Itzíar y los tiempos revueltos

Itzíar y los tiempos revueltos

Itzíar recuerda muy bien en qué instante preciso tomó la gran decisión. Un día asistió en Barbastro a una charla de Fernando Fernán-Gómez y, deslumbrada, resolvió marcharse a Madrid. Ella aspiraba a pertenecer al mundo de ese señor tan genial.

Viernes 2 de noviembre. Cine Moncayo de Tudela. Se celebra el Festival de Cine Ópera Prima. La sala se encuentra a rebosar. Cuando Itzíar Miranda, miembro del jurado del festival, sale al escenario a saludar al público, recibe una ovación muy cariñosa. No es extraño: Itzíar lleva más de 1.850 tardes haciendo compañía a millones de españoles. Su personaje de Manolita Sanabria en la serie Amar en tiempos revueltos la ha convertido en una de las chicas más queridas de España. Nunca un intérprete nacido en Aragón había resistido tantos años en una serie de televisión.

La primera vez que vi a Itzíar fue en el andén de la estación del Portillo de Zaragoza, una mañana de 1996. Yo iba a Madrid y me encontré con ella y su padre Javier, médico y hermano de Roberto Miranda, el gran escritor y periodista. En el tren, Itzíar y yo no paramos de hablar. Los viajes son muy propicios para que, si no te conoces, te cuentes toda tu vida.

Itzíar tenía 18 años. Hacía poco que vivía en Madrid, mientras procuraba abrirse paso en una selva casi siempre imposible. Itzíar era muy consciente de lo complicado que iba a resultar llegar a ser lo que ella quería. Conocíamos a poquísimos actores que habían logrado su sueño y a demasiados que se habían estrellado. Pero ella no iba a respetarse jamás si no perseguía esa ilusión con toda su alma.

Itzíar nació en Zaragoza pero su padre era médico rural y, antes de sus cinco años, residió en Ricla, Caspe o Sabiñánigo. El pueblo de su vida era Estadilla, un lugar del prepirineo oscense al que destinaron a su padre y donde vivió hasta su adolescencia. Allí, su madre Concha dirigía dos grupos de teatro, uno de niños y otro de adultos. Itzíar no tiene ninguna duda de que fue su madre quien le disparó la vocación. Y recuerda muy bien en qué instante preciso tomó la gran decisión. Un día asistió en Barbastro a una charla de Fernando Fernán-Gómez y, deslumbrada, resolvió marcharse a Madrid. Ella aspiraba a pertenecer al mundo de ese señor tan genial.

Al llegar a Madrid, Itzíar se alojó en una residencia de monjas. Las hermanas enseguida le invitaron a abandonarla: ella, una artista, era un mal ejemplo para el resto de las internas, a las que Itziar "revolucionaba" un poco. Entonces, se metió en un piso de Tirso de Molina, que compartió con compañeros de la escuela de interpretación. Esos tiempos en Madrid se ajustaron a lo esperado: toda clase de trabajos para salir adelante y decenas de castings en los que era rechazada una y otra vez. Pero nunca se permitió venirse abajo. Un día Luis San Narciso la eligió para un pequeño personaje de la serie Periodistas y comenzó a ver la luz. Sus dos primeros trabajos en cine fueron un pequeño trago para la familia. Cuando su abuela Concha supo que Itzíar iba a hacer Nada en la nevera (1998, Álvaro Fernández Armero) se puso muy contenta pero, al enterarse de que interpretaba a una lesbiana, ocultó a todo el mundo que su nieta salía en esa película. Sin embargo, la abuela no se perdió el coloquio sobre Nada en la nevera en el que Itziar participó en la Universidad de Zaragoza. Recuerdo que cuando una señora le preguntó a Itzíar cómo había hecho de lesbiana, la abuela saltó: "¡¡Oiga señora, que mi nieta es muy machota eh?!!". En Celos (1999, Vicente Aranda), Itzíar se desnudaba. Su padre vio la película pero, en sus escenas, no pudo mantener los ojos abiertos.

Manolita entró en su vida en 2005. Al principio, era un papelito en una serie que iba a durar 80 capítulos. Siete años y 1850 capítulos después, Manolita ocupa un lugar privilegiado en el imaginario de las sobremesas de España. Como curiosa paradoja, Itzíar ha estallado como actriz con un personaje que trabaja en un bar, el lugar en el que se refugian tantas actrices sin trabajo. Itzíar ha enriquecido enormemente a Manolita y, al tiempo, se ha dejado invadir por ella, sin complejos, sin miedo al "chanqueterismo", que es un término absurdo que me acabo de inventar para definir el síndrome Chanquete. El resultado es fantástico. Pero no existe ningún peligro de que Manolita la devore: ella es capaz de que un personaje pegajoso se le despegue cuando le dé la gana. La serie la combina con el cine y con el teatro, donde defiende papeles que nada tienen que ver con Manolita. Pero Itzíar es la primera que sabe que para la inmensa mayoría de la gente ella es, solo, Manolita. También sabe que miles de actrices darían casi cualquier cosa por tocar lo que ella ha conseguido y se siente muy afortunada. Itzíar suele contar una anécdota que revela el calado de Manolita, la brutal identificación del público con su personaje y el lío que a menudo se hace la gente con los personajes y los actores. En la serie Manolita está casada con Marcelino, al que interpreta Manu Baqueiro, cuya exnovia en la vida real, Carlota Olcina, encarna en la serie a Teresa. Un día, una señora que había visto por la calle a Manu con Carlota cuando aún eran novios, se acercó a Itzíar y le dijo, muy seria: "Perdona, Manolita, tengo que contarte una cosa porque yo te quiero mucho: Marcelino te está poniendo los cuernos con Teresa".

Se suele creer que las actrices, incluidas las geniales, son mujeres desequilibradas, caóticas e impuntuales. Itzíar desafía maravillosamente ese estereotipo. Ella siempre llega a las citas antes que el otro. A Itzíar le sobra talento y equilibrio. Pero lo que más me gusta de ella es su incansable alegría, su espíritu anticenizo y su emocionante incapacidad para venirse abajo, aun cuando todo se tambalee. En estos tiempos tan revueltos, Itzíar insinúa un modelo estupendo de estar en el mundo.

Este artículo ha sido publicado originalmente en 'El Heraldo de Aragón'.