Por qué casos como el de la Arandina son violencia y no una relación sexual
Hay algo común a todos los grupos de hombres denunciados por agresiones sexuales y que resulta crucial para entender la razón de sus actos, la clave está en sus chats de WhatsApp. En sus conversaciones queda patente que el objetivo no es mantener una relación sexual, sino el sometimiento de las mujeres como prueba de masculinidad.
En el caso Arandina, como en otros anteriores, ninguno de los hombres hace referencia al placer de la chica o lo que está sintiendo porque no es importante para ellos. No dicen, por ejemplo, “le dimos mucho placer”, “ella se fue encantada” o “nos decía que le gustaba”. Por el contrario, se jactan del daño que le hacen y se mofan “se deja hacer de todo”, “no decía nada”, “la jamba esta… qué guarra”.
Estos comentarios dejan clara la intención vejatoria hacia las mujeres que se esconde tras estos actos y que lo que persiguen, no es un intercambio sexual sino una prueba de dominio masculino.
Un acto violento es aquel que utiliza la fuerza (ya sea física o cultural) para ejercer algún tipo de daño, dominar o imponer algo. En los casos de violaciones grupales la violencia es un rasgo común y se manifiesta en numerosos detalles:
Escogen a chicas muy jóvenes con una voluntad frágil, ya sea por su corta edad (recordemos que en este caso ella era menor) o por el consumo previo de alcohol o drogas. Lo que asegura la actitud sumisa de la víctima y que no ofrecerá resistencia.
Superioridad numérica. Un grupo de personas que gana en número, edad y fortaleza física a otra no es partir de una situación de igualdad. Puede que no exista un forcejeo físico, pero existe un importante condicionante numérico y cultural. La figura masculina tiene mucha más autoridad que la femenina y es poco probable que una mujer joven les lleve la contraria cuando lo que más le preocupa a su edad es encajar y gustar. En el caso Arandina además se suma que ellos son famosos e importantes. Ellos nunca están en peligro, ellas suelen estar solas y en situación de inferioridad.
Deshumanización: consideran a las mujeres objetos y no personas. Se refieren constantemente a ellas como productos de consumo. “Si eso cogerlas del 2005” le responden a uno de los exjugadores del Arandina al saber que ella es una menor. Como si fuesen botellas de vino que se adquieren en un supermercado. En nuestra sociedad la mujer es cosificada constantemente, no sólo en la publicidad y los medios, también en el mercado de cuerpos como la prostitución y la gestación subrogada, que normaliza la idea de mujer-mercancía.
Falta de empatía. Nunca preguntan a la mujer cómo se siente ni cómo está. Tras el acto la abandonan y la dejan tirada. Que haya personas capaces de excitarse con el sufrimiento de otras demuestra una gran falta de empatía y una enorme crueldad. No sólo no son capaces de ponerse en el lugar de la víctima, sino que se alegran del daño que le causan e incluso lo celebran. “¿Está muerta o qué?”, “¿la tiraron al río?” preguntaban los del caso de Pozoblanco. “Puto Lucho depravado”, “somos unos degeneraos”, presumían los futbolistas de la Arandina.
Buscan la aprobación de otros hombres. El objetivo no es tener relaciones sexuales sino obtener un trofeo que puedan exhibir. Por eso en la mayoría de los casos lo graban en vídeo o lo cuentan en seguida en los chats que comparten con sus semejantes “Manada”, “La Troupe” … En ellos narran sus hazañas para demostrar su supuesta virilidad. “Estas vacaciones son la prueba de fuego para ser un lobo” se alentaban unos a otros en el caso de sanfermines.
Todos estos sucesos deben hacernos recapacitar sobre qué significa tener una relación sexual y qué características definen hoy día la masculinidad. Nuestra cultura tiene mucha responsabilidad en la forma de relacionarnos porque establece lo que es aceptado o rechazado.
La falta de educación sexual, la pornografía y la prostitución promueven la falsa idea de que una relación sexual sólo se basa en el disfrute de los hombres y que la violencia hacia las mujeres es algo normal. Los adolescentes se educan en una masculinidad dominante y agresiva, incapaz de preocuparse por los demás y de empatizar.
Tenemos lo que creamos. Algunos dicen que se nos está yendo de las manos y es verdad: pero no el feminismo sino nuestra tolerancia a la violencia y a la desigualdad.