Las cinco lecciones que el confinamiento me dejó

Las cinco lecciones que el confinamiento me dejó

Ante la abrupta transformación que estamos viviendo, el confinamiento ha representado un momento de reflexión.

Social distancing or physical distancing is a set of nonpharmaceutical infection control actions intended to stop or slow down the spread of a contagious disease. Strict new curbs on life in the UK to tackle the spread of coronavirus.Photographer, Basak Gurbuz Derman via Getty Images

El confinamiento por la covid-19 ha puesto a la humanidad en jaque. Nuestro cotidiano ir y venir se convirtió en encierro, y el saludo de mano se transformó en un riesgo latente de infección.

La pandemia nos cambió como sociedad y nos concienció en muchos otros ámbitos.

Ante la abrupta transformación que estamos viviendo, el confinamiento ha representado un momento de reflexión. Sobre esto, en mi caso, hay varias lecciones aprendidas, aquí resumidas:

Después de seis meses de no acudir a ninguna reunión con amigos y amigas, de no ver a mis padres ni poder ir a su casa y despedirme con un abrazo o personalmente decirles cuánto los quiero, valoré la importancia del contacto humano y lo reparador que es un abrazo.

Es algo en lo que no había pensado antes porque lo daba por sentado, era algo casi automático, más en culturas latinas, en las que el contacto físico, como el abrazo o el beso, es tan natural como cotidiano.

Esto cambió, hasta el punto de representar una afrenta. Lo que me hizo valorar la magia que emana del contacto humano, que va más allá de la comunicación verbal o el convivio: tiene la fuerza de unión y fluidez humana que no se puede reemplazar con nada. La cercanía con tus seres queridos emana de ese contacto físico, y al no tenerlo una sensación de extrañamiento profundo surge, difícilmente puede ser llenada de otra forma.

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Mi madre, con la que hablo seguido por teléfono, me dice que siente que me fui a vivir a otro país del cual no regresaré pronto. Cuando escuché esto experimenté lo que sufren las personas a las que la lejanía no les permite estar cerca de sus familias.

“Nos volveremos a abrazar” es una frase que se hizo popular en la entrada de comercios que han permanecido cerrados por más de seis meses. Porque el abrazo es la unión humana más cercana entre las personas. Cuando nos volvamos a abrazar valoraré tanto ese momento que me propongo disfrutar con cada uno de los abrazos. 

Innumerables artículos sobre qué hacer en casa durante la pandemia son la tendencia del momento en medios. Todo parece haberse convertido en la receta que dicta cómo llevar tu tiempo, que van desde “cómo lograr la productividad” hasta “las actividades a realizar por hora”.

Desde la intimidad de nuestros hogares, escuchamos el sonido del silencio, nunca antes habíamos estado tan aislados, pero tampoco tan acompañados por nosotros mismos y tan en contacto con nuestros sentimientos y emociones.

En un mundo en el que reina la aceleración, el ímpetu por la productividad y las presiones de todo tipo por cumplir estándares externos, este tiempo desacelera el contacto externo mientras que abre una invitación para conectarnos con nosotros mismos. Algo que, entre múltiples distracciones y la occidentalización de nuestras rutinas, hemos evitado.

El tiempo de confinamiento también es un tiempo de análisis profundo. De hacer una pausa para calificar cómo estamos viviendo. ¿Somos realmente felices con lo que estamos haciendo con nuestra existencia?

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Hace mucho tiempo que el filósofo Aristóteles lo subrayó, “el hombre es un ser social por naturaleza”. Requerimos a otros para sobrevivir. Y el confinamiento nos ha regresado de alguna manera a la caverna, un tiempo de reclusión, para la mayoría un tiempo de desesperación.

Nos hemos acostumbrado a estar sobre-estimulados, por tanto el confinamiento nos parece insoportable. El ritmo de nuestros días nos acelera hacia la supervivencia, a cualquier costo y bajo cualquier sufrimiento.

Tras más de dos meses de confinamiento, he desacelerado mis procesos de vida, he aprendido a escucharme más, a ser más auténtica con lo que siento y alinearlo con lo que quiero. A aceptar sentimientos que antes evadía, por ser incómodos.

En el confinamiento, todo aflora y se intensifica. A la sombra de la pandemia, y acorralados en la intimidad de nuestros hogares, una invitación a analizar nuestro andar emerge de este momento histórico.

