'El público', ¿tienen los hombres que pasar por el aro (de una vulva)?
La pregunta que surge en el espectador tras ver esta obra siempre es la misma: "¿De qué va?".

Y llega la Pazos, con "la" que es una dama del teatro, con El Público de Lorca con la dramaturgia de Gabriel Calderón y de la mano de la Comedia Nacional de Montevideo al Teatre Lliure en Montjuic. El que está en la Plaza Margarida Xirgu, plaza dedicada a la actriz con la que el poeta hizo tan buen tándem. Y pone (perdonen) el coño en el centro del teatro para contar una historia que, sin embargo, siempre que se ha subido a escena ha cargado las tintas en la homosexualidad de su protagonista, un director de escena.
Y El Público, convertida ya casi en una obra de repertorio, pues si la memoria no me falla en este primer cuarto de este siglo se han podido ver tres grandes montajes a pesar de su dificultad, incluido este, se somete dócilmente a la poética pop y feminista de esta directora de escena. Se deja montar y cabalgar, metáfora de caballos que viene al pelo a esta obra, y responde a buen paso. Contribuyendo así a ese deseo de Lorca de que se hicieran de sus obras, cuantas más versiones y cuanto más diversas mejor.
La pregunta que surge en el espectador tras ver esta obra siempre es la misma: "¿De qué va?". Hay que tener en cuenta que comienza con un final. El final de Romeo y Julieta de Shakespeare. Magníficamente puesto en escena por Marta Pazos para que el público, el que está en las butacas, aplauda y consigue que entre en el juego y, a pesar de que es el principio, el público, el real, aplaude y lo coloca en el espíritu de fiesta con el que debería irse siempre al teatro. Al menos, de celebración.
A partir de ese momento tanto la obra como el montaje pierden la lógica narrativa y lineal, para introducirse en una lógica poética y onírica. Tanto la poética lorquiana como paziana se dan la mano para preguntar al espectador si el amor es amor, qué más da quienes sean los que se amen. Si el amor del director de escena protagonista por un hombre, a pesar de estar casado, es amor.

Por eso se preguntan en la obra que si Titania puede amar a un burro en El sueño de una noche de verano también de Shakespeare, porque un hombre no puede amar a otro hombre. Y porque ese amor no puede ser visto en escena. Tiene que ocultarse, esconderse, bajo la arena. Ser enterrado metafórica y realmente. No solo por vergüenza sino porque en ello le puede ir la vida a quien lo muestre. Y no era algo de entonces, que solo hay que mirar las estadísticas actuales y ver cómo están aumentando los delitos de odio contra la libertad sexual ante la inacción de los poderes públicos, sobre todo, de los poderes locales.
Lo interesante de este texto lorquiano, es que no se queda ahí, por mucho que el tema fuera su tema. Lo interesante es que, de nuevo, cabalga sobre ese caballo, para plantear la función del teatro como medio para aprehender la vida. Para que el espectador entienda lo que pasa y lo que le pasa.
Y mira con estupor cómo la revolución del espectador, cuando se revoluciona, siempre es una revolución conservadora, independientemente del tipo de revolución que se esté dando en la calle, en la plaza pública. En este sentido, están las deliciosamente divertidas espectadoras teatrales creadas por Pazos y que pasea por el patio de butacas. Cuatro mujeres de un lujoso rojo pasión, rojo Valentino, tan aperladas, que hasta sus dientes son de perlas, y perfumadas con el icónico y atemporal Chanel nº 5. Mujeres que comentan como cotorras esa revolución de la que escapan y los cotilleos del teatro, pequeñas anécdotas sin importancia.

