La cólera de Alarico

La cólera de Alarico

Entrevista con el historiador Douglas Boin.

Douglas Boin, autor de 'Alarico el Godo'.Ático de los libros

Roma no paga traidores… ni regulariza a extranjeros, podríamos añadir. Todos hemos oído hablar sobre las causas de la caída del Imperio Romano. Douglas Boin narra este declive desde la perspectiva del adversario, la de esos supuestos incivilizados que solo trajeron el caos al mundo. Boin se centra en la figura de un formidable guerrero. Alarico el Godo (Ático de los libros, 2021) se aparta del “romanocentrismo” para contar la vida de alguien cuyo resentimiento se fue avivando a medida que constataba la falta de reconocimiento de su pueblo.

En la escuela me enseñaron que el Imperio Romano fue invadido por los bárbaros sin que hubiera ninguna razón en particular. Lo mismo se me dijo del Imperio Otomano. Al leer su libro, siento que me está dando las explicaciones que nunca recibí.

Recuerdo cuando di con la idea, allá por el año 2015 o 2016, de darle la vuelta a la historia del Imperio Romano. Estaba leyendo un montón de novelas clásicas reescritas y contadas desde un punto de vista ignorado y me impresionó la insistencia de temas en torno a la igualdad y la justicia. Me parecían totalmente alejados de cómo habíamos enseñado a pensar la historia antigua. Fue entonces cuando me di cuenta de lo importante que era concederle a los godos la misma imparcialidad. Era más fácil decirlo que hacerlo, claro.

Cualquier libro que hojees pretenderá contar los dos lados de lo que ocurrió en Roma, pero terminas encontrando la balanza de la historia inclinada hacia el lado de los romanos, lo que se traduce en historiadores que amplían sus ya de por sí poderosas voces. Mi objetivo era hacer justicia a Alarico y a los godos por lo que son; si lo piensas, se trata de una investigación que cualquier libro debería realizar, la de ver el mundo a través de ojos extraños. Escribí esta historia desde muchos ángulos porque quería comprender el estigma de las personas que, por causas ajenas a ellas, han sido consideradas criminales y marginados.

Los extranjeros del Imperio Romano eran aliados (foederati), desplazados (dediticii) o afortunados (laeti). Así se ve mejor cómo surgió el concepto de ciudadanía y de romanitas. El edicto de Caracalla expandió los derechos ciudadanos en 212 y ojalá se hubiera mantenido esa flexibilidad en tiempos de Alarico, que se sintió degradado después de la batalla de El Frígido. 

La literatura clásica y la sociedad están llenas de historia sobre la ira: la cólera de Aquiles en Troya o la hostilidad de Nerón hacia su madre. La contribución de Alarico a ese tipo de relatos se hizo a finales del año 410 d.C., cuando decidió “quemar las naves”, como solemos decir, atacando la ciudad de Roma. Habían pasado muchas cosas, tal y como tú esbozas. Alarico tenía en torno a cuarenta años. Había crecido al borde del río que dividía su tierra de la de los romanos y tuvo un éxito inmediato como joven guerrero. Si hubiera abandonado su rebeldía, quién sabe qué habría pasado. Puede que ni siquiera tuviéramos noticias sobre él. El hecho es que cuando tenía veinte años intentó atacar un destacamento imperial y las autoridades romanas se quedaron impresionadas por la combinación de astucia y fuerza física que empleó. De este modo, le ofrecieron ingresar en el ejército. Esa fue la fortuna que impulsó su carrera y nuestra posterior curiosidad histórica.

También es cuando su vida se volvió más complicada. Alarico nunca consiguió aquella extensión de la ciudadanía que se dio a soldados y veteranos como había ocurrido en años anteriores. Tampoco recibiría otro reconocimiento general como el que había facilitado Caracalla. Alarico se hizo adulto en una época en la que el Imperio Romano rechazó a los godos como iguales. A pesar de la hostilidad que recibieron (el fanatismo y las puertas cerradas en sus caras en ciudades y mercados), se hace patente que la xenofobia de Roma solo era un aspecto de un debate público mucho más profundo: cómo integrar a los extranjeros en la sociedad.

