A falta de Guerra Fría, Snowden

A falta de Guerra Fría, Snowden

Antes, los enemigos eran reales: en el mundo había tipos buenos y malos. Los servicios secretos se espiaban entre sí; hoy espían a sus propios ciudadanos.

El caos desatado dentro del gobierno de Estados Unidos por las revelaciones del exagente de la CIA Edward Snowden es un buen ejemplo de la falta que le hace al mundo la Guerra Fría, cuando Occidente contaba con una amenaza real y tenía un enemigo identificable.

Desde la caída del Muro de Berlín, el desmoronamiento de la Unión Soviética y la apertura de las fronteras de los países del Este, el mundo no sólo dejó de ser lo que era, con sus dos bloques ideológicos y políticos claramente definidos, sino que las grandes agencias de espionaje se quedaron sin un enemigo tangible.

En el caso específico de la CIA, desde hace poco más de 20 años esta organización no halla qué enemigo inventarse para justificar su existencia. A falta del clásico enemigo, surgido tras la Segunda Guerra Mundial, han tenido que buscar adversarios en los traficantes de drogas, los radicales religiosos, extremistas nacionalistas y, últimamente, entre los piratas informáticos, convirtiendo a sus propios compatriotas en objetivos militares.

Por eso se entiende el exagerado lío diplomático que el gobierno americano ha armado tras las filtraciones de Snowden, quien, por lo demás, no ha revelado nada nuevo realmente. Que los gringos espían a todo el mundo, es algo que todos sabemos desde la historia de la historia. ¿Qué nos sorprende?

Por otra parte, a algunos les parece imperdonable que la CIA espíe a gobiernos amigos, olvidando que entre supuestos aliados esa es una práctica normal, casi una tradición. Estados Unidos tiene embajada en Rusia y Rusia la tiene en Estados Unidos, y ambos se espían mutuamente. ¿Cuál es la novedad? Y si se espían entre ellos, ¿por qué esperar que dichas potencias no lo hagan con los demás países?

Por eso me pareció ridícula (por decirlo amablemente) la reacción del gobierno de Colombia y de otros países latinoamericanos, que han enviado notas de protesta a la administración Obama exigiendo respeto y pidiendo la aclaración de esos hechos. En el mejor de los casos, esas notas recibidas en el Departamento de Estado serán muy útiles para jugar al origami.

Es la misma suerte que corrieron las protestas que muchos gobernantes sin oficio hicieron tras las revelaciones de WikiLeaks, escándalo que quedó convertido en un largo inventario de chismes de cóctel y que convirtió en héroe al excéntrico Julian Assange.

En uno y otro caso, son tormentas armadas en un vaso de agua y que eran innecesarias en los tiempos de la Guerra Fría, época en la cual había historias de verdad, con ingredientes de amor, traición, crimen, patriotismo, etcétera, en casos que inspiraban grandes novelas o se convertieron en el argumento de cientos de películas maravillosas, como 'El espía que llegó del frío', estrenada hace 50 años.

Sin duda, eran mucho más interesantes y emocionantes esas historias. Hoy por hoy, el desmantelamiento de una red de espías rusos en Estados Unidos, o de este país en Rusia, no produce ninguna emoción, no amerita una primera página, no clasifica ni para el argumento de una telenovela en Colombia, país exportador de culebrones, donde las productoras de televisión prefieren ir a la fija, recreando la vida de narcotraficantes y paramilitares.

Todo era más fácil de entender cuando el mundo estaba dividido en dos bloques políticos, cualquiera sabía que la CIA y la KGB eran las dos grandes agencias de espionaje y que su misión era perseguirse y engañarse mutuamente. ¿Quién diablos sabe hoy el nombre de la agencia de espionaje de Rusia? Antes, los enemigos eran reales: en el mundo había tipos buenos y malos. Los servicios secretos se espiaban entre sí; hoy espían a sus propios ciudadanos. En este relajo, las potencias, presas de la paranoia, hablan de combatir supuestos enemigos comunes como terroristas y narcotraficantes.

De un tiempo acá, los líderes gringos y rusos disminuyen periódicamente el arsenal nuclear; haciéndonos olvidar que esa amenaza latente y la expectativa de que uno de los dos usara el teléfono rojo para anunciar el comienzo de la tercera guerra mundial era lo que le ponía sabor a la vida. Hoy, el teléfono rojo puede ser el símbolo de un banco o de una línea caliente para conseguir pareja.

Anteriormente, una cita entre los presidentes de Rusia y Estados Unidos estaba rodeada de pompa y de tensión. Hoy, sin la adrenalina de la Guerra Fría, ellos se sientan juntos a comer hamburguesas en un restaurante de comidas rápidas, sin el temor de que uno pueda envenenar al otro. Qué encuentros más insípidos.

Cuando había cortina de hierro, un perseguido político podía desertar y refugiarse en la embajada de algún país del bloque rival. Hoy, los únicos que desertan, y esporádicamente, son los cubanos; pero por hambre, no por convicción. Las cosas han llegado a un extremo tal que muchos izquierdistas de América Latina se exilian en Estados Unidos. ¡Por favor! Se supone que los izquierdistas se asilaban en Rusia, Cuba o México -incluso en Francia-, pues Estados Unidos era un destino para capitalistas de corazón y exdictadores tropicales, no para refugiados políticos. Es que Estados Unidos ya no es lo que fue. Incluso, a pesar de Guantánamo, le ha arrebatado a la izquierda el discurso de defensa de los derechos humanos.

Y la antigua Unión Soviética ni se diga. Allá se acabó la ideología y ahora no es ni fría ni caliente. Tras el desmoronamiento del comunismo, Europa Oriental se llenó de paisitos cuyos nombres uno no termina de conocer y Rusia está plagada de nuevos ricos pero sin la ideología que por décadas la convirtió en uno de los polos ideológicos del planeta.

Con la caída de la URSS la carrera espacial dio paso a una era de armonía y estancamiento en esa materia. Cuando las dos potencias competían por la supremacía fue cuando se dieron los mayores logros en la conquista del espacio. Eso se acabó. Así como el entusiasmo que despertaban las olimpiadas o los mundiales de fútbol. Había que ver lo apasionante que era un partido entre las dos Alemanias, o la pelea por la medallería en unos juegos olímpicos y la emoción de ver desertar a algún deportista. En fin, todo tiempo pasado fue mejor...