Ecofascistas a la vuelta de la esquina

Ecofascistas a la vuelta de la esquina

Entrevista con el politólogo Carlos Taibo.

  Drying up lakes, ponds, rivers, or steams. Global warming concept . Dry cracks in the land, serious water shortages. Drought concept.sarote pruksachat via Getty Images

Antes de leer Ecofascismo: una introducción (Catarata, 2022) de Carlos Taibo, hubiera dicho que el término ecofascista es un sarcasmo de la derecha para denigrar a ciertos ecologistas por su supuesto fanatismo climático. Taibo, en cambio, mantiene que el ecofascismo es más bien una aberración ideológica embrionaria que nace no tanto de los negacionistas climáticos como de las elites, que habrían perdido toda esperanza o interés por permitir que otros se libren del desastre. Asimismo, el autor conecta la pandemia de COVID con el cambio climático porque durante el confinamiento se ensayaron estados de excepción y hasta una suerte de gerontofobia (por la cual sobraría la población más anciana), dos vetas posibles del desarrollo ecofascista. Esta entrevista es una aproximación especulativa a los escenarios distópicos que se avecinan.

ANDRÉS LOMEÑA: Si los climatólogos llevan décadas advirtiendo de los peligros del calentamiento global, ¿también podemos decir que se ha estado abonando el terreno del ecofascismo durante décadas?

CARLOS TAIBO: Lo han estado abonando, con su conducta, los poderes económicos. Los datos principales relativos a la catástrofe climática y al agotamiento del petróleo ya estaban sobre la mesa cuatro décadas atrás. Dibujaban, y dibujan, un proceso que parece conducir a un colapso general. Al mismo tiempo, nuestra capacidad para ordenar los hechos ha ido menguando, sometida a embates varios: la pandemia (y el formidable ejercicio de servidumbre voluntaria que trajo consigo), problemas crecientes en el abastecimiento de materias primas (y no pienso solo en las energéticas), subidas espectaculares en los costos de transporte de las mercancías, cortocircuitos en muchos flujos económicos y financieros, y por último una guerra, la de Ucrania, que no es la causa principal de muchos de los problemas que hoy nos acosan. Tantas décadas de capitalismo depredador no podían conducir sino a esto.

A.L.: Se habla mucho de las absurdas astrotopías de Jeff Bezos o Elon Musk porque no tiene sentido colonizar la Luna o Marte si ni siquiera somos capaces de habitar nuestro planeta. Habrá que frenar esos delirios, pero entiendo que el ecofascismo va más allá de unos pocos superricos.

C.T.: En efecto, aunque la condición del ecofascismo tiene mucho que ver con el proyecto, aberrantemente egoísta e individualista, que abrazan muchas de esas personas. Tal y como yo lo concibo, el ecofascismo no es un proyecto negacionista que surge de la derecha extrema, sino una apuesta de determinadas elites que, ante las secuelas dramáticas del cambio climático y del agotamiento de las materias primas energéticas, aspiran a preservar para sí bienes escasos y a prescindir, en paralelo, de poblaciones que entienden sobrantes. A la manera de lo que hicieron los nazis alemanes, con la connivencia de buena parte del empresariado local, en las décadas de 1930 y 1940.

A.L.: ¿Cuáles serán las expresiones ecofascistas más comunes que veremos? ¿Más muros para frenar la llegada de refugiados climáticos? (Un apartheid climático) ¿Una democracia iliberal que restringe libertades con argumentos pseudoecologistas? 

C.T.: A buen seguro que esas serán dos de las manifestaciones. Más allá de ellas hay que recordar las prácticas del colonialismo tradicional en la forma de supeditación de los recursos a los intereses del colonizador, apropiación de materias primas, expansión de proyectos extractivistas, explotación de la mano de obra indígena y supresión de las economías locales, todo ello en un marco, claro, de represión creciente. El ecofascismo supondrá, también, en el caso de las mujeres, una exacerbación de los problemas vinculados con la violencia, el trabajo y la deuda. 

Lo ocurrido en los tres últimos cuartos de siglo en Palestina da cuenta convincentemente de todo lo anterior en forma de expulsiones, explotación, ocupación, muros, militarización, ahogamiento económico, arrogancia, expansión de las cárceles, tortura, robo de recursos, racismo y apoyo no ocultado a la colonización.

A.L.: Me gusta mucho una serie de definiciones que toma prestadas: el clima Behemoth (un neoliberalismo más desbocado aún que el actual), el Leviatán climático (una especie de consenso capitalista), el Mao climático (un anticapitalismo autoritario) y el clima X (un hipotético cosmopolitismo planetario). ¿Está Europa haciendo algo por acercarse a alguno de esos cuatro modelos?