El hecho de que Roma nunca encontrara una manera de extender la ciudadanía de Alarico y de otros extranjeros durante los siglos IV y V explica el porqué de su resentimiento. No solo había motivaciones personales. Desde la perspectiva de Roma, los godos nunca merecieron una verdadera inclusión en la sociedad romana. Nunca estuvieron solos. Simplemente fueron los primeros en protestar contra las desigualdades de su tiempo. La tesis de este libro es que la inacción de Roma en el periodo que vivió Alarico tuvo consecuencias políticas que llevaron a la fragmentación y caída del Imperio Romano de Occidente.

Teodorico, el asesino de Odoacro, mantuvo cierto pluralismo religioso y Alarico II tuvo una influencia considerable en la cultura legal de la España medieval. Por eso su libro insiste en que la palabra gótico degeneró por culpa de una tradición anti-pagana que se hizo fuerte con San Agustín. Deberíamos rescatar el calificativo gótico de su sentido peyorativo.

Ahora cuesta imaginarse la época en que “gótico” era una expresión peyorativa, ya que la usamos apasionadamente para hacer referencia a grandes monumentos arquitectónicos, como pueden ser las catedrales o los palacios. Creo que la recuperación del término tiene mucho que ver con el éxito que ha tenido lo gótico. Como miembro de la comunidad gay, aprecio sobremanera cómo los ‘más mayores’ (quienes me antecedieron dentro de la comunidad gay) encontraron dignidad  y un sentido más fuerte de comunidad e identidad ciudadana reivindicando para sí algunas descalificaciones.

Me gustaría imaginar que, aunque ciertos clérigos de la iglesia cristiana o algunos comentaristas intolerantes del mundo medieval nunca reconocieron a los godos como protagonistas de la historia mundial, ahora tenemos la oportunidad de subsanar ese error permitiendo que los godos y lo gótico sean el foco de atención por un momento. La historia es realmente inclusiva cuando se vuelve verdaderamente subversiva.

Pensé que Gibbon era casi lo único que debía leer para entender el Imperio Romano y recientemente he dado con historiadores como usted, Emma Southon y Kyle Harper.

Hay que bajar del pedestal ciertas posturas autocomplacientes y elitistas de muchos escritores clásicos, más que nada porque han tergiversado lo que fue la Antigüedad. Roma fue un lugar mucho más dinámico de lo que esos historiadores alguna vez imaginaron o reconocieron. Creo que una parte esencial de la historiografía es la de recuperar tantas historias y perspectivas del pasado como sean posibles. Ese esfuerzo, al menos, condensa el conjunto de valores que aprecio. Lo que mejor describió Gibbon (sin pretenderlo, tal y como yo lo veo) fue quizás el sentido de superioridad moral de los romanos cuando en su Historia de la decadencia y caída y del Imperio Romano dijo que Roma representó “la parte más civilizada de la humanidad”. No creo que necesitemos valorar el pasado de forma tan efusiva y del modo tan dudoso en que lo hizo Gibbon, sobre todo cuando se trata de estudiar la historia y aprender de sus lecciones.

Gracias por contarnos la perspectiva inédita de Alarico.

¿Quién hubiera pensado que la biografía de un hombre del siglo V, sin prosapia alguna, encontraría lectores en la actualidad? Me siento muy halagado al saber que las andanzas de Alarico han llegado a España, así que doy gracias a los lectores.

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Andrés Lomeña Cantos (Málaga, 1982) es licenciado en Periodismo y en Teoría de la Literatura. Es también doctor en Sociología y forma parte de Common Action Forum. Ha publicado 'Empacho Intelectual' (2008), 'Alienación Animal' (2010), 'Crónicas del Ciberespacio' (2013), 'En los Confines de la Fantasía' (2015), 'Ficcionología' (2016), 'El Periodista de Partículas' (2017), 'Filosofía a Sorbos' (2020), 'Filosofía en rebanadas' (2022) y 'Podio' (2022).