La antropología como conversación

La antropología como conversación

Entrevista con el antropólogo Tim Ingold.

Abstract vector drawing of North American Native woman's facial profile with feathers on a grunge background. Warm earthy tones with burnt umber accents. Download includes Illustrator 10 eps containing transparencies, with fully rendered editabl...JDawnInk via Getty Images

Esta no es una conversación sobre la supuesta muerte de la antropología. Ese lamento, aunque justificado, ya no se oye con tanta fuerza. En su lugar, la antropología contemporánea resuena con un ímpetu renovado. Tim Ingold, autor de Antropología: ¿Por qué importa?, rompe con los tópicos que albergamos en torno a una disciplina que, contra todo pronóstico, ha sabido reinventarse. Esta no es una conversación sobre antropólogos ilustres del siglo XX como Bronislaw Malinowski o Claude Lévi-Strauss, sino una entrevista sobre la antropología actual de la mano de uno de sus mejores escuderos.

ANDRÉS LOMEÑA: Describe la antropología como una conversación con otras culturas. La antropología no se dedica tanto a la producción de conocimiento como a compartir, cuidar y tomarse en serio a otras personas. Como anima a establecer conversaciones, yo le he animado a unirse a este periódico para que pueda compartir sus impresiones con los lectores.

TIM INGOLD: Describiría la antropología como una conversación o diálogo entre personas, no entre culturas. Las culturas no pueden hablar entre ellas… las personas sí.

Hay una diferencia entre antropología y periodismo. La aspiración del periodismo es informar sobre los acontecimientos o acerca de lo que dicen y hacen las personas. El compromiso de los periodistas es con la verdad de lo que han oído y visto. La antropología, tal y como yo la entiendo, tiene un objetivo diferente. Consiste en unirse a las personas en una investigación sobre las condiciones y posibilidades de vida. Escuchamos a la gente, por ejemplo, cuando prestamos atención a nuestros profesores, no para obviar lo que nos cuentan, sino para aprender de ellos. ¿De qué manera nos hace eso más inteligentes? Ese es el tipo de sabiduría que perseguimos cuando escribimos o enseñamos. 

Estoy de acuerdo en que esta sabiduría antropológica no está debidamente representada en los principales medios de comunicación. Y ahora te hablo a ti, por tu capacidad como periodista más que como colaborador de una conversación antropológica; confío en ti para que informes con exactitud y sensibilidad acerca de lo que voy a decir. Me alegra contar con tu ayuda para poder llegar a un público más amplio. Por supuesto, también me alegra tener una conversación contigo, pero hablar contigo no es lo mismo que la entrevista que publiques con los resultados de las conversaciones que yo he tenido con otros. Esto último se acerca más a la etnografía y la antropología. De hecho, aunque los objetivos de la antropología son muy distintos del periodismo, la etnografía es bastante parecida.

A.L.: Hay antropólogos como Marc Augé que han llevado a cabo una antropología del mundo contemporáneo. Yo agradecería una etnografía de profesiones privatizadas como la de odontólogo porque me parece una auténtica caja negra de conocimientos. ¿Es ese el horizonte de la antropología?

T.I.: En la actualidad, muchos antropólogos están analizando la vida profesional de trabajadores tan diversos como los científicos de laboratorio, los ingenieros y diseñadores, los médicos y sanitarios, e incluso los financieros y gentes de negocios, aunque no sé de ningún estudio de campo sobre cirugía dental. Se ha revertido la tendencia tradicional de los antropólogos de estudiar desde abajo, es decir, trabajar con personas que, de un modo u otro, son pobres, desfavorecidos o marginados. Ha habido un gran entusiasmo por estudiar desde arriba. No hace falta decir que esas metáforas de arriba y abajo son extremadamente problemáticas porque hay implicaciones relativas a la posición social y profesional del investigador, así como diferencias de poder que se aprecian en cualquier estudio. 

En lo que a mí respecta, no tengo un entusiasmo excesivo por ese tipo de estudios. El reciente campo de la antropología del diseño me parece sintomático. Para algunos, esta rama consiste en hacer estudios etnográficos de cómo las personas usan productos diseñados para la vida cotidiana y los problemas que encuentran, con la consiguiente propuesta de cómo hacer que esos productos sean comercialmente viables. El llamado diseño centrado en el usuario simplemente subordina la antropología a la lógica del mercado. Para otros, la antropología del diseño significa hacer estudios entográficos de profesionales que se identifican como diseñadores. Para mí, en cambio, la antropología del diseño se referiría a algo más. La expresión sugiere una manera de hacer antropología mediante una alternativa a la etnografía: el diseño. ¿Podría el diseño ofrecernos una forma de investigar nuevas condiciones y posibilidades de vida? Si así fuera, entonces estaríamos hablando de antropología del diseño. ¿Podríamos tener una antropología de la odontología? No sé yo. De lo que estoy seguro es que los odontólogos, al igual que los cirujanos, ingenieros de software o técnicos de laboratorio, son maestros en sus oficios, con una experiencia de la que tenemos mucho que aprender.

Hay biólogos y psicólogos que han llegado a creer que todo el comportamiento humano está determinado por una combinación de genes y cultura.

A.L.: Philippe Descola describió cuatro ontologías como un modo de acabar con la falsa separación entre naturaleza y cultura. Usted propone una nueva síntesis que es relacional, procesual y postgenómica. ¿Cómo de cerca estamos de esa nueva síntesis?

