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De David Kirby a Jari Jones: la nueva belleza contemporánea

¿Todos somos jueces entonces del otro? ¿Todos construimos, quizás de manera inconsciente, un concepto irreal de lo hermoso y lo deseable?

Jari Jones. John Lamparski via Getty Images

La actriz trans Jari Jones ríe a carcajadas frente a una valla gigantesca con una fotografía suya. De un modo u otro, tanto la imagen de su celebración como la la gigantografía en la que se le muestra con el rostro al descubierto por todo adorno, acaban de hacer historia. Jones se convirtió en la nueva imagen de campaña de Calvin Klein y en el centro de la más reciente controversia sobre la incomodidad que aun produce la noción sobre lo que se suele llamar “políticamente correcto” e “inclusivo”. En lo que sin duda es una astuta maniobra de mercadotecnia pero también, una forma de demostrar el poder de la visibilidad para el debate sobre temas considerados tabú hasta hace poco tiempo, Calvin Klein decidió celebrar el mes del orgullo LGBTIQ+ con una modelo que no sólo no cumple con los estándares de belleza actuales, sino que, sin duda, desconcierta por el hecho de representar a la vez toda una serie de ideas que confrontan un tipo de versión sobre lo estético que continúa siendo incómodo. 

Jari es queer y lesbiana, forma parte del movimiento #BlackLivesMatter y ahora protagoniza la campaña Proud in my Calvins que busca promover la diversidad y también, la noción sobre el reconocimiento del otro. Son objetivos sin duda ambiciosos y mucho más, en medio de la polémica sobre el hecho de la inclusión como una obligación ideológica para el que buena parte del público a que directamente la campaña, parece resistirse. “Pensé que estar en esta industria, especialmente en el mundo de la actuación, que una vez que hiciera la transición, nunca volvería a trabajar. No hubo representaciones reales positivas o edificantes de personas trans en revistas, televisión y películas. Pero había algo que constantemente me decía que esto era lo que tenía que hacer para vivir en mi verdad, para ser esencialmente feliz. No había otra opción para mí: vivir mi vida más auténtica o salir de aquí. Con el amor y el apoyo de la comunidad y la familia elegida, elegí mi vida. Me elegí sobre la industria que amaba, me elegí a pesar de lo que la sociedad me decía. Había gente esperándome, una vez que di el salto a este viaje llamado Transición, parado allí con los brazos abiertos, listo para mostrarme amor, compasión y respeto. En esos momentos cruciales, me di cuenta de que cuando tienes un amor inquebrantable y un sistema de apoyo, nada es demasiado grande para conquistar. Lo que encuentro ahora es que he hecho más desde la transición. Siento que cuando eres tu verdadero yo, creas el arte más bello y honesto. Creo que la industria puede reconocer eso y no tienen más remedio que celebrar y elevar ese arte en grandes plataformas. Me alegro de haberme elegido a mí y a todos los demás también se han subido a bordo “, con este mensaje, Calvin Klein presentó su nueva campaña.

Que vivimos en una cultura vanidosa en la que es realmente ser importante ser “bella”, no sorprende a nadie. Lo que sí sorprende — y preocupa, al menos en mi caso — es que esa “belleza” parece además tener implicaciones mucho más profundas que el simple atractivo físico. Y es que nuestra época, lo estético tiene su peso, pero mucho más importante parece ser la percepción que se tiene de ese estándar sobre lo hermoso — y lo que no lo es — para buena parte de una generación que creció y se educó frente a la multipantallas. Para bien o para mal, lo bello debe complacer una imagen social en la cual se insiste, se obliga y se presiona. Lo bello, rebosa ese límite de lo venial para convertirse en algo más. Lo bello, es sin duda necesario, cuando no directamente indispensable.

Nadie quiere ser feo o al menos, no ser considerado atractivo. Hay una desesperada búsqueda de la belleza y lo deseable.

Pero vayamos al otro extremo. Ese que parece ignorarse con frecuencia, y que probablemente es el exacto reflejo de esa obsesión por la belleza, como sea que esta se defina. Hablemos de la fealdad, de esa visión tan poco caritativa y restrictiva sobre el otro, esa visión tan distorsionada de la identidad ajena. Porque aunque todos estamos bastante de acuerdo en qué puede ser bello ( o de hecho, que es la belleza como concepto ) la definición de fealdad no está tan clara. A Jari Jones le han llamado “fea” ,  entre los epítetos menos denigrantes que se han usado en contra de su imagen y la campaña, como si el mero hecho de no encajar en un estándar de belleza estético disminuyera su valor y el de las ideas que representa. Buena parte de las quejas en la discusión en redes sociales, poco tienen que ver con el objetivo de la campaña o del hecho consciente de lo que puede simbolizar, sino apuntan directamente a su peso, la forma de su rostro y el color de su piel. La iniciativa de Calvin Klein molesta por el mero hecho de resultar una síntesis de las grandes discusiones de nuestra época, de lo que molesta o no lo hace. De lo que incomoda o simplifica la versión sobre el éxito, lo adecuado, lo poderoso, lo significativo. Ideas que se confrontan con un ideal cada vez más doloroso y difícil de comprender.

