Seis biografías y diarios de grandes escritores para conocer antes de acabar 2016

Seis biografías y diarios de grandes escritores para conocer antes de acabar 2016

Conocer la vida de los artistas y escritores es entrar en un laberinto para descubrir que las emociones más insignificantes pueden modelar la existencia y desencadenar grandes obras. Pero también es ser testigos de los duelos que libran consigo mismos los escritores. Puede que en algún momento hubiéramos preferido no conocer algún detalle, pero lo que es seguro es que siempre sus vidas te obsequian una ventana para atisbar la génesis de la creación.

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Foto de Sylvia Plath/WIKIMEDIA

Conocer la vida de los artistas y escritores es entrar en un laberinto para descubrir que las emociones más insignificantes pueden modelar la existencia y desencadenar grandes obras. Pero también es ser testigos de los duelos que libran consigo mismos los escritores, o de sus naufragios entre sus sueños y miedos; o verlos autosecuestrados por sus dudas e inseguridades. Puede que en algún momento hubiéramos preferido no conocer algún detalle, pero lo que es seguro es que siempre sus vidas te obsequian una ventana para atisbar la génesis de la creación.

Seis libros de biografías, diarios, artículos y cartas me han acercado con mucho placer este año a los claroscuros de seis escritores. Una oportunidad de ver cómo de la nada sale todo. Cómo de dos piedras puede salir fuego.

Ese privilegio lo ofrecen primero los libros en los que esos autores hablan en primera persona en obras como Diarios completos, de Sylvia Plath (Alba); Lo que no quise decir, de Sándor Márai (Salamandra); El arte de perder. Una vida en cartas, de Francis Scott Fitzgerald (Círculo de Tiza); y Stevenson: Escribir - Viajar - Vivir (Páginas de Espuma); y luego están los autores retratados en excelentes biografías como Kafka , de Reiner Stach (Acantilado); y La vida breve de Katherine Mansfield, de Pietro Citati (Gatopardo). Obras que nos completan o desmitifican sus universos.

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He seleccionado pasajes de los libros donde podemos ver fragmentos de sus autorretratos. Lo mejor es que los escuchemos a ellos en sus propias voces, en sus susurros, en sus lamentos, en sus ambiciones, en sus decepciones, en sus rabias, en sus arrepentimientos, en sus teorías, en sus silencios, en sus análisis, en sus gritos. Aquí están en el zigzagueo fronterizo entre los sueños y la realidad.

Sylvia Plath, en Diarios completos (Alba)

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"Una vez más siento la distancia que existe entre mi deseo o mis ambiciones y mis limitadas capacidades. (...) Ahora vuelvo a tener la sensación de que jamás seré capaz de escribir una historia interesante ni un buen poema, mucho menos uno malo. Todo está detenido. Los exámenes me angustian. Me he metido sola en un atolladero mental y soy incapaz de salir. ¡Cómo me encanta ir a parar siempre al mismo sitio! (...)

Lo peor de todo es que me compadezco tanto a mí misma que no me preocupa sentir envidia de Ted: de su éxito, algo con lo que tendré que lidiar este otoño -además de con el trabajo- y que tendrá que hacerme feliz. Debo alegrarme de que lo haya conseguido, a pesar de tener tanta necesidad de mis propios éxitos para hacer que los dos nos sintamos mejor. Si solo uno de nosotros puede triunfar, prefiero que sea Ted: por eso pude casarme con él, porque sabía que es mejor poeta que yo y que nunca tendría que moderar mi talento, de por sí escaso, que por más que lo cultivara y trabajara tenazmente seguiría sintiendo que él es mucho mejor. Tengo que esforzarme en conseguir un estado interior estoico: mi antigua actitud de trabajar y esperar.

Martes, 5 de noviembre de 1957, por la noche: Nota breve a mí misma. Es hora de que me ocupe de mí misma. He ido tambaleándome por ahí, lúgubre, siniestra, sombría. Ahora toca construirme a mí misma, darme una columna vertebral, por más que fracase. Si consigo superar este año, por penoso que sea, habré logrado la mayor victoria de mi vida. Todas mis identidades de niña malcriada gritan para escapar ante mis clases espantosas. Mi sopor e ignorancia se han manifestado públicamente entre mis antiguos profesores y mis nuevas estudiantes. Si desfalleciera, o me quedara paralizada, o suplicara lastimeramente al señor Hill diciéndole que no puedo seguir, probablemente me libraría: pero, ¿cómo podría mirarme a mí misma, seguir viviendo después de hacer una cosa así?"

