Tengo que luchar contra la adicción, pero sobre todo contra el dolor

Tengo que luchar contra la adicción, pero sobre todo contra el dolor

Rick Lunkenheimer tumbado en un ángulo de 45 grados sobre una almohada cuña, con más cojines para apoyar el cuello, con un escritorio ajustable y con un micrófono de reconocimiento de voz.Rick Lunkenheimer

Consumo opioides.

Hale, ya lo he dicho. Ya he "salido del armario".

Llevo 18 años luchando contra un dolor crónico en la espalda y durante los últimos 8 años he utilizado opioides. No soy un adicto a este medicamento y solo tomo lo que me receta el médico.

He sido siempre consciente de la amenaza de convertirme en adicto algún día, o peor, de que mi grado de tolerancia aumente y que necesite cada vez más y más pastillas para conseguir el mismo alivio. Tengo que luchar contra la adicción, pero sobre todo contra el dolor.

El debate sobre la crisis de los opioides (especialmente presente en Estados Unidos) a menudo ignora a los pacientes de dolor crónico que consumen estos medicamentos de forma responsable. La mayoría deseamos encontrar una alternativa más económica que los opioides, que provocan muchos efectos secundarios.

Padezco una discapacidad para sentarme, lo que significa que no puedo permanecer durante largos periodos de tiempo sin sufrir fuertes dolores debidos al lumbago (dolor en la espalda baja) y la ciática (un dolor agudo que me recorre la pierna izquierda). También padezco fibromialgia, que afecta a distintas partes del cuerpo según la ocasión. Me resulta complicado desplazarme, sentarme para comer, visitar a mi familia y amigos y a veces incluso atarme los zapatos. Soy la definición perfecta de lo que es un paciente con dolor crónico.

El debate sobre los opioides a menudo ignora a los pacientes de dolor crónico que consumen estos medicamentos de forma responsable.

La primera vez que el médico me recetó un opioide fue en 2010, después de una operación de columna (fusión lumbar de las vértebras L5 y S1). Operarme no fue una decisión tomada a la ligera por mi médico ni por mí mismo. Llevaba 10 años tratando de combatir el dolor de otros modos: quiroprácticos, fisioterapeutas, acupuntura, acupresión, punción seca, yoga, meditación, masajes, biorretroalimentación e inyecciones de esteroides y colágeno. La operación era un último recurso, así como los opioides. Había probado todos los analgésicos no opioides del mercado. La operación no tuvo éxito y mi médico decidió seguir recetándomelos.

Los opioides no son la única herramienta que tengo para combatir el dolor. Mi método favorito es tumbarme sobre grandes bolsas de hielo y dejar que el peso de mi cuerpo se hunda en ellas. También utilizo almohadillas térmicas, un aparato de estimulación nerviosa eléctrica transcutánea, espráis, parches y simplemente evito estar sentado o de pie demasiado tiempo porque eso agrava el dolor. Los espráis y los parches huelen mal, los aparatos de estimulación nerviosa son engorrosos, las almohadillas térmicas necesitan una toma de corriente y para lo de los paquetes de hielo me tengo que tumbar, lo cual es complicado de hacer en público. Los opioides no son solo una pócima mágica, también son una opción portátil cuando no dispongo de otra forma razonable de tratar el dolor.

En casa, puedo tratar mi dolor con menos analgésicos, pero esto lleva a una espiral de aislamiento que sufren muchos pacientes de dolor crónico. Tengo miedo de viajar porque es complicado sentarme en espacios públicos, así que tiendo a quedarme en casa, a veces durante días. Los médicos quieren que haga mi vida, aunque eso implique tomarme una dosis completa de analgésicos. Están más preocupados por el aislamiento que por la amenaza de la adicción.

  La zona de trabajo de Lunkenheimer está acondicionada para ayudarle a controlar el dolor. Cuenta con un escritorio ajustable para trabajar de pie o sentado y un monitor elevado para mejorar la postura. También tiene un panel táctil a la izqui...Courtesy of Rick Lunkenheimer

Los pacientes como yo vivimos con miedo de que siga aumentando la mano dura con las recetas de opioides. En 2014, la Administración de Cumplimiento de Leyes sobre las Drogas ascendió el medicamento que usaba yo, hidrocodona, a la Clasificación II. Antes veía a mi médico cada dos meses para una revisión y para que me diera una receta que incluía una renovación. Tras el cambio, la hidrocodona ya no podía reponerse legalmente sin una receta nueva, de modo que ahora los pacientes tienen que ir al médico una vez al mes.

Dupliqué el número de visitas al especialista cada año. Puede parecer un inconveniente sin importancia para los pacientes, pero para los especialistas implicó duplicar o triplicar el número de citaciones mensuales para hacerse cargo de las recetas de todos sus pacientes.

Por lo tanto, los huecos libres en la agenda del especialista se convirtieron en un recurso escaso. El resultado neto es que muchos pacientes de dolor crónico no pudieron acceder a sus medicamentos porque los médicos estaban saturados durante la transición. Otros médicos no estaban dispuestos a recetarles opioides a sus nuevos pacientes, aunque estos llevaran años tomando opioides recetados por otros médicos.

