Mariana Enriquez: “La reciente historia argentina está hecha de historias cotidianas de terror”

Mariana Enriquez: “La reciente historia argentina está hecha de historias cotidianas de terror”

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Por Winston Manrique Sabogal

Soy Mariana Enriquez y nací en Buenos Aires, pero crecí en el suburbio de Lanús y después en La Plata. Publiqué mi primera novela a los 21 años: no sabía entonces si quería o no ser escritora, si me interesaba la literatura. Lo supe muchos años después, cuando escribí una novela que tiré porque era muy mala, cuando publiqué otra, cuando empecé a robarle tiempo al trabajo y la vida para escribir cuentos de madrugada. Soy periodista y en los últimos años me he inclinado por los cuentos, aunque ahora mismo estoy escribiendo una novela bastante larga que cuesta y cuesta. Pero lo disfruto mucho.

Siempre fue una niña muy lectora. Hija única rodeada de libros. Muy pronto descubrió que estos eran la mejor compañía para derrotar la soledad, los silencios y las ausencias y descubrir el sentir de las emociones de la vida. Mariana Enriquez (Buenos Aires, 1973) ganó el pasado invierno el Premio Ciutat de Barcelona por sus elogiados cuentos de Las cosas que perdimos en el fuego, además uno de los 13 finalistas del IV Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez; y se ha recuperado para España su primer volumen de relatos, de 2009:Los peligros de fumar en la cama (ambos en Anagrama).

Son historias en las que el terror aletea silencioso en todas partes, a la vez que vuelve la vida frágil y vulnerable. Cuentos que la confirman como buena heredera de la maravillosa tradición argentina de historias de terror y fantástica en escenarios cotidianos donde ella potencia con sutileza el aire de un componente de las historias de miedo y de un género muy practicado en su país: la novela policiaca.

Fue cuando entendí que la literatura te podía causar algo físico

Sentada en un sillón de terciopelo beige, que más bien parece el trono de un reino de criaturas muy alargadas, Mariana Enriquez recuerda que fue una niña tan rara que a los 11 años un tío le regaló de cumpleaños Cementerio de animales, de Stephen King. ¡11 años! Una novela de terror para adultos en manos de esa niña que se metió tanto en el mundo de King que un día cuando leía en la cama tiró la novela al suelo "como si estuviera infectada".

Fue cuando entendí que la literatura te podía causar algo físico. Hasta ese momento, pensaba que la música te daba ganas de bailar, que una canción triste te ponía triste, que una película te podía hacer llorar, como cuando vi E.T. El extraterrestre, y esas cosas. Pero con los libros no me había pasado nada parecido. Me gustaban, me gustaba leer, me entretenía, pero no sentía mucho. Hasta Cementerio de animales.

Aquellas páginas le inocularon una parte del gusto por las historias de miedo, de episodios inquietantes que hacían referencia a personas y hechos cercanos a la gente corriente. Eso lo sintió la niña a través de las lecturas, al tiempo que la vida a su alrededor le transmitía en silencio otros miedos. Al nacer en 1973, la autora vivió antes de los 11 años los estertores envoraginados del peronismo con María Estela Martínez de Perón, la vida sísmica del país durante la dictadura militar que duró siete años, los ecos de la guerra de las Malvinas en el 82 y la alegría mezclada con zozobra e incertidumbre de los mayores ante la reconstrucción de su país. Y veinte años después ella misma vivió la pesadilla de la crisis económica conocida como Corralito. Todo eso habría de permear en su narrativa como cuenta con suave acento argentino de ritmo pausado en aquel sillón enorme bajo una lámpara también gulliveresca.

Escribía cuentos variados. Un día vi que había una cantidad considerable de cuentos de terror que para mí tenían un aire de familia con referencias a la violencia política argentina, pero de manera bastante oblicua. Hay relatos con huesos donde, por ejemplo, una chica juega con ellos a la Ouija o hay desapariciones... Estos cuentos tienen por eso una segunda lectura que es la que tiene que ver con la reciente historia argentina, hecha de historias cotidianas de terror. Eso lo hice con bastante conciencia. En un momento pensé que quería escribir terror, pero no un terror que fuera demasiado genérico, sino uno en el que pudiera aportar algo de mi propia voz que iba a estar cargada de mi historia y de lo que veo y de la historia de mi país. Entonces traté de que fuesen cuentos de terror pero que conservaran esa 'localía'.

La presencia de los ausentes se cuela por todos lados. Los cuentos de Los peligros de fumar en la cama surgen de un largo periodo después de que escribiera su segunda novela: Cómo desaparecer completamente (2004). La primera fue Bajar es lo peor, con 21 años (1994). Estos relatos de ahora fueron escritos en diferentes momentos tras el Corralito. Aunque le gusta como lectora el género, Enriquez ha querido aportar, a partir de lo clásico, ensanchar el territorio del miedo, de los miedos... Contarlos sin inmutarse, como si fuera la cosa más natural del mundo.

Stephen King, a quien admiro, decía que sin algo que él llama 'el factor de presión fóbica social', algo que nos da miedo como sociedad, el cuento no funciona. Y es bastante cierto. La tradición del cuento de miedo tiene que estar, pero si no está lo otro es un cuento que rápidamente se va. La normalidad en los cuentos es hasta cierto punto lógica. Son narradores un poco distantes, un poco fríos, en general. Lo estoy pensando ahora que lo estás diciendo, pero posiblemente es un efecto para causar no sé si verosimilitud, pero sí realismo. Un efecto de naturalidad. El subrayado es demasiado efectista y prefiero la naturalidad narrativa menos colorida. Lo que quiero con la irrupción del terror, más que en lo cotidiano, es que haya una idea de vida vulnerable, que el peligro esté en lo más cercano, en lo más íntimo y en cualquier momento, que no haya que ir por él, que casi sea una textura de la vida, de la sociedad, algo así...