  • Sylvia Plath. Diarios completos. Edición de Juan Antonio Montiel y traducción de Elisenda Julibert. Editorial Alba. Editados por Karen V. Kukil a partir de los 23 manuscritos custodiados por el Smith College, el libro abarca desde los días universitarios de Plath hasta 1962, un año antes de su muerte. Incluyen dibujos y poesías. Es el documento definitivo sobre la vida y obra de una de las poetas icónicas del siglo XX, un testimonio sincero y descarnado; bello y doloroso de un ser humano.

Sándor Márai, en Lo que no quise decir (Salamandra):

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"Esa noche ocurrieron muchas cosas. Yo dormí pro­fundamente, pero seguro que tuve sueños angustiosos. En ese momento se estaba acercando a mi vida algo que ya había conocido y que temía; pero la naturaleza humana es tal que, aunque nos separen sólo ochocientos kilómetros de la realidad, no somos capaces de ver más que fuegos fatuos en la niebla. En aquel entonces hacía ya una década que Hitler era una realidad; todo lo que evocaba su nom­bre se arremolinaba en la atmósfera humana entre vapo­res siniestros. Pero se arremolinaba en algún punto de Alemania, así que, de hecho, para nosotros no era una verdadera realidad. Nos preocupaba su aparición, discu­tíamos con pasión y desprecio sobre la trascendencia del fenómeno, seguíamos con atención cómo sembraba sus semillas en ciertos estratos de nuestra sociedad, entre los pequeñoburgueses y los obreros. Pero nunca creímos que un día pudiera convertirse en lo que habíamos temido en secreto.

Uno nunca termina de ver la muerte como algo real. La tememos, la experiencia nos dice que se trata de algo inevitable, pero en el fondo de nuestro corazón y de nues­tra conciencia, hasta el último minuto, albergamos la espe­ranza de que se hará una excepción con nosotros; de que se descubrirá el remedio milagroso que alargará hasta el infinito la vida humana y que nosotros, en particular, no moriremos. Por supuesto todos sabemos que se trata de un anhelo ridículo. Aun así, no creemos en nuestra propia muerte. De otro modo reinaría un pánico constante en nuestro corazón. Sin embargo, a veces la nebulosa con­ciencia de la muerte emerge de las oscuras profundidades del alma y ese pánico estalla. Por un momento dejamos de engañarnos y percibimos con absoluta certeza que todo lo que somos desaparecerá irremediablemente en cuestión de segundos: ése es el pánico. La mayoría de la gente res­ponde a este instante con un sentimiento violento. El pánico deriva siempre en agresividad y entonces nos agre­dimos a nosotros mismos y a los demás. Aquel día fue uno de esos momentos de pánico. De pronto el temor se hizo realidad. (...)

El día en que Hitler entró en Viena se alineaban en uno de los estantes inferiores de mi despacho -- en sus profundidades, ocultos, para que ningún extraño pudiera verlos, porque curiosamente me daba vergüenza mostrar mis libros, no me gustaba exponerlos -- treinta novelas y relatos, entre ellos algunas ediciones extranjeras, que certificaban la eficacia de este método de trabajo estricto y responsable. A los cuarenta años ya había escrito una pequeña biblioteca y experimentado con todo tipo de géneros. Este notable rendimiento se debía por completo a la página que escribía cada día por la mañana.

Ese día también escribí así, siguiendo el método de trabajo que había establecido dos décadas antes y que se había convertido ya en una forma de vida. Lo cuento sólo para perfilar mejor el personaje y mostrar lo lamentable y ridículamente desorientado que está uno en lo que res­pecta a su propio destino. Estaba allí, sentado en mi des­pacho, en un país en la frontera de Europa - cimentado desde hacía más de mil años sobre las bases de la cultura cristiana - , y creía que era escritor. Además, estaba con­vencido de pertenecer a una clase social y a una cultura, y también de que esa clase social y esa cultura tenían unos pilares sólidos. (...)