Muchos pacientes de dolor crónico ya hemos hecho de más a la hora de luchar contra nuestras enfermedades con tratamientos de Oriente y Occidente. Hemos probado cosas que no sirvieron de nada y no hemos probado cosas que son demasiado caras para que las cubra el seguro médico. No nos importa tener que mear en un bote para colaborar en la lucha contra la crisis de opioides que han sufrido otras personas, pero sí nos preocupa que las nuevas leyes conviertan a muchos pacientes en no elegibles, que no cumplamos con los requisitos pese a haber estado años tratándonos con estos medicamentos. Tememos esta política de derogar y no sustituir por la que el Gobierno de EE UU restringe los opioides y los seguros siguen sin cubrir las alternativas.

Los pacientes de dolor crónico hemos probado cosas que no sirvieron de nada y no hemos probado cosas que son demasiado caras para que las cubra el seguro.

A veces los opioides se meten en el mismo saco que la heroína porque los opioides son versiones sintéticas de la semilla de amapola que se usa para crear heroína y ambos pueden provocar efectos similares. Y ahí terminan los parecidos. Los opioides los receta el médico con propósitos medicinales y la heroína es una droga de la calle que se emplea para fines recreativos. La heroína destruye vidas. Los opioides también pueden arruinar vidas si se recetan y se usan sin conocimiento, pero para la mayoría de los usuarios, les puede devolver parte de su vida. Por ejemplo, a mí me permite salir de casa de vez en cuando.

En la guerra contra las drogas, es fundamental actuar en ambos extremos: 1. Detener a los traficantes de drogas. 2. Ayudar a los adictos.

Combatir la crisis de los opioides es algo similar: 1. Establecer los límites de estas recetas (especialmente en los casos de dolor agudo) y 2. Ayudar a los adictos a los opioides.

Aplaudo estos esfuerzos. Sin embargo, dado que los opioides no están hechos para ser drogas de uso recreativo, hay un tercer aspecto que considerar en esta guerra y tiene que ver con el dolor crónico. También hay que combatir la causa médica del problema. En resumen, debemos estar dispuestos a pagar por nuevos tratamientos más avanzados (y más caros).

Los activistas antiopioides deben convertirse en activistas "proalgo" que los sustituyan. A menudo mencionan otras medicinas alternativas, como la acupuntura, pero no se esfuerzan en que las compañías de seguros cubran estos tratamientos, que son más caros. Hablan sobre los beneficios del cannabis medicinal a la hora de sustituir los opioides en el caso de algunos pacientes, pero no luchan por la legalización en todo el país, pese a que solo haría falta exigir a las compañías de seguros que cubrieran los gastos. Los centros avanzados de gestión del dolor han demostrado tener éxito a la hora de tratar a los pacientes retirándoles los opioides, pero están muy por encima del alcance económico de la mayoría de la gente.

No es aceptable dejar de tratar el dolor crónico. No es aceptable decir a los pacientes que "vivan con ello". Es un problema real y afecta a la vida de la gente de forma catastrófica. Muchas de las personas que han sufrido un dolor agudo, ya sea por un accidente o tras una operación, siguen sin comprender hasta qué punto puede afectar el hecho de vivir con una enfermedad crónica. El dolor crónico no es simplemente un dolor agudo que dura un largo periodo de tiempo. El dolor crónico cambia el estilo de vida de quienes lo sufren y los aísla. Ser conscientes de que el dolor crónico nunca mejorará evita que los pacientes puedan vivir la vida a tope.

No es aceptable dejar de tratar el dolor crónico. No es aceptable decir a los pacientes que "vivan con ello". Es un problema real y afecta a la vida de la gente de forma catastrófica.

Los opioides y otros analgésicos no están concebidos para curar enfermedades ni para arreglar problemas estructurales. Están concebidos para ayudar a soportar el dolor. Personalmente, no espero una cura. Mi único objetivo es controlar el dolor de un día para otro. Es innegable que nuestro país se encuentra ante una peligrosa crisis de opioides, pero hay que reconocer el efecto positivo que surten estos en quienes más los necesitan. No podemos ignorar el dolor que hace, en un primer lugar, que se receten opioides. Nos hacen estar dispuestos a aceptar que el coste de la crisis de los opioides es mayor que el de la atención médica. ¿Es ese un trago que queramos dar?

Cuando mis amigos y familiares me hablan sobre mi discapacidad para sentarme, suelo oír muchas frases que empiezan así: "¿Has probado...?" y la frase sigue con algo que o bien ya he probado y no ha funcionado o es algo que me gustaría probar pero que no me cubre el seguro. Cuando estaba buscando nuevas formas de tratar mi dolor, ya no pensaba en términos de medicina convencional frente a medicina alternativa, ni tratamientos de Oriente u Occidente. Mi preocupación era: ¿Me lo cubrirá el seguro o no? Leí toda clase de noticias sobre tratamientos pioneros, pero no me los cubría el seguro ni estaban a mi alcance.

Me encantaría dejar los opioides. Creedme, lo haría. Los efectos secundarios son casi tan graves como el dolor, pero no he encontrado ninguna otra alternativa adecuada. Mi discapacidad para sentarme hace que estar sentado me resulte doloroso. Por lo tanto, tiendo a quedarme en casa siempre que es posible y evito la interacción social y la actividad diaria que la mayoría de la gente asume como normal.

Este medicamento para el dolor me ayuda a mantenerme sentado cuando como o veo una película. Me ayuda a pasar seis horas fuera de casa en vez de solo cuatro. No me alivia el dolor por completo, pero puede reducirlo de un grado 7 a un grado 3. Es lo máximo que puedo hacer sin acceso a un tratamiento adecuado del dolor.

Los opioides pueden resultar peligrosos a algunas personas, pero a mí me han ayudado, sencillamente, a vivir mi vida.

Este post fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.