China y América Latina: ¿castillos en el aire?

China y América Latina: ¿castillos en el aire?

Después de la gira del primer ministro chino por Latinoamérica, hay quienes hablan de signos de neocolonialismo, resaltando que pudiera haber otra vuelta de tuerca a las viejas dinámicas centro-periferia a las que ahora se sumaría la nueva metrópoli asiática, expoliadora de los recursos naturales de la región.

EFE/MARIO RUIZ

La reciente gira del primer ministro chino Li Keqiang por América Latina (Brasil, Perú, Colombia y Chile), como anteriormente de otros máximos dirigentes de este país, ha despertado todo tipo de pasiones y especulaciones. Entre quienes le atribuyen signos de neocolonialismo, se resalta otra vuelta de tuerca a las viejas dinámicas centro-periferia a las que ahora se sumaría la nueva metrópoli asiática, expoliadora de los recursos naturales de la región. Entre quienes apuestan por una cooperación Sur-Sur y de nuevo signo, se enfatizan los ambiciosos proyectos transformadores, las apuestas por el aumento de la capacidad industrial o la ausencia de condicionantes políticos. Solo el tiempo dirá si habrá más de uno que de lo otro y el balance final no será tampoco del todo imputable a China. Todos reconocen, sin embargo, que urge un enfoque más rico que el aplicado hasta ahora, priorizador de las materias primas.

Sea como fuere, advertida la complementariedad general entre buena parte de las economías de América Latina y China así como la apuesta mutua por afianzar la multipolaridad y el multilateralismo a nivel global, cabe significar que ambas realidades se encuentran ante la mutua tesitura de propiciar un salto cualitativo en sus modelos de desarrollo, o sucumbir a las viejas dinámicas que les confinan a su posicionamiento tradicional en la economía global.

Ambos deben mejorar su competitividad, sus políticas educativas, sus capacidades tecnológicas, etc., a riesgo de estancarse o retroceder.

La apuesta china no es baladí. No se trata de hacer castillos en el aire. Constituye una necesidad estratégica para sortear las dificultades estructurales de la economía china. El vice primer ministro Zhang Gaoli destacaba recientemente el eje China-Brasil como uno de los grandes corredores estratégicos (seis en total) que China promoverá en los próximos años. El financiamiento de estos corredores dispondrá de un total aproximado de 900.000 millones de dólares a financiar por el BAII y el Fondo de la Ruta de la Seda. Su liquidez y los excesos de capacidad en áreas decisivas como las infraestructuras o la ingeniería y las necesidades en este sentido de América Latina brindan ciertamente una capacidad única para sortear taras históricas. Por añadidura, la vía ferroviaria transoceánica que conectaría Brasil y Perú o el túnel bioceánico chileno tienen el aditivo de propiciar una relación mucho más estrecha entre los países suramericanos. Brasil, que en esta visita rubricó acuerdos por valor de 27 mil millones de dólares, es el pivote de este giro y dispondrá de un fondo adicional de 50 mil millones de dólares dirigido a las infraestructuras.

Precisamente, las infraestructuras han sido un condicionante clave del crecimiento de la región. Según la CEPAL, los países de América Latina deberían invertir el 6,2 por ciento de su PIB para colmar esta demanda en el periodo 2012-2020, frente al promedio del 2,7 por ciento ejecutado en el último decenio.

Esa sinergia, que pudiera despertar temores en EEUU por el crecimiento adicional de la influencia política china, tiene el contrapunto de un modelo sociopolítico (ya sea por su estructura o sus valores) alejado de las querencias sociales latinoamericanas, aunque ello no se traduce necesariamente en antipatía respecto a dicho país. La UE, por su parte, se reunirá los días 10 y 11 de junio con la CELAC con el objetivo de contrarrestar la creciente influencia china, aunque inmersa en su actual fase de deconstrucción se auguran pocas expectativas. Frente a América Latina, ambos socios tienen el handicap histórico común de nunca haberse comprometido lo suficiente con la región con el propósito, dicen los críticos, de evitar un despegue competitivo, careciendo de la mínima autoridad para afear el comportamiento chino.

En lo ideológico, resulta relativamente chocante la apuesta china por alentar las dinámicas de mercado, la colaboración público-privada, o los TLCs, conceptos que en algunos países de la región pueden ser objeto de interpretaciones muy matizables, pero no en los visitados, tres de ellos integrados en la Alianza del Pacífico. Chile acogerá el primer banco de liquidación en yuanes de la región, una iniciativa que se suma a un acuerdo de permuta de divisas. En cualquier caso, el peso de la inversión pública china será determinante en las acciones que llevar a cabo. Por otra parte, en lo práctico, el escepticismo seguirá primando en tanto no se avancen realidades. Algunas fuentes se han cuidado de recordar que hasta un tercio o más de las promesas chinas de otras ocasiones nunca se llevaron a la práctica. Claro que ahora la realidad es otra: China necesita de la complicidad de países terceros para tirar de su economía. Más allá del mundo rico, su atención se dirige a otros escenarios. Si estos lo aprovechan en términos de desarrollo y bien común, algo puede cambiar.

El punto histórico de inflexión está al alcance de ambos actores, pero deberán crear instrumentos operativos para traducir en proyectos plausibles esta prometida nueva era. La gestión combinada de infraestructuras, industrialización y finanzas puede contribuir a fortalecer la integración regional.