Las excepciones al dilema del prisionero

Las excepciones al dilema del prisionero

Hoy voy a hablar de uno de los matemáticos más influyentes en la Economía de los últimos tiempos. En su Teoría de juegos, John Forbes Nash analiza situaciones difíciles en las que interviene más de un individuo. Todos quieren lograr su objetivo, pero tendrán que tener en cuenta las decisiones de los demás participantes.

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El dilema del prisionero se trata de uno de los ejemplos más famosos de los juegos que explican el llamado Equilibrio de Nash.

John Forbes Nash desarrolló la Teoría de juegos, hecho que le supondría ganar el Nobel de Economía en 1994.

Seguramente su nombre también te suene de la película Una mente maravillosa.

Quizás te preguntes por qué hablo de Matemáticas y su aportación a la Economía en este espacio que dedico a mi pasión, la psicología.

Te diré que una parte muy importante de la economía consiste en encontrar la intersección entre la psicología social y la empresa.

Y por eso hoy voy a hablar de uno de los matemáticos más influyentes en la Economía de los últimos tiempos. En la Teoría de juegos se analizan situaciones difíciles en las que interviene más de un individuo. Todos quieren lograr su objetivo, pero tendrán que tener en cuenta las decisiones de los demás participantes.

Veamos un ejemplo del Equilibrio de Nash a través del dilema del prisionero:

Imagina a dos personas que han cometido un delito y son encarcelados por separado, de modo que no pueden hablar ni ponerse de acuerdo sobre qué estrategia seguir.

Estando en las mazmorras, los policías les hacen, a la vez, la siguiente oferta:

"Tienes tres opciones:

Si delatas a tu compañero y él no colabora, tu condena se verá reducida a un año y la suya será de diez.

Si por el contrario, él colabora con la policía y tú no lo haces, serás encarcelado durante diez años, mientras él tan sólo pasará 1 año en prisión.

Si los dos inculpáis al otro, pasareis seis años en prisión cada uno."

En caso de que ninguno hable, ambos saben que la policía carecerá de las pruebas necesarias para condenarlos, pasando, en el peor de los casos, dos años en prisión.

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En un primer momento, parece claro que lo más lógico sería no delatar. De este modo, ambos salen muy beneficiados, pudiendo incluso quedar en libertad y, en el peor de los escenarios, tan sólo cumplirían cuatro años de cárcel entre los dos.

Si las personas que son detenidas aplicaran esta lógica, poca fuerza tendría la policía para negociar, pero... ¿qué es lo que suele suceder?

En este tipo de situaciones, solemos escoger la opción que nos supone una mayor ventaja, independientemente de lo que los demás puedan hacer.

En el caso de ser yo quien delata, si el otro no lo hace, pasaré tan solo un año en prisión. Pero, ¿y si mi compañero me delatara?

En ese caso, también es mejor haberle acusado, ya que de este modo veré mi pena reducida a seis años, en lugar de enfrentarme a los diez años que me impondrían en el caso de que sólo él colaborara con la policía.

Esta manera de pensar es la que provoca que el escenario final más frecuente resulte ser el de ambos cacos inculpando a su compañero, en lugar de permanecer fieles a su secreto, lo que les hubiera supuesto a ambos una pena mínima.

El dilema del prisionero lo podemos aplicar a todas aquellas situaciones en las que si actuáramos todos de buena fe saldríamos muy beneficiados; pero preferimos actuar de manera egoísta, aun a riesgo de salir perjudicados.

Nash desarrolló una teoría francamente interesante, que por desgracia evidencia que solemos actuar de manera egoísta.

Es fácil pensar, "Yo no delataría a mi compañero. Es de tontos...".

Pero la realidad es bien distinta.

Te voy a poner algunos ejemplos que te pueden resultar muy familiares:

Sabemos que:

Si nadie defraudara, los impuestos podrían reducirse drásticamente.

Si nadie se colara en el metro, las tarifas se verían reducidas.

Si no engañáramos, mintiéramos, etc..., la sociedad se vería muy beneficiada.

Y sin embargo, muchas veces pensamos "A ver si soy el único que ...", "Si los demás lo hacen, por qué yo no..." o hacemos comentarios del estilo "No seas primo, todos lo hacen"

En estas situaciones solemos actuar justamente como lo hace el caco al delatar a su compañero: no arriesgarnos a que, en caso de que los demás no cumplan, salgamos perjudicados.

Como bien sabéis los que me conocéis, no tenía ninguna intención de resignarme a pensar que esto no tiene solución. Llevo demasiado tiempo negando el proverbio que sostiene que homo homini lupus -el hombre es un lobo para el hombre-.

Y tras pensar un poco, me he dado cuenta de que existen infinidad de excepciones en las que no se cumple el dilema del prisionero.

Este dilema falla cada vez que el beneficio egoísta que podemos sacar es disfrutar de la compañía del otro.

Rodéate de personas que te quieran de manera sincera, que no se acerquen a ti por interés y a las que tú también quieras de manera desinteresada. Personas capaces de preocuparse por ti tanto como por ellas mismas, y verás cómo aquellos que quieran enfrentarse a vosotros se quedarán sin argumentos.

Para los que dudéis sobre el hecho de que las personas no siempre actuamos de manera egoísta, podéis pasear un día por un hospital y veréis cuántas personas, de manera voluntaria y altruista, prefieren pasar sus horas en una incómoda butaca de sky, con la esperanza de que a su "cómplice" la pena se le haga más llevadera.

Si quieres cambiar las cosas, prueba a disfrutar del beneficio del otro.

Puedes vivir enfadado por lo injusto de algunas situaciones, puedes actuar mal por si el otro también lo hace, o por el contrario, puedes pensar, "Yo pagaré el viaje en metro y si otro no lo hace quizás con mi ejemplo cambie", o quizás no lo haga, en cualquier caso, yo lo hago porque creo en ello.

El hombre es un lobo para el hombre...

Yo prefiero pensar que el hombre es una ayuda para el hombre.