T.I.: ¡Dependerá de con quién hable! No creo que la obra de Descola, por magnífica que sea, nos lleve a ninguna parte. Relativiza la dicotomía naturaleza-cultura considerándola como una variante específica del naturalismo occidental, pero solamente tratando la ontología misma como un esquema cognitivo para organizar los datos de la experiencia. En otras palabras, la bifurcación fundamental entre mentalidad y corporeidad persiste y eso estructura todo su proyecto comparativo. Es una perspectiva bastante conservadora.

Hay obras mucho más radicales en varios campos que atraviesan el espectro académico, desde las ciencias naturales a las artes y las humanidades, que están desafiando esta bifurcación con enfoques que parten de las nociones de proceso y relación. En casi cada campo, esas investigaciones chocan contra la cultura dominante. La tarea que afrontamos es aglutinarlo todo en una síntesis operativa. Hay fuerzas formidables de carácter institucional, económico y político en contra de nuestro esfuerzo colectivo. En muchas ocasiones me he encontrado, literalmente hablando, con un muro de resistencia. Cuando te acostumbras a hablar con colegas que tienen la misma afinidad con el pensamiento relacional y procesual, es fácil olvidar la auténtica inercia intelectual del mundo exterior.

Por ejemplo, hay biólogos y psicólogos que han llegado a creer que todo el comportamiento humano está determinado por una combinación de genes y cultura. No es bueno intentar explicarles la simpleza, y la circularidad, de su marco mental, que vuelve a los seres vivos, humanos y no humanos, meros títeres de algoritmos diseñados por los científicos. Los que se sienten más ofendidos en este aspecto son los psicólogos evolucionistas y los llamados coevolucionistas (de genes y cultura). Podríamos olvidarnos de ellos si no fuera por el aumento amenazante del capitalismo de vigilancia, que intenta convertir sus horribles visiones en una realidad. Cuando se les desafía, simplemente ponen los ojos en blanco, hacen oídos sordos o exigen ver los datos, pero los argumentos epistemológicos no pueden resolverse con datos. Estas objeciones solo pueden resolverse si mostramos las ideas preconcebidas que guían la investigación y las sometemos a una crítica rigurosa.

Quiero mostrar que la imaginación es la punta de un proceso de la vida real cuyo principal atributo es superarse permanentemente.

A.L.: Sus dos libros sobre las líneas podrían parecer un tanto exóticos a los antropólogos de la vieja escuela. ¿Cómo se interesó por ellas?

T.I.: Llegué a las líneas de forma más o menos casual. No decidí de buenas a primeras que me haría “lineólogo”. Simplemente ocurrió. Quizás había cosas que me predispusieron en esa dirección. Por ejemplo, soy hijo de un micólogo que echaba horas dibujando hongos con pluma y tinta. También tocaba el chelo cuando era niño. O quizás fue mi convivencia con los samis, que estaban siempre rastreando. Me interesaba el dibujo, hacer melodías con mi instrumento y andar, y todo eso se unió alrededor de la figura de la línea. Pero las consecuencias fueron extraordinarias porque de repente se abrió todo un mundo de fenómenos sobre los que nunca había pensado, y lo que es más importante, me sugirió maneras de atarlos. Por ejemplo, empecé a pensar en las relaciones entre las líneas y el tiempo, o entre la “linealogía” y la meteorología, un tema fundamental en mi segundo libro sobre este tema: La vida de las líneas. Me llevó a territorios sobre los que no sabía nada, desde el arte y la arquitectura hasta los estudios sobre la escritura, la danza y el teatro. Y de las líneas me he ido hasta las superficies, que ha sido mi mayor preocupación en los últimos años: superficies como las del suelo, el papel, los tejidos, la piel, etcétera.

A.L.: Le ruego que no pierda su originalidad y su pasión antropológica.

T.I.: Mi nuevo libro, Correspondencias, acaba de salir este mes en inglés. Es una compilación de textos cortos, muchos de ellos escritos como respuesta a obras de arte que estaban en exhibición. No es un libro de antropología, sino más bien un conjunto de reflexiones personales. Las he llamado correspondencias por las cartas escritas, como solíamos hacer antes del correo electrónico. Aunque solíamos “corresponder” con otras personas, en estos ensayos lo hago sobre todo con cosas. En los próximos meses trabajaré en una colección de textos antropológicos más largos. El libro se llamará Imaginar lo real. Tal y como sugiere el título, la intención es ir más allá de la oposición entre realidad e imaginación, o entre los hechos y la ficción, algo que está profundamente arraigado en el pensamiento moderno. Es una oposición que empobrece lo real y desplaza la imaginación. Quiero mostrar que la imaginación es la punta de un proceso de la vida real cuyo principal atributo es superarse permanentemente. Al igual que las raíces de una planta, la vida se abre camino desde las puntas. Eso es lo que hace el estudio académico. Mi ambición, como la de cualquier profesor, es llegar al momento a partir del cual encuentro mi camino a través de un campo en constante cambio.

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Andrés Lomeña Cantos (Málaga, 1982) es licenciado en Periodismo y en Teoría de la Literatura. Es también doctor en Sociología y forma parte de Common Action Forum. Ha publicado 'Empacho Intelectual' (2008), 'Alienación Animal' (2010), 'Crónicas del Ciberespacio' (2013), 'En los Confines de la Fantasía' (2015), 'Ficcionología' (2016), 'El Periodista de Partículas' (2017), 'Filosofía a Sorbos' (2020), 'Filosofía en rebanadas' (2022) y 'Podio' (2022).