En aquellos ciento cincuenta años se había desmoronado una nación; quedó un territo­rio y la población húngara, debilitada y en escaso número; quedaron los descendientes de los emigrantes suabos, eslavos, serbios, y quedó un refugio maravilloso: la lengua húngara. En esta lengua escribimos, desde mediados del siglo, todos los escritores. Éste fue el último refugio de la nación. En esa lengua escribía yo la mañana en que Hitler entró en Viena al frente de sus tropas en un gran automóvil, con gabardina, de pie y saludando con el brazo en alto, en una grotesca imitación del gesto de Julio César. Yo estaba sentado en mi hermoso despacho en Buda y escribía en húngaro... ¿para quién? Entonces aún no sabía que aquel día empezaba la desaparición de los últimos bastiones de la cultura húngara, de aquellos que, aun de forma intermitente, la habían construido y alentado tras la dominación turca. Yo no sabía que aquel día se iba a producir el exterminio de la burguesía húngara".

  • Lo que no quise decir. Sándor Márai. Traducción de Mária Szijj y J. M. González Trevejo. Editorial Salamandra. Son inéditos escritos entre el 12 de marzo de 1938 y el 31 de agosto de 1948 , cuando la Alemania nazi se anexionó Austria, y el 31 de agosto de 1948, cuando Márai, acompañado de su esposa y su hijo, abandonó su país, entonces ya un satélite de la Unión Soviética. Completan sus apuntes más personales publicados en Confesiones de un burgués y Diarios. El autor húngaro de El último encuentro nos da aquí otra lección de sabiduría, análisis y narrativa.

Francis Scott Fitzgerald, en El arte de perder. Una vida en cartas (Círculo de Tiza):

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"La historia de mi vida es la de la lucha entre una imperiosa necesidad de escribir y una combinación de circunstancias que se aliaban para impedírmelo".

"Estoy harto por igual de la vida, el licor y la literatura".

"Querido Tom: Tu carta ha sido la primera que recibí desde que llegué. Estoy en el sitio más bonito que he visto, sin exceptuar Oxford o Venecia o Princeton o cualquier otro. Zelda y yo estamos sentados en el café L'Univers escribiendo cartas (son las 10.30 de la noche) y la luna es una luna completamente mediterránea, nimbada de plata y estamos los dos un poco achispados y muy felizmente borrachos, si el término se puede usar para las reacciones menos nerviosas y menos violentas de por aquí.

En París contratamos a una maravillosa niñera inglesa por 26 dólares al mes (¡Dios mío! Pagábamos 90 en Nueva York) y mañana iremos a ver una villa con mayordomo y cocinero para pasar allí el verano y el otoño. Tengo cien metros de mosquitero (trajimos 17 maletas) y en general creo que será un magnífico verano de trabajo.

Nos perdimos a Edith Wharton por un día. Ayer se marchó a París y no regresará hasta la temporada próxima. No es que me importe, aunque la conocí en Nueva York y es una gran dama muy distinguida que luchó por lo que se debía luchar con armas de la edad de bronce cuando había muy poca gente que lo hacía. Hasta que no termine la novela, no leeré nada, salvo a Homero y literatura homérica e historia desde el año 540 al 1200. Y ruego a Dios no ver un alma durante seis meses. Mi novela es cada vez más extraordinaria; me siento completamente dueño de mí mismo, y por fin podré satisfacer mi deseo de soledad, que ha ido aumentando a lo largo de tres años en una progresión aritmética".

"Si puedo ganarme la vida, seguiré como novelista. Si no, voy a renunciar, volver a casa, marcharme a Hollywood y aprender el negocio del cine".

"Me temo que deberé ir a trabajar a Hollywood".

"No soy un gran hombre, pero a veces creo que el aspecto impersonal y objetivo de mi talento, y los sacrificios que, aun en pedazos, hago por conservar su valor esencial, tienen una especie de grandeza épica".

"Esta vez es el resultado de 25 años de cigarrillos. Tienes dos acabados ejemplos de malos padres. Haz todo lo que no hemos hecho nosotros y estarás siempre a salvo", escribió seis días antes de morir a su hija Scottie, desde Hollywood.

