‘Tartufo’, un clásico con costuras contemporáneas

‘Tartufo’, un clásico con costuras contemporáneas

Promete, a pesar de la dura competencia, colarse entre las obras que hay que ver este comienzo de temporada.

Pepe Viyuela en 'Tartufo'.Teatro Reina Victoria

El primer gran estreno de la temporada llega a un teatro comercial, el Teatro Reina Victoria. Se trata de Tartufo de Molière. Una comedia y un clásico. Si a eso se le añade que en su elenco se encuentran Pepe Viyuela, Silvia Espigado y Paco Déniz y que dirige Ernesto Caballero, no hay trendersetter o cazador de tendencias teatrales que se lo quiera perder. Pues promete, a pesar de la dura competencia, colarse entre las obras que hay que ver este comienzo de temporada.

Algo que se confirma una vez vista por varios motivos. El primero, el elenco protagonista citado y los actores y actrices que lo acompañan. Entre estos últimos destaca María Rivera, que ya sorprendió en Golfa, y que en esta obra hace una criada que maneja como nadie la manera popular de hablar actual para poner en el lenguaje de hoy lo que ocurre en escena.

Un elenco que se ve obligado a lidiar con una acústica que no siempre permite al espectador entender lo que dicen, independientemente de su pericia en el decir. Un asunto que merecería la pena corregir para que el disfrute del montaje fuese completo.

Otro de los motivos que confirman que es de las que hay que ver es el trabajo realizado por su equipo artístico. Además del director que ya se ha nombrado incluye a la escenógrafa Beatriz San Juan. Esta ha realizado una escenografía sencilla, bastante desnuda que, a la vez, ha sabido vestir.

Nunca mejor dicho lo de vestir, pues en un escenario eminentemente desnudo, negro y oscuro, el color lo ponen unas borriquetas llenas de trajes. Vestidos que por estilo y por cantidad sirven para contextualizar la casa en la que sucede la acción, desde una óptica contemporánea, junto con dos lámparas de araña.

Con todos esos elementos se cuenta la historia de Orgón. Un aristócrata piadoso que acaba acogiendo en su casa un mendigo más piadoso y más religiosamente riguroso que él. Un huésped que pone patas arriba la convivencia y la tranquilidad familiar señalando pecados aquí y allá. Señalando comportamientos impíos y fuera de todo decoro que hay que evitar sí o sí para no dar que hablar o que decir, para acercarse a Dios.

Actitud que Orgón, el señor de la casa, alaba y admira más allá de lo justificable. Tan ridículamente que hace sospechar, desde una lectura contemporánea, que más que admiración hay atracción. Una atracción sexual, que desde que Freud pasó por la cultura para quedarse, todo es sexo. Atracción que le ciega, siendo incapaz de ver que en Tartufo no es oro todo lo que reluce, que una cosa es lo que dice y otra bien distinta lo que hace o quiere hacer.

  Ernesto Caballero y Pepe Viyuela, director y protagonista de 'Tartufo'.Teatro Reina Victoria

De tal manera que, cualquier intento de la familia, amigos y criados por tratar de que Orgón vea que Tartufo le está engañando, es rechazado frontalmente. Orgón está profundamente convencido de que es el único que se preocupa por su casa y por su persona. Tanto que no duda en proponerle matrimonio con su hija, en contra de la voluntad de esta, y de cederle sus bienes, en contra de todos los demás. Pero es que piensa que no hay nadie mejor para perpetuar la familia y proteger la hacienda.

Todo este engaño servirá para jugar, por un lado, al equívoco, y, por otro, a la burla de costumbres. Sobre todo, cuando esas costumbres se vuelven tan rígidas y cosificadas que impiden la convivencia e irritan. Y, eso, moverá, en algunas situaciones, a la risa, a la que algunos espectadores responden con estruendo y con placer.

Un montaje que pretende hacer una lectura contemporánea del clásico, porque, ¿qué es un clásico? Y, ¿para qué montarlo en la actualidad? Y, ¿cómo montarlo para que se entienda hoy sin tergiversarlo o traicionarlo cuando es una obra magistral?

Preguntas a las que el director ha dado muy buenas respuestas. Ya que no distraen de lo que cuenta Molière, y, sin embargo, permiten que se entienda y lea en términos contemporáneos. El mejor ejemplo es el uso que hace de las formas de protesta de Femen con los pechos al aire.

Respuestas que facilitan la comedia sin que se pierda la actualidad del discurso de Molière en un contexto actual. Al menos para una sociedad democrática y occidental, que poco se parece a aquella sociedad absolutamente monárquica en la que se escribió la obra.

Un momento en el que el rey, el soberano, era divino y, por tanto, el único capaz de restablecer el orden. Un orden social que rompe la agenda oculta de Tartufo, tan apegado públicamente a la regla y a las leyes divinas como a sus intereses personales.

He ahí lo que tiene que contar esta obra. He ahí lo que señala. Al menos tal y como Ernesto Caballero y el equipo artístico la sirven: cuidado con esos profetas y sus revelaciones. Con una mano muestran la ley y piden que se cumpla. Con otra, saltan todas las reglas para satisfacer sus deseos y lo mismo les da ocho que ochenta.

En el teatro estas situaciones suelen hacer mucha gracia. Sin embargo, la historia enseña, sobre todo, la más reciente, que las consecuencias fuera del teatro suelen ser más trágicas. Más violentas y dolorosas. Porque impiden la vida, la convivencia, intentando que la realidad se atenga estrictamente a la letra, muchas veces a la letra más pequeña del contrato.

Por eso, esta propuesta tiene un prólogo y un epílogo reclamando la atención del público. Un público que fuera del teatro, en democracia, como ciudadano, es soberano. Y, como los reyes de antaño, tiene responsabilidad y capacidad.

La responsabilidad de no dejarse cegar por aquellos que se apropian de la legalidad vigente como si fuera suya y de nadie más. Que señalan actitudes pecaminosas y reclaman volver a las reglas que tanto gustan a las abuelas como la de la obra, y que acepta acríticamente. Aquellos que mostrándose humildemente incorruptibles y virtuosos, pretenden, únicamente, apropiarse de lo que ahora le pertenece a la ciudadanía, quedarse con todo antes de desahuciarlos.

Unos ciudadanos a los que su condición de soberanos les da la capacidad de restituir el orden y la felicidad. Un orden inclusivo e incluyente, en el que la diversidad de pareceres y afectos se entiendan amablemente unos con otros. Y entre todos hacer posible una sociedad y una vida que merezcan la pena ser vividas y quieran vivirse. Lo dijo con humor inteligente Molière, un clásico que nadie discute ¿o lo discute alguien?

MOSTRAR BIOGRAFíA

Como el dramaturgo Anton Chejov, me dedico al teatro y a la medicina. Al teatro porque hago crítica teatral para El HuffPost, la Revista Actores&Actrices, The Theater Times, de ópera, danza y música escénica para Sulponticello, Frontera D y en mi página de FB: El teatro, la crítica y el espectador. Además, hago entrevistas a mujeres del teatro para la revista Woman's Soul y participo en los ranking teatrales de la revista Godot y de Tragycom. Como médico me dedico a la Medicina del Trabajo y a la Prevención de Riesgos Laborales. Aunque como curioso, todo me interesa.