contar con la mitad de los representantes de los catalanes. La razón me parece obvia: las mayorías electorales son variables, y resultaría un disparate que se proclamara la independencia por mayoría absoluta, se convocara a elecciones y en un inesperado resultado obtuviera mayoría absoluta en Cataluña un conglomerado de partidos que defendiera la unidad de España, o una coalición, Junts Cap Allà. En democracia hay que contemplar la posibilidad de que las elecciones las ganen los adversarios. Sería extraño ver a Inés Arrimadas proclamar la dependencia desde el balcón de la Generalitat, y a los independentistas reclamar una mayoría de dos tercios para volver a España. Para emprender un cambio tan importante es necesario disponer de una mayoría amplia, sostenida y estable. Es lo que pienso yo, y como la decisión es mía, creo que debo actuar en consecuencia: no iré a votar porque no acepto la convocatoria del próximo domingo como un referéndum de autodeterminación.

Otra razón para no votar es que, por lo que he oído, el colegio electoral donde me corresponde votar estará cerrado, precintado y con unos policías en la puerta dispuestos a que no vote. Es una razón de peso. Sé que la presencia policial no es arbitraria: el referéndum ha sido suspendido por el Tribunal Constitucional. No comparto en absoluto un referéndum sin apoyo indiscutible en la ley. También le digo, Señor, que si el Gobierno no es capaz de conseguir que se desconvoque, no puede pedir a los ciudadanos que no vayan a las urnas. Entre Usted y yo, esto es el colmo del marianismo: que los ciudadanos elijamos qué legalidad seguir y, con los mandos policiales enfrentados, confiar en que no haya violencia. No sé si lo veo. En todo caso, ¿policías contra la voluntad de centenares de miles de personas? ¿Estamos seguros, dicho en todos los sentidos?

Tengo muchísimas razones para no ir a votar: ¿crear una legislación paralela en Cataluña, aboliendo el Estatuto y la Constitución por mayoría absoluta? No puedo aceptarlo como un pequeño déficit democrático, necesario por las dificultades del momento.

Por las razones expuestas, y aún otras que sería prolijo detallar, no iré a votar el domingo 1 de octubre. Ahora bien, y aquí viene la duda que le planteo, Señor: sé que durante todo el día 1 voy a tener la sensación de ser deshonesto. Le cuento por qué: yo creo que esto que llamamos conflicto catalán (y que yo más bien creo que es conflicto español, aunque ahora no viene al caso discutir el nombre de la cosa) deberá resolverse con reformas legales.

Si voy a votar estoy dando validez a una convocatoria que no acepto, y si no voy a votar estoy contribuyendo a cegar la única posibilidad que veo para resolver esto.

Aquí y allá leo propuestas de reformas. Grandes o pequeñas, hondas o ligeras, moderadas o radicales. Yo tengo mi propio criterio: pienso que habrá que reformar la Constitución, reformar el Estatuto de Cataluña y aprobar una Ley de Claridad para que sea posible votar con garantías sobre la pertenencia a España; va a ser muy difícil convencer al 80% de los catalanes de que lo auténticamente democrático es no votar nunca y bajo ninguna condición algo que vienen reclamando votar. Es muy posible que yo esté equivocado, y que no sean estas las reformas necesarias, sino otras. Propone reformas Podemos, propone el PSOE, propone el PNV, proponen reformas periódicos, constitucionalistas, articulistas, y hasta el gato que no tengo propone reformas. En todo caso, es dudoso que esto se solucione sin reforma alguna.

Aquí viene mi problema, Señor: pienso que la única posibilidad de que el Gobierno de España y la mayoría que lo sustenta acepte una reforma es que el próximo 1 de octubre haya en Cataluña una movilización muy importante.

Con mi decisión de no votar tengo la sensación de que estoy pidiendo a mis vecinos que hagan el trabajo para conseguir el objetivo que yo busco.

Entienda mi dilema: si todos los catalanes hicieran como yo, de ninguna de las maneras se plantearía ninguna reforma de nada, y yo creo que para solucionar esto hay que hacer reformas. No estoy seguro de que actuar así sea honesto. Siento que me están empujando a decidir entre algo ilegal y algo deshonesto.

Si voy a votar estoy dando validez a una convocatoria que no acepto, y si no voy a votar estoy contribuyendo a cegar la única posibilidad que veo para resolver esto.

Reconozca, Señor, que los poderes públicos han colocado a los catalanes en una mala situación. Muy mala.

Por cierto, hablando de todo un poco: el artículo 56 de la Constitución dice que el Rey, como jefe del Estado, es símbolo de su unidad y permanencia, y arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones. No sé si sería una interpretación forzada sugerir que ese artículo permitiría abrir una rendija para la intervención arbitral de Su Majestad. Lo digo porque si ante una crisis de Estado el Jefe del Estado no tiene función alguna, al final la gente se va a acabar preguntando cosas.

Bueno, Señor, no quiero importunarle tampoco, que también tendrá lo Suyo.

Atentamente.

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