Jones representa una parte de la población que por años fue invisibilizada, disminuida y por supuesto, menospreciada. La fealdad continúa presionando al margen de la conciencia cultural. Después de todo, nadie quiere ser feo o al menos, no ser considerado atractivo. Hay una desesperada búsqueda de la belleza y lo deseable. Una necesidad aguda de ser parte de esa idea general de lo que a todos gusta. Todos queremos pertenecer, después de todo. La fealdad es exactamente lo contrario a la idea de belleza culturalmente aceptada. Suena simple, pero no lo es tanto. El hecho es que todos sabemos que nos gusta, pero pocos podemos explicar por qué algo nos molesta. Y la fealdad básicamente es la contradicción de lo que consideramos armonioso, aceptable… y sí, bonito.

La belleza es un mensaje y también es una proyección sobre lo que creemos adecuado. Una imagen arquetipal que difícilmente podemos definir, pero que forma parte de cada época y de cada momento histórico: lo bello cambia con las épocas y también, transgrede la percepción sobre lo que somos o cómo queremos ser comprendidos. Y la campaña de Calvin Klein lo hace.

Por supuesto, no es la primera vez — ni será la última — que la publicidad utiliza los medios a su disposición para sacudir esquemas y en especial, ideas simbólicas sobre lo hermoso, lo deseable y lo aceptable. En la década de los 90, la campañas de Benetton dedicaron una buena cantidad de su espacio en vallas y revistas a meditar sobre temas universales, con un tono y una forma que aun ahora, continúan resultando asombrosamente actuales. En especial, la campaña que convirtió a David Kirby — el activista gay fotografiado por Therese Frare en los brazos de su familia — en símbolo del SIDA más allá del prejuicio. El fotógrafo encargado de la publicidad de la marca Olivero Toscani, pudo y supo modular el escándalo para sacudir la noción colectiva sobre el prejuicio: La imagen del moribundo Kirby, recorrió el mundo y se volvió no sólo un fenómeno de envergadura histórica, sino que tradujo el prejuicio en una metáfora reconocible que obligó a la discusión colectiva sobre un tema doloroso.

La campaña de Calvin Klein quizás no logre una repercusión semejante, pero si está logrando que nos hagamos preguntas sobre las diversas interpretaciones de los conceptos relativos a lo que es hermoso o lo que no. E incluso, la simple visión personal. Porque lo bello — o al menos nuestra percepción sobre lo que puede serlo — está profundamente vinculado a lo que consideramos admisible, que enaltece o idealiza nuestras interpretaciones de la realidad. Para sintetizar: lo bello siempre será lo popular, lo aceptado, lo evidente. Y es que la belleza, parece mezclarse con ese secreto deseo de lo que aspiramos ser, lo que quisiéramos mostrar e incluso, lo que enaltecemos de nosotros mismos.

¿Todos somos jueces entonces del otro? ¿Todos construimos, quizás de manera inconsciente, un concepto irreal de lo hermoso y lo deseable?

Pero también hay otro elemento más preocupante. La belleza presiona en una dirección cultural. Nadie quiere ser feo o encontrarse al margen del concepto, que al cabo es lo mismo. Hay en buena parte de la sociedad una presión por la búsqueda de la identidad que se parezca lo más posible a esa visión de lo que se asume es bonito. ¿Quién querría quedarse por fuera?

Un pensamiento inquietante. ¿Todos somos jueces entonces del otro? ¿Todos construimos, quizás de manera inconsciente, un concepto irreal de lo hermoso y lo deseable? Pienso en las portadas de revistas: los rostros muy retocados de las portadas, los cuerpos perfectos gracias a la tecnología digital, estamos obligados a complacer un canon estético cada vez más complejo e inalcanzable. ¿Y qué ocurre con las demás? ¿Qué pasa con las que no pueden o simplemente no quieren formar parte de esa visión tan limitada de conceptos tan complejos?

Entonces, ¿la belleza obedece a un sentido de pertenencia? Me lo pregunto con toda seriedad. Me lo pregunto viendo a Jari Jones, riendo a carcajadas frente a la valla con su imagen. En toda la antipatía que ha causado su imagen. En el símbolo político en que se transforma. Y pienso, sin poder evitarlo, en esa pulsión de lo social que insiste que la belleza se construye — o se destruye — a conveniencia o que simplemente, carece de verdadero significado más allá de lo que querríamos mirar. Una percepción dolorosa sobre lo correcto y quizás, lo que no lo es, en nuestra época. Un estándar por ahora, difícil de clasificar.