Historias mejores que 'House of Cards'

Historias mejores que 'House of Cards'

En un país como Colombia, donde la televisión exalta las proezas de delincuentes de talla mayor sería más emocionante ver la historia real de los prohombres que han llegado a la Casa de Nariño, sede de la Presidencia de la República.

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Imagen de la Casa de Nariño, sede de la Presidencia de la República de Colombia

Hace poco decidí adentrarme en el territorio --desconocido para mí, pero transitado por muchos-- de la serie House of Cards, magistralmente protagonizada por ese genio de los malvados llamado Kevin Spacey. De tanto oír la historia, leer reseñas y encontrar referencias por doquier, un sábado reciente me di a la tarea de 'desatrasar el cuaderno', como se decía en mis tiempos de colegio.

Es innegable que la historia de Frank Underwood, un congresista del sur de Estados Unidos que se convierte primero en líder de su bancada y luego en vicepresidente, es una trama que vende. No tanto por el exitoso desempeño del personaje sino por la manera como teje su ascenso a las cumbres más altas del poder en la democracia más importante del mundo.

De la mano de su esposa Claire --hija de un magnate de Texas convertido en mecenas del joven político-- Underwood inicia en 1986 una carrera que lo lleva a la cima, gracias a la práctica del método del 'todo vale', que tan familiar les suena por estos lares a algunos de los más destacados hombres públicos.

Mientras transita impasible los vericuetos que lo conducen a la Casa Blanca, Underwood no se detiene en pequeñeces y arrasa con todos los obstáculos que va encontrando a su paso. Sin importar si se trata de colegas entusiastas, funcionarios ambiciosos, sindicalistas comprometidos, periodistas acuciosos, empresarios inescrupulosos o amantes ingenuas, Underwood usa y desecha a cuanta persona puede serle útil a su causa. Y con frases lacónicas, pero muy agudas, que rayan en el cinismo, se encarga permanentemente de recordarle al espectador que en el mundo de la política las ambiciones y las manipulaciones van siempre de la mano.

Con semejante historia, actuaciones y puestas en escena, House of Cards tiene razones de sobra para atrapar a los televidentes, sobre todo a los interesados en conocer los entresijos de la política. Sin embargo, luego de temporada y media de maniobras, pienso que el entorno colombiano tiene tramas que podrían superar con creces las más rebuscadas escenas representadas por Spicey.

Por ejemplo, ¿ustedes creen que se quedarían dormidos viendo el relato de un muchacho inteligente, jovial y tomador de pelo, proveniente de una de las familias más tradicionales de Bogotá, que llegó a la Presidencia de la República con la ayuda financiera de uno de los carteles de droga más poderosos y sangrientos del mundo?

¿O les parecería muy aburrida la historia del hijo de un caballista que empezó su carrera política como alcalde de una ciudad intermedia y que luego de unos cuantos meses fue destituido misteriosamente de ese cargo, pese a lo cual siguió impávido, como cualquier Underwood, una ruta que lo llevó a la gobernación de su departamento y al Congreso de la República, antes de coronar en el palacio presidencial, el cual convirtió en un centro de espionaje y escenario de oscuros manejos, con la fachada de la seguridad democrática?

O díganme si no les parecería muy entretenida una serie en la que pudiéramos ver cómo un aguerrido ministro de Defensa que sin discurso ni votos se convierte en el niño consentido del mandatario más popular de la historia, que lo escoge como sucesor y lo lleva de la mano hasta la Presidencia de la República, desde donde urde una de las traiciones más descaradas de la política criolla...

En un país donde la televisión se especializa en exaltar las 'proezas' de narcotraficantes, paramilitares y otros delincuentes de talla mayor, sería muy emocionante ver la historia real de esos prohombres que han llegado a la Casa de Nariño, cuyas crónicas seguramente son más truculentas, oscuras y escalofriantes que cualquier serie gringa de ficción.

Los personajes y los hechos están ahí. El rating también.

Este artículo fue publicado originalmente en El Tiempo