Y este es otro punto de la función. Frente a la seriedad con la que otras direcciones de escena se enfrentaron a este Lorca, pues se considera una pieza mayor, alta cultura, Pazos lo baja a la tierra. Lo aterriza y lo hace mundano. Se divierte y nos divierte.
Y no tiene problemas en ponerle alguna que otra humorada. Como en la escena en la que un muy triste ecce homo ocupa el centro del escenario y los crucificados que le van a acompañar llegan tarde para componer el cuadro. Un retraso que se producen por cosas sencillas, como un taxi que no llega o no encontrar una peluca. Y es que, en la vida, una buena imagen siempre te lo estropea lo más cotidiano.
En ese contexto textual y visual, Marta Pazos es capaz de ver lo que otros no han visto. La centralidad de la mujer en esta historia, y en concreto de su sexo, en todo esto. Porque lo que en esta sociedad lo que se cuestiona es si un hombre entra o no entra por el aro de una vulva. Ella lo cuenta de una forma que asombra tan sencilla y directa. Una vulva como una hornacina dorada en una pared en la que se encierra a Julieta, y con ella a todas las mujeres, como si fuera un jarrón chino, un florero, algo para admirar. Como si ellas no tuvieran nada que decir.

La Pazos saca a esa mujer jarrón de la mano de Lorca. No lo hace porque sea un invento suyo, esas cosas que al no entendérsele le suelen achacar como ocurrencias, sino porque está en el texto. Ese monólogo en el que Julieta pide hacerse cargo de su deseo y de su amor. No ser tratada como objeto, sino como sujeto consciente y libre.
Así que parece que el poeta no habla solo de su homosexualidad. Su inteligencia, y el interés que sigue suscitando, se debe claramente a que es capaz de superar su propia contingencia humana para explorar y pensar sobre lo humano. Y, lo que es más importante, cómo contarlo para que el teatro no se convierta en un pasarratos, un lugar de entretenidos, que fomenta la repetición y el mantenimiento de modelos, de estilos de vida. Sino como convertirlo en fuente de liberación. No solo de imaginarios, sino también de vidas y de formas de vivirlas.
Porque ya se sabe que pasan cosas y que a los seres humanos les pasan cosas. El amor, la tendencia hacia otra persona, independientemente de su género, es, tras la muerte, lo más importante de lo que pasa y de lo que les pasa.
Entonces, ¿por qué deja que la sociedad le diga cómo tiene amar y a quién? Y ¿por qué los artistas, los poetas, los dramaturgos, contribuyen conscientemente a ese decir cómo deben ser las cosas que les pasan? ¿Por qué construyen y venden tantas caretas y máscaras? ¿Por qué no contribuyen a desenmascarar verdaderamente al mundo, a liberarlo?
Este montaje, que primero provocará extrañeza, incluso a los que ya conocen la obra, tiene la capacidad de provocar todas esas reflexiones y preguntas. Siempre que quien vaya al teatro se abandone a lo que Lorca, Gabriel Calderón, Marta Pazos, el flexible, ágil y pizpierto elenco, y todo el equipo artístico han sido capaces de crear. Con un pequeño pero sobre la calidad de los decorados, el vestuario y el atrezzo, no siempre a la altura de lo que Marta Pazos mostró en Comedia sin título, también de Lorca pero sin desmerecerlos.

Con todo esto el Teatro de La Comedia de Montevideo ofrece una fantasía feminista, como ya se ha dicho, que lanza un mensaje muy claro. No son los hombres los que tienen que pasar por el aro de una vulva para acceder a lo sagrado y no ser juzgados y condenados. Sino las mujeres las que tienen que salir de esas vulváticas y doradas hornacinas sacralizadas en las que han sido encerradas como floreros. Y eso, que tanto asusta, va a liberar a todos y a todas.
A lo que Pazos añade optimismo, alegría y el toque de color fluorescente que siempre ofrece la cultura pop de fuerte inspiración warholiana. Por eso no es de extrañar el revuelo y el interés, que se palpa en el foyer del teatro, por la llegada de este montaje que un problema con la logística de las escenografías ha reducido su estancia a tan solo siete días, pero a cambio han aumentado el número de funciones para las que quedan entradas. ¿A qué esperan para liberarse?