  • El arte de perder. Una vida en cartas. Scott Fitzgerald. Prólogo de Martín Schifino y epílogo de Alejandro Gándara. Traducción de Martin Schifino. Editorial Círculo de Tiza. La slección de cartas cubre las dos décadas de actividad profesional de Fitzgerald, desde que vende su primera novela a la editorial Scribner's hasta sus últimos días como guionista en Hollywood. Se puede apreciar de dónde viene la voz de uno de los autores angloparlantes más influyentes del siglo XX, cuyo péndulo creativo y humano reflejan las trampas que hay en la frontera entre sueños y realidad.

Robert Louis Stevenson en Escribir - Viajar - Vivir (Páginas de Espuma):

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"La añoranza que sentimos por nuestra niñez no es del todo justificable, porque su abandono nos permite vivir sin temor al escarnio público. Y es que, aunque normalmente nos resistimos a los cambios, en el fondo no somos del todo inconscientes de la cantidad de ventajas que nos supone nuestro nuevo estado. Lo que perdemos en cuanto a generosidad impulsiva lo ganamos en generosidad meditada a la hora de juzgar a los demás. Y algo más: el terror desaparece de nuestras vidas; dejamos de ver al diablo en las cortinas del dosel y de quedarnos despiertos escuchando el viento. Dejamos de ir a la escuela. Y si bien cambiamos un fastidio por otro (lo cual no es en modo alguno seguro) quedamos, al menos, liberados para siempre del miedo a las reprimendas. Con todo, habremos de admitir que hemos sufrido una transformación y que, aunque no nos divertimos menos, saboreamos nuestros placeres de otro modo. Sucede que necesitamos pepinillos precisamente hoy, para así preparar el miércoles el cordero que degustaremos frío el viernes. Y yo aún recuerdo los tiempos en que lo llamaba venado rojo e imaginaba en la mesa una historia de cazadores que lo hacía más delicioso al paladar que la mejor salsa. Para un adulto, el cordero frío es cordero frío en cualquier parte, y ninguna historia mitológica que se invente la especie humana lo va a hacer ni peor ni mejor: el hecho en sí, la pura verdad del cordero, acaba con las fantasías más seductoras. Pero para un niño sigue siendo posible tejer una especie de embrujo en torno a los comestibles y, si ha leído algo sobre un plato determinado en un libro de cuentos, durante una semana será para él como el maná que cae del cielo".

  • Robert Louis Stevenson. Escribir - Viajar - Vivir. Traducción de Amelia Pérez de Villar. Editorial Páginas de Espuma. Es un estuche con los tres volúmenes cuyo primer título apareció en 2013 y el tercero el invierno pasado. Tres joyas en las que Stevenson reflexiona sobre el arte de la literatura y la manera de enfrentarse a ella, sus experiencias sobre los viajes y las huelas que dejan y sus reflexiones más personales y biográficas. Una lección de vida.

Sobre Kafka escribe Reiner Stach en Kafka. Los primeros años/ Los años de las decisiones/ Los años del conocimiento (Acantilado).

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"Sin duda Kafka era todo lo contrario de un marginal, estaba socialmente integrado y llegó, al fin y al cabo, a subdirector de departamento con derecho a pensión. Pero no amaba su profesión, y la relativa seguridad que le ofrecía había sido comprada al precio de una formación proporcionadamente larga y agotadora... a costa de su vida, por consiguiente.

Los márgenes de decisión, la multiplicidad de opciones que hoy los jóvenes reclaman como naturales, quedaron fuera de su alcance. Siendo ya un treintañero, vivía con sus padres, y a excepción de unos pocos meses, pasó toda la vida en la misma ciudad, rodeado de un pequeño y casi constante círculo de amigos. Lo que poseía fue devorado por la enfermedad y la hiperinflación. Del «mundo» vio poco, y lo poco que vio casi siempre corriendo, bajo la presión de restrictivos permisos vacacionales. También fueron escasos sus intentos de procurarse compensaciones: nadar, remar, hacer gimnasia, el trabajo en el jardín, el descanso en sanatorios, excursiones al campo y los modestos excesos de las tabernas de Praga. Pero, sobre todo, es estremecedora la desproporción entre los desesperados esfuerzos que hizo durante toda su vida por alcanzar la plenitud sexual y erótica y la escasa y rara dicha alcanzada, que jamás se dio con libertad y jamás se recibió con libertad".(...)

