¿Y si Botín comprara un barrio?

¿Y si Botín comprara un barrio?

Los beneficios serían múltiples. La ciudad obtiene un espacio urbano mejorado, nuevas zonas comerciales, dotaciones y habitantes que, a su vez, atraerán actividad económica. La empresa no solo consigue una sede, sino que además reduce los tiempos de viaje al trabajo de sus empleados.

Estamos acostumbrados a encontrar proyectos de regeneración urbana, en centros históricos o barrios periféricos, como consecuencia de importantes planes maestros desarrollados por las administraciones públicas. Como ejemplos, el plan RIVA de Valencia o su contemporáneo madrileño, el plan de reforma del centro histórico. Los objetivos de estos planes suelen ser devolver la vida a los espacios urbanos en proceso de abandono: rehabilitación de viviendas, construcción de dotaciones públicas, esponjamiento urbano (abrir nuevos espacios), mejora de la accesibilidad, etc.

¿Pero es posible hacer algo así desde la iniciativa privada? Hace años que las grandes empresas empezaron a abandonar los centros urbanos de las capitales europeas. El Canary Wharf de Londres o La Défense de París son dos ejemplos de cómo las multinacionales más relevantes, con miles de empleos en sus sedes corporativas, han huído de la ciudad hacia microecosistemas urbano-mercantiles (cuya calidad como espacios urbanos, conste, no pongo en duda, pues en muchos aspectos evidencian una calidad envidiable), o por el contrario, como en la City londinense, han sustituido un barrio preexistente por uno de esos microecosistemas a los que hacía referencia.

En España no existe un ejemplo similar (tal vez, lo más parecido sea, con un tinte distinto, el Distrito 22@ de Barcelona). Los gigantes españoles han optado por un modelo diferente: han hecho horizontal el rascacielos y se han aislado en la periferia. Un derramamiento urbano (traducción que creo más gráfica de las expresiones inglesa sprawl y francesa étalement) en versión empresarial, en este caso cambiando las urbanizaciones de chalets por oficinas.

Este es el caso del Distrito Telefónica o de la Ciudad Financiera del Santander, sin duda los dos ejemplos paradigmáticos de esta forma de organización de la empresa que, no en vano, tiene sus ventajas. Estos complejos, con jardines y servicios, parecen más vivibles para los empleados que los rascacielos habituales, y si se sirven con sistemas de transporte eficientes (gestionados por la propia compañía o por las empresas de transporte público) pueden incluso beneficiar la sostenibilidad de la movilidad urbana con respecto a otras formas de establecimiento empresarial. Desde luego no son comparables, en sus inconvenientes, al sprawl residencial, al que es difícil encontrar beneficio social alguno.

Pero algunas empresas sorprenden renunciando al rascacielos y al campus corporativo, y optando por establecerse en el centro de la ciudad, y aprovechar la millonaria inversión necesaria para ubicar los miles de empleados de sus sedes sociales en regenerar un barrio en decadencia. Es lo que pretende hacer el gigante del calzado Zappos en el abandonado centro -sin duda, en el sentido menos europeo del término; centro urbano, pero no histórico- de Las Vegas, en un proyecto que ha tenido una acogida muy positiva.

¿Sería posible en Europa llevar a cabo un ejercicio similar, que una empresa invirtiese varios cientos de millones de euros en comprar un barrio en decadencia prácticamente entero con la finalidad de rehabilitarlo, de ofrecer a sus empleados viviendas en compra o en alquiler con condiciones beneficiosas, destinase los locales de los edificios a comercios, supermercados o boutiques; mejorase el viario y construyese dotaciones públicas para la ciudad?

Los beneficios serían múltiples. La ciudad obtiene un espacio urbano mejorado, nuevas zonas comerciales, nuevas dotaciones y nuevos habitantes que, a su vez, atraerán actividad económica. La empresa no solo consigue una sede, sino que además reduce los tiempos de viaje al trabajo de sus empleados (sea porque se mudan al barrio, sea porque al instalarse en el centro urbano se gana en cercanía y en conexiones de transporte público preexistentes, que el empresario no necesita financiar), y podría incluso obtener rentabilidad económica, y sobre todo, una mejor imagen ante sus potenciales clientes.

No obstante, debemos ser realistas. Incluso un gigante empresarial encontraría decenas de problemas para realizar un proyecto así, aunque contara con el aval de las instituciones y lo encuadrase en el planeamiento urbanístico. Es un planteamiento de política corporativa muy ambicioso hasta para las grandes multinacionales, que necesitaría de cantidades importantes de dinero y de toda la colaboración de las administraciones públicas, además de un importante apoyo social: los grandes proyectos urbanísticos destacan, al menos en España, por demorarse incluso décadas por culpa del más pequeño grupo de intereses, lo que posiblemente haría directamente descartar un plan de tal magnitud a una empresa que busca, ante todo, eficiencia.

Por ello, seguramente, no veremos más que unos pocos proyectos así de ambiciosos en todo el mundo; pero aun así, es muy interesante pararse un momento a reflexionar sobre ellos para ver cómo también la iniciativa privada puede hacer urbanismo de calidad y puede, en definitiva, cambiar la ciudad. En el punto en el que nos encontramos en nuestra historia urbana, en el que casi todos llegamos a la conclusión de que ha dejado de tener sentido desarrollar más suelo, tanto por la insostenibilidad ambiental, como también porque no se hace necesario a la vista de las perspectivas de evolución demográfica de nuestro país, en el que ya hay más viviendas de las que ocuparemos en algunas décadas, hay que centrarse en mejorar y en aprovechar mejor lo existente, con todo tipo de iniciativas centradas en la regeneración y la rehabilitación. Y tú, ¿qué pensarías si Botín comprara un barrio?