En los primeros meses de la pandemia, el padre de mi más querida amiga enfermó gravemente y murió hace unas cuantas semanas. Cuando me enteré de su fallecimiento me paralicé, no sabía qué hacer. No podía ir a su funeral, tampoco podía ver a mi amiga y brindarle mi hombro para llorar o decirle personalmente que estaba ahí para apoyarla. No sabía qué proseguía. Me tomé unas horas para decidir qué hacer y finalmente terminé por mandarle una carta vía correo electrónico con las palabras que en ese momento encontré para hacerla sentir mejor en un momento tan devastador. Me sentí fría. No podía ir a visitarla, mi amiga no estaba respondiendo llamadas y yo no podía hacer nada más.

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En la desesperación que sentía, a una amiga en común se le ocurrió un acto bello para demostrar nuestra presencia y cariño en estos momentos. Decidió diseñar una caja de recuerdos y objetos que representaran nuestro amor, años de amistad y también objetos que le pudieran dar paz a nuestra amiga ante esta pérdida. Diseñamos figuras en forma unicornios, cartas escritas a mano, fotografías, comida especial, entre otras cosas.

El proceso para crear y enviar este regalo fue como ayudar a tejer un canal de cura emocional a través de cosas que simbolizan sanación.

Nuestra amiga recibió el regalo y, por primera vez en días, nos contestó los mensajes agradeciendo lo que le habíamos enviado. Aunque no pude estar ahí presencialmente, sentí que a través de cada objeto que ideé y representé estaba impreso mi mayor deseo por hacerla sentir mejor.

Nuestros días se transformaron y las rutinas desaparecieron. Todos los días parecían los mismos, no había a dónde salir, y los lugares que frecuentábamos diariamente eran clausurados. Todas las mañanas despertaba a las 7 y caminaba dos cuadras hasta llegar al gimnasio. Ahí me subía a la escaladora y veía las noticias mientras respondía correos. Mi día (en forma) empezaba a las 9 de la mañana después de ejercitarme, que para mí es vital.

A principios de marzo recibimos un correo avisando de que el gimnasio permanecería cerrado. Como muchas otras personas, yo también fui de las que pensé que esto duraría un par de meses, pero la situación se recrudeció y el gimnasio nunca abrió.

Cuando me percaté que mis mañanas en la escaladora desaparecerían para siempre, traté de buscar otras formas de ejercitarme, pero no tuve éxito. Quería salir a patinar o andar en bici, pero los parques estaban cerrados y la circulación restringida; después intenté salir a correr pero los encharcamientos complicaban mi andar.

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Las clases de yoga online no eran lo mío, me distraía, entraban llamadas, no escuchaba... en fin, no funcionó. Me resistía a seguir entrenamientos en línea, de esos que te dicen qué hacer cada dos minutos, y tú en la sala de tu casa. Simplemente no me inspiraba.

Sin embargo, al cumplir los tres meses sin poder lograr mantenerme en algún ejercicio, una amiga me recomendó un canal de YouTube de entrenamientos funcionales diseñados para espacios pequeños, ideales para departamentos. Lo probé una vez y esta vez no me sentí tan ridícula como haciendo Insanity en la sala de mi departamento.

Entonces, cualquier lugar se convirtió como el ideal para hacer ejercicio, porque la dependencia por estar ejercitándome arriba de una máquina no fue necesaria, aprendí a conocer más mi cuerpo y a trabajar físicamente con él sin dependencias externas. Por ahora, no hay a dónde ir, sino simplemente actuar. Sólo necesitas tu cuerpo y tu voluntad.

Este confinamiento no sería el mismo si no tuviera a mi perro conmigo.

Gracias al confinamiento pude evidenciar el crecimiento de mi cachorro recién rescatado. Pude jugar con él, observar sus comportamientos, ver sus interacciones, abrazarlo más veces de lo que lo hubiera hecho si esta pandemia no hubiera existido. Su compañía me hizo sonreír y llorar tantas veces que se convirtió en mi mejor amigo. Forjamos un lenguaje en el que sólo con una mirada nos entendemos, sabía qué es lo que me molestaba y cuándo tenía calor, o cuándo necesitaba salir. Mi perro se convirtió en lo más especial de mis días, mi razón de sonreír en un momento en donde todo era muerte y desesperanza.

Nunca sobrevaloremos la presencia de una mascota en nuestras vidas, son seres más que especiales.

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Sin duda extraño cosas de la vieja normalidad. Pero el cambio de vida me ha ayudado a valorar lo esencial, lo que realmente representa mi bienestar y mi felicidad. Cuidemos a nuestros seres queridos y a nuestras mascotas especiales, hagamos de nuestro cuerpo una casa que nos provea de bienestar. Que el mundo que estamos forjando ho, sea mejor que el que estamos viviendo.