Una ruta icónica

Una ruta icónica

La nueva Ruta de la Seda puede que evoque parámetros diversos y asociados a aspectos tan variopintos como el romanticismo, la grandiosidad, el comercio o el intercambio entre los pueblos en sentido amplio, ligando mundos tan distantes como China y el Mediterráneo. Pero sus razones son eminentemente prácticas y se deben a la solvencia económica que le proporciona el soporte de un mercado como el de China.

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Imagen: WIKIPEDIA (Antigua Ruta de la Seda)

La novedosa promoción de la Franja Económica de la Ruta de la Seda y la Ruta de la Seda Marítima del siglo XXI confirma la envergadura histórica y cultural del proceso de reforma en China. La mención a la Ruta de la Seda sigue evocando parámetros diversos y asociados a aspectos tan variopintos como el romanticismo, la grandiosidad, el comercio o el intercambio entre los pueblos en sentido amplio, ligando mundos tan distantes como China y el Mediterráneo. No obstante, como antaño, a día de hoy, el núcleo esencial que le da sentido es su carácter esencialmente práctico y la solvencia económica que le proporciona el soporte de un mercado como el de China, hoy de regreso en la historia. Su simple referencia hace poco más de un año por parte del presidente Xi Jinping ha cosechado un impacto global nada desdeñable pasando a ser un síntoma más del renacer de China y de sus consecuencias en el plano regional y mundial.

Si bien no podemos pasar por alto la existencia de cierto escepticismo en algunos observadores respecto a la posibilidad de que esta ruta, tanto en su itinerario terrestre como marítimo, pueda volver a desempeñar un papel similar al de siglos pasados, lo cierto en que en el siglo XXI que acabamos de iniciar convergen una serie de circunstancias que la pueden hacer posible en poco tiempo si en ella coinciden voluntad política, discurso, liderazgo, capacidad de financiación y una agenda práctica. Y eso, a fin de cuentas, es lo que China garantiza en gran medida a todos los interesados.

Nos hallamos ante una prioridad estratégica para China por razones estrictamente internas y, en primer lugar, económicas. De una parte, necesita identificar y generar nuevos mercados de exportación que equilibren su balanza exterior en un contexto caracterizado por la persistencia de la crisis global, afectando de manera singular a mercados importantes, en especial de los países desarrollados. No obstante, la propuesta va más allá de la coyuntura presente y puede favorecer la expansión de los flujos de inversión y desarrollo. Conviene tener presente el esfuerzo ingente de las empresas chinas, tanto públicas como privadas en el futuro inmediato a la hora de invertir en los países de la Ruta.

Pero es parte integrante igualmente de esa estrategia de superación de las distancias existentes en términos de desarrollo entre las zonas costeras y del interior. La Ruta favorecerá la corrección de los desequilibrios territoriales internos, que son muy notorios, y dará una considerable consistencia e impulso a la estrategia de desarrollo del Oeste del país, en curso desde hace más de una década.

Todo ello introduce un punto de inflexión, generando capacidades para crear un bloque de cooperación económica, con referentes que alcanzan al sudeste de Asia, India, Arabia y África, completando el círculo iniciado en Asia Central y Europa. Dicha concepción aporta a China un valor añadido en el plano de la seguridad, al reducir su vulnerabilidad en el Estrecho de Malaca.

De esta forma, consigue aumentar su presencia e influencia en tan vasto perímetro, consolidándose como un referente de alcance y un actor sustancial en tres continentes.

A lo largo de los siglos, la Ruta de la Seda cambió muchas veces de recorrido. Hoy, en Europa, tiene un poderoso polo de referencia: Alemania. Pero la Ruta va más allá de Berlín y señala un nuevo camino, sin límites cerrados y excluyentes, para fortalecer las relaciones entre China y la UE, mejorando las conexiones entre los mercados y no solo entre ellos. La propuesta que entraña este resurgimiento de tan ambicioso cinturón económico sugiere la actualización histórica de sus itinerarios pero con unas constantes que prevalecen.

Recientemente, China lanzó un primer servicio de trenes de carga que conecta la ciudad de Yiwu, en su costa oriental, famosa por su condición de gran supermercado mayorista, y Madrid, marcando el inicio de un servicio regular sobre la Ruta de la Seda, a lo largo de más de 13.000 kilómetros. Pero no es la terrestre la única opción. La posición geopolítica de España como garganta del Mediterráneo y su papel en relación al Norte de África ofrece interesantes oportunidades en orden a la implicación en la Ruta Marítima de la Seda que une numerosos puertos de varios continentes. Convendría reflexionar sobre la oportunidad y el interés de sumar los puertos españoles a este proyecto que sigue creciendo con proyecciones que alcanzan no solo a Centroeuropa, sino también a Italia y otros estados mediterráneos. Las conexiones marítimas entre países europeos, del Medio Oriente y norteafricanos se verían facilitadas con la participación activa de España en dicho proyecto.

No faltan expertos chinos que reclaman la extensión de esta iniciativa a América Latina. La implicación de España en esa recuperada Ruta de la Seda debiera ser un exponente principal de ese ejercicio de inflexión que requiere el nuevo tiempo de las relaciones bilaterales, llamado a superar la actual atonía. De igual modo, debiera simbolizar una asunción más cabal de lo crucial de la década que estamos viviendo y una mejorada capacidad de reacción.