Un cuento para imaginarse la pesadilla del 'bullying'

Un cuento para imaginarse la pesadilla del 'bullying'

Intentaba tranquilizarse, respirar, pensar que él no hacía nada malo, pero no podía evitar tener miedo. Si bajaba, sabía lo que suponía: gritos, amenazas, risas, burlas, insultos... Había intentado hablarlo con su familia y ellos sólo decían que tenía que ser fuerte, aguantar y que los demás no vieran su miedo. Pero él era incapaz de controlarlo. Y ya había intentado todo.

5c8b7878200000430470d8bb

Foto: ISTOCK

Me gustaría contribuir a la campaña de concienciación acerca del bullying. Soy consciente de que lleva existiendo toda la vida, pero no es justo que siga ocurriendo. Y es cada vez, si cabe, más cruel, agravado por el uso de las redes sociales. Este cuento es mi pequeña contribución.

EL KOALA

Es sabido que entre los animales siempre se distingue a los fuertes de los demás, ya que se convierten en líderes de la manada.

Una vez, existió un koala que se salió de esa norma.

De pequeño, el koala vivía acompañado del resto de su familia. Estaba protegido y, muy pronto, se dieron cuenta de que el koala podía subir los árboles más rápido que los demás. Había nacido con esa habilidad.

Sin embargo, cuando se juntó con otros koalas, aparecieron los problemas.

El koala no alardeaba de su capacidad para subir rápido a los árboles, pero sí lo hacía cuando su maestro se lo pedía. Ya que él no podía negar su habilidad.

Desde el principio, los demás koalas pequeños lo rechazaban. Empezaron por decirle que intentaba destacar para dejar en mal lugar a los demás. De eso, pasaron al desprecio, a los insultos y las amenazas.

En muchos momentos, el koala pasaba mucho miedo, por lo que trepaba cada vez más rápido para escapar de sus compañeros. En lo alto del árbol encontraba la tranquilidad, pero siempre tenía que volver a bajar. Eso le hacía ponerse muy nervioso. Tanto, que sudaba y se le resbalaban las patas.

Intentaba tranquilizarse, respirar, pensar que él no hacía nada malo, pero no podía evitar tener miedo. Si bajaba, sabía lo que suponía: gritos, amenazas, risas, burlas, insultos... Había intentado hablarlo con su familia y ellos sólo decían que tenía que ser fuerte, aguantar y que los demás no vieran su miedo. Pero él era incapaz de controlarlo. Y ya había intentado todo.

Un terrible día para el koala llegó. Fue el día en que uno de sus compañeros le dijo que era mejor que nunca hubiera nacido, porque sólo con su presencia dañaba a la vista de los demás. El pequeño koala se hundió. Tanta crueldad le había hecho una herida que no se podía ver a simple vista, pero que sentía en lo más profundo de su corazón.

Decidió subir una vez más a lo alto del árbol, esta vez, despacio, lentamente. Lloraba y lloraba, y sus compañeros seguían a lo suyo.

Cuando alcanzó la copa del árbol, miró hacia sus compañeros, y se derrumbó.

Estuvo horas allí, y llegó la noche. No quería moverse, y nadie podía alcanzar la misma altura que él. Y por eso, el pobre koala se quedó allí toda la noche. Solo, triste, sin comprender por qué tenía que recibir ese trato por parte de sus compañeros. Al fin y al cabo, él nunca había hecho nada malo. Ni había intentado nunca hacer daño a nadie. Él era un buen koala. Y estaba tan dolido que no podía ni moverse.

"Tanta crueldad le había hecho una herida que no se podía ver a simple vista, pero que sentía en lo más profundo de su corazón."

Al amanecer vio que salía el sol. Nunca le habían dejado subir a los árboles de noche, por lo que era la primera que veía semejante belleza. Entonces, tuvo una idea: "Es que yo no tengo nada malo. No tengo nada por lo que sentirme mal conmigo. Soy el más rápido, y no lo he pedido, pero tampoco lo voy a desaprovechar. Ellos no podrán acabar conmigo porque no puedan alcanzar la copa. Y yo no estaré el resto de mi vida en el suelo para poder integrarme y vivir como ellos." Respiró aliviado.

  5c8b7878360000a61b6d2ae3

Foto: ISTOCK

Se decidió a bajar y allí estaban todos: su familia, su maestro, sus compañeros y las familias de ellos.

El pequeño koala, que aquella noche había estado llorando desconsoladamente, se había convertido en un koala fuerte. Tocó el suelo y habló para todos los demás:

"Siempre me habéis tratado mal. Habéis sido crueles conmigo. Y no lo entiendo. Pero tampoco voy a quedarme quieto mientras lo averiguo. Podemos llevarnos todos bien si lo intentamos. No creo que haga falta hacer sentir mal a uno para que los demás se sientan mejor".

Miró a su maestro: "Sabías lo que estaban haciendo mis compañeros, y eras el único que podía hacer algo por ayudarme. Sólo te pediré que, si esto se repite, actúes, porque aquí sólo tú puedes enseñarnos a respetarnos entre todos". Asombrado y avergonzado, el maestro asintió.

Miró a su familia: "Sé que habéis intentado que estuviera bien, y que no me afectara lo que mis compañeros me decían. Siempre me habéis valorado por lo que soy, pero también necesito vuestra protección. Cuando decís "Haz esto, actúa como si", ¿creéis que no lo he intentado? Claro que sí, pero no funcionaba. A partir de ahora, por favor, apoyadme si me veis hundido, abrazadme, y hablad con los demás koalas para que todos podamos vivir mejor".

Todos los presentes se quedaron abrumados por sus palabras. Se había convertido en un koala adulto. Y se sentía seguro.

Las siguientes semanas las cosas fueron cambiando, poco a poco. Al principio, seguían las risas y las bromas, pero el koala ya no se desmoronaba, sino que continuaba su vida, tranquilo y seguro. Y las bromas cada vez las seguían menos compañeros. Hasta que solo quedaban un par que entraban al juego. Incluso, hubo algún pequeño koala que se unió a él en sus actividades.

Encontró a otro maestro que le enseñaba trucos para subir con mayor agilidad, y cada vez se sorprendía más por su rapidez. Entrenaba cada día y estaba de mejor humor.

Pasaron los años, y las cosas cambiaron. Cada vez admiraban más la habilidad del koala, y las familias empezaron a darle comida y regalos para que les enseñara a mejorar.

Un día, uno de los koalas que habían estado presentes cuando el compañero fue muy cruel con él, se acercó a hablarle. Y le pidió perdón por haberlo tratado tan mal, haber sido tan injustos con él, y por no haber hecho nada en aquel momento. El koala le dijo que le agradecía sus palabras de disculpa, y se alejó.

"Es que yo no tengo nada malo. No tengo nada por lo que sentirme mal conmigo. (...) Y yo no estaré el resto de mi vida en el suelo para poder integrarme y vivir como ellos."

Cuentan que vivió muchos años, y se convirtió en una leyenda. Que fue un gran koala, que ayudaba a aquellos que más lo necesitaban y que fue feliz. Y todo porque había conseguido quererse a sí mismo a pesar de lo que los demás decían. Todo porque había aprendido que, cualquiera, fuera como fuera, mientras no hiciera daño a nadie, merecía la pena. Y que el más fuerte es aquel que, conociendo sus debilidades y sus habilidades, las asume, las acepta y aún así tiene la suficiente seguridad como para salir adelante solo y pedir ayuda cuando la necesita.