"Hay una veintena de relatos de personas que le conocieron y ninguna deja constancia de que fuera desagradable o extraño; al contrario: era encantador, simpático, quizá un poco infantil y naïf, y muy querido por sus compañeros de oficina... La imagen y la descripción de tipo extraño vino dada por algunas mujeres, a las que decepcionó, en buena parte porque nunca les decía las cosas claras: se debatía entre casarse y los ataques de pánico de pensar que con esas ataduras no podría escribir nunca más; especialmente ese retrato se debe a Milena Jesenská, que dijo de él que era un santo que vivía en un mundo equivocado, 'un desnudo entre vestidos': imagen bonita, pero equivocada porque Kafka era muy sensible, pero no un ser indefenso".

  • Kafka. Los primeros años / Los años de las decisiones / Los años del conocimiento. Reiner Stach. Traducción de Carlos Fortea. Editorial Acantilado. Es considerada la biografía más completa del autor de La metamorfosis y El proceso, basada solo en hechos comprobales y cero invención. Una obra que desmitifica muchos aspectos de uno de los autores fundamentales de la literatura.

Sobre Katherine Mansfield escribe Pietro Citati en La vida breve de Katherine Mansfield (Gatopardo):

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"Todos aquellos que conocieron a Katherine Mansfield en los años de su breve vida tuvieron la impresión de descubrir a una criatura más delicada que otros seres humanos: una cerámica de Oriente que las olas del océano había arrastrado hasta las orillas de nuestros mares".

"Escribía los cuentos a vuelapluma, en pocas horas, casi en trance. En cuanto podía, intentaba, como Kafka, escribirlos de un tirón, de la primera a la última palabra: nueve, doce, quince horas seguidas, veinticinco páginas en un día; velozmente, cada vez más rápido para que la inspiración no se le escapase y la muerte no la apresara antes de echar el cuento al correo".

"Ponía las manos sobre la esencia del tiempo; procedemos en el tiempo, atravesamos el tiempo, vemos avanzar el tiempo como un río que, lentamente, excava su propio lecho".

"Siempre había intentado zafarse del sentido de finitud: exigía en todas las cosas lo ilimitado".

El resultado en su creación literaria es que cuando "empezaba sus cuentos, hacía emerger del vacío a los personajes, los salones, los árboles, como la Nueva Zelanda que todas las mañanas emergía, completamente cubierta de resplandecientes gotitas, de las olas azul oscuro del mar. Los relatos parecen recortados en el vacío, e incluso cuando están ante nosotros, es como si íntimamente siguieran perteneciendo al vacío, que se insinúa entre las figuras y a veces las congela". Citati asegura que Mansfield llevó al límite a sus maestros como Tólstoi o Chéjov y creía que "el narrador era un simple mediador, un débil trait d'union entre los lectores y la realidad evocada".

La vida breve de Katherine Mansfield. Pietro Citati. Traducción de Mónica Monteys. Gatopardo Ediciones. Una oportunidad impagable de conocer un poco más a esta gran cuentista neozelandesa amante del detalle, del curso de la vida en apariencia intrascendente, de la captura del tiempo y las emociones arremolinadas en silencio. De la belleza en cualquier lugar y momento.

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Este artículo fue publicado originalmente en el blog del autor, el periodista Winston Manrique Sabogal, un espacio para conversar con sosiego sobre literatura, donde él es cronista de encuentros, reportajes y entrevistas a ambos lados del Atlántico, y los lectores son los coautores, con sus lecturas y comentarios.

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Periodista literario y cultural itinerante entre Europa y América Latina que comparto experiencias lectoras y del mundo del libro en el blog winstonmanriquesabogal.com. Escribo en el diario EL PAÍS (España) y revistas latinoamericanas. Coordiné la sección de libros en Babelia y en la sección de Cultura de EL PAÍS, además de llevar su edición digital, y el blog Papeles perdidos, del mismo diario. En Colombia trabajé en los periódicos El Espectador, El Tiempo y Agrohuila, y en la Agencia Colombiana de Noticias Colprensa.