C.T.: Esa teorización la desarrollaron en su momento Mann y Wainwright. La propuesta oficial de la UE parece ser la segunda, articulada en torno a una suerte de capitalismo verde que concibe los problemas ecológicos como una lucrativa fuente de negocios. Pero en modo alguno es de descartar que se asiente (las señales están ahí) un clima Behemoth, que se antoja la senda de manifestación más cruda y directa de una propuesta ecofascista. Los tres primeros horizontes, con la idea de colapso de por medio, en modo alguno obligan a descartar esa propuesta. Puedo imaginar sin problemas, por cierto, que liberales y socialdemócratas la abracen en los hechos, al igual que puedo imaginar que las elites chinas busquen un acuerdo con las occidentales. No veo, en cambio, señales sólidas que apunten, del lado de la UE, a ese cosmopolitismo planetario que hoy por hoy solo parecen defender movimientos de corte alternativo que, empeñados en fundir lo social y lo ecológico, contestan la lógica del crecimiento económico, la del mercado y la de la desigualdad.

A.L.: La transición energética no escapa a la polarización política. No hay más que observar las disputas en torno a la energía nuclear, con defensores de la misma que dicen hablar en nombre de la ciencia y sin embargo parecen más bien evangelizadores. Usted defiende el decrecimiento. ¿Qué significa eso en el contexto de la transición energética?

C.T.: La perspectiva del decrecimiento nos dice en esencia que si vivimos en un planeta con recursos limitados no tiene sentido que aspiremos a seguir creciendo ilimitadamente, tanto más cuanto que sobran los motivos para concluir que hemos dejado muy atrás las posibilidades medioambientales y de recursos que la Tierra ofrece. Los límites en los que tenemos que movernos son muy estrictos, por mucho que haya quien, acaso interesado, no lo quiera entender.

Lo anterior aparte, debo subrayar que el discurso dominante afirma que debemos buscar nuevas fuentes de energía para mantener lo que hemos alcanzado y, en su caso, acrecentarlo. ¿Realmente nos interesa mantener esto? ¿No obtendríamos ventajas francas derivadas de prescindir de muchos de los elementos de sinrazón de nuestras sociedades? ¿No será más inteligente que, en lo que hace a los países ricos, reduzcamos en muchos terrenos, obviamente no en todos, los niveles de producción y de consumo? No basta con decrecer: hay que acometer en paralelo una distribución radical de la riqueza y hay que apostar por fórmulas de carácter colectivo, frente al individualismo imperante.

A.L.: Acabo de leer que la banca tendrá que informar a sus clientes sobre fondos de inversión con un enfoque medioambiental. Esto se me antoja como una operación de greenwashing de manual. ¿Estas inversiones sostenibles se pueden relacionar de alguna forma con el ecofascismo o simplemente se trata de un curioso oxímoron? ¿Aumentar las ecotasas puede ser una solución o un gravamen verde no cambiará nada? 

C.T.: Los bancos necesitan lavar su imagen y procuran, por lógica, ampliar los mercados. Medidas como esa remiten a lo de casi siempre. Si por un lado tienen un relieve menor, por el otro llegan manifiestamente tarde. Intuyo, en fin, que se proponen impedir que apreciemos lo principal, y lo principal es que no basta con introducir ecotasas: hay que cambiar de modelo, en lo político, en lo económico,  en lo social y en lo ecológico.

A.L.: Mi ciudad, Málaga, es un erial al que le faltan infinidad de espacios verdes y el Ayuntamiento tiene la osadía de presentar candidatura para la Expo 2027 con la temática La era urbana: hacia la ciudad sostenible. ¿Debería empezar la batalla política por reactivar el municipalismo? 

C.T.: Es una opción, aunque, claro, el panorama de lo que ocurre en muchos de nuestros municipios, y basta con que me acoja al ejemplo que usted propone, no es nada halagüeño. Estoy pensando en ciudades de dimensiones desbocadas, que absorben de forma masiva recursos escasos y que muestran problemas sociales cada vez más hondos en un escenario en el que el mundo rural, entre tanto, pierde población y envejece, y con la férula de las grandes empresas en la trastienda. Si el municipalismo del que me habla acarrea la reconstrucción de espacios comunales y concejos abiertos, la búsqueda de fórmulas de autosuficiencia y el despliegue de la agroecología frente a la agricultura industrial, bienvenido sea. Pero entiendo que ese municipalismo precisará entonces adjetivos calificativos como, por ejemplo, autogestionario y libertario. 

A.L.: Espero de veras que ese ecofascismo no esté a la vuelta de la esquina.

C.T.: Me interesa certificar una excelsa paradoja: en la esencia de la apuesta ecofascista está el hecho de que quienes son los mayores responsables del colapso que se avecina (los países ricos) serán los que procuren castigar a quienes menos lo son. Y ello, como casi siempre, en virtud del designio de mitigar los costos ingentes derivados del cambio climático, de reducir los riesgos que afectan al mundo occidental y a su primacía planetaria, y de mejorar la cuenta de resultados de una minoría escueta de la población.