Ahí entra la escritora y también periodista, subeditora del suplemento Radar del diario argentino Página / 12, en la tradición literaria argentina con el terror y lo fantástico. Y Enriquez incorpora a sus cuentos un soplo policial, también marca de su país.

Argentina tiene una tradición del fantástico muy marcada. Casi única en la lengua española. Sobre lo policial, lo que ocurre es que esos géneros entraron con mucha sencillez al canon. En mi caso, mis relatos plantean un enigma, y lo resuelvo menos porque para mí el terror funciona mucho mejor con la sugerencia. En los cuentos quiero que quede un mundo perturbado de alguna manera, porque creo que las cosas no terminan, continúan, no entiendo mucho por qué la ficción tiene que cerrar sus historias. El cuento debe tender hacia finales abiertos sin una explicación.

Mariana Enriquez. /Fotografía de Lisbeth Salas

Historias realistas, cotidianas y corrientes que desempolvan los miedos agazapados en cada persona y que acechan alrededor de cualquier vida, incluso en el lugar más íntimo y conocido.

Para llegar a hacer esto hay que conocer bien el arquetipo, entender bien que un arquetipo muta y muta según la época en que lo estemos contando. Los miedos que planteo tienen que ver más con la pobreza, el desamparo económico. Aquí el miedo no está en el hombre que echa una maldición. Es esa clase media-baja aterrorizada de perder lo poco que tiene y que se puede convertir en un monstruo. Un poco en las consecuencias o la persistencia de los efectos de los traumas colectivos de violencia institucional, creo que eso aparece todo el tiempo en mis cuentos. Tratar de comunicarse con muertos, tratar de encontrar huesos... qué se yo... porque en Argentina, como en tantos países de Latinoamérica, esto sucede. Y en Argentina la cuestión es que tuvo un montón de muertos y hay un montón de traumas sin cuerpos.

Hasta antes de esos cuentos, Mariana Enriquez no tenía protagonistas femeninas. No le salían. Fue empezar a concebir estas historias y las voces de mujeres se hicieron escuchar solas... Y con ellas afloró la ironía, el humor, la creación de una atmósfera amenazante en la que alguna palabra o acción desdramatiza todo con naturalidad sin quitar el aleteo del miedo.

Antes de estos cuentos no me salían mujeres, o no me gustaban como salían porque tenían una voz impostada, la voz era demasiado de autor y no tanto de personaje... Pero con los relatos de terror sentí que la voz femenina venía sola. Esa voz irónica de las mujeres es un poco buscada, porque el terror, a veces, en su cuestión un poco desaforada tiene algo de gracioso, como todo lo obsesivo. La referencia literaria para mí en esto fue Silvina Ocampo. Las mujeres aquí no son trágicas. No quería el estereotipo de la mujer trágica del gótico. Mis cuentos no son góticos.

Sabe que algunos etiquetan sus relatos como góticos, al creer que todo lo misterioso es gótico. "No sé por qué lo ven así", dice. Sobre la concepción de cuentos y novelas, Enriquez es de esas autoras que más que escribir reescriben.

Antes de escribir tengo toda la trama en la cabeza, incluso cuan abierto va a ser el final. No tomo notas, o muy poco, para no olvidar algo puntual y qué se yo, pero temo que es como una canción... En cambio, en la novela no tengo ni idea.

Los peligros de fumar en la cama y Las cosas que perdimos en el fuego renuevan el género gracias a una autora cuyas referencias literarias en este campo son Stephen King; Shirley Jackson, "una mujer que trabaja mucho con locura, casas, intimidad"; Neil Gaiman, "me interesa el trabajo que hace con la alta y la baja cultura"; Kelly Link, "a ella le robo, entre comillas, eso de contar muchas historias dentro de un cuento". Mientras sus referentes literarios generales no están lejos de ellos: William Faulkner, Carson McCullers, Truman Capote, Cormac McCarthy, y en general los autores del sur de Estados Unidos, pero también Juan Carlos Onetti. Entre los argentinos su autor favorito es Manuel Puig "por el trabajo que hace con las voces de la gente" y que Mariana Enriquez aspira y espera un día controlar tan bien como él. Voces que se entrecruzan en párrafos como este de Los peligros de fumar en la cama:

Llegamos de muy malhumor a la playita, y aunque Silvia y Diego trataron de hacernos reír, no hubo manera. Vimos cómo les entraba la culpa. Pidieron perdón y disculpas. Admitieron que había sido una broma de mal gusto, pesada, diseñada para avergonzarnos. Sacaron de la heladerita que siempre llevábamos a la tosquera una cerveza bien fresca, y cuando Diego la destapó con su abridor-llavero, escuchamos el primer resoplido. Fue tan alto, claro y fuerte que pareció venir de muy cerca. Pero Silvia se paró y señaló con el dedo la loma por donde aparecía el dueño. Había un perro negro. Aunque lo primero que Diego dijo fue 'es un caballo'. Ni bien terminó la palabra, el perro ladró, y el ladrido llenó la tarde y nosotras juramos que hizo temblar un poco la superficie del agua de la tosquera...

Este artículo se publicó originalmente en la web de WMagazín, la revista literaria online dirigida por el periodista Winston Manrique Sabogal, un espacio para conversar con sosiego sobre literatura, donde él es cronista de encuentros, reportajes y entrevistas a ambos lados del Atlántico, y los lectores son los coautores, con sus lecturas y comentarios.

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