Por favor, habilita JavaScript para ver los comentarios de Disqus.
¿Y si Junts cumpliera sus amenazas?

¿Y si Junts cumpliera sus amenazas?

"Para 'Junts', dejar caer a un gobierno progresista para sustituirlo por una coalición entre la derecha y la extrema derecha sería como un letal harakiri".

Carles Puigdemont.Getty Images

Este jueves, el PSOE rechazó la tramitación en el Congreso de una proposición no de ley que Junts había registrado para que el presidente del Gobierno se sometiera a una cuestión de confianza. Esta figura parlamentaria, regulada por el art. 112 C.E., tan solo puede ser instada por el jefe del Ejecutivo, como se desprende de la literalidad de la norma: «el presidente del Gobierno previa deliberación del Consejo de Ministros, puede plantear ante el Congreso de los Diputados la cuestión de confianza sobre su programa o sobre una declaración de política general. La confianza se entenderá otorgada cuando vote a favor de la misma la mayoría simple de los Diputados”.

Así las cosas, tienen razón los servicios jurídicos de la Cámara Baja cuando descartan que dicha cuestión pueda ser forzada por la Mesa de la Cámara a instancias de un grupo político, lo que la convertiría en una especie de moción de censura encubierta. Pero es claro que Puigdemont no pretende (de momento) provocar la caída del Gobierno sino apenas poner de manifiesto la debilidad del Ejecutivo y urgir, a modo de despiadado chantaje, el cumplimiento por Sánchez de los compromisos que ha contraído con Junts. En el momento presente, estarían pendientes el asunto de las lenguas españolas en Europa y el traspaso de la inmigración a la Generalitat… Ello explica que el presidente del Gobierno, en la reciente IX Conferencia de Embajadores, abordara por enésima vez el interés del gobierno en lograr que el catalán sea de uso común en las instituciones europeas. En cuanto al otro tema, el Gobierno no cederá en ningún caso el control de fronteras a la comunidad autónoma porque es constitucionalmente imposible, aunque dé cierta participación a las autoridades regionales en la gestión de los flujos migratorios.

El actual equilibrio parlamentario es singular, como todo el mundo conoce. La mayoría de gobierno, que es básicamente la de investidura, forma un bloque heterogéneo que tan solo tiene en común la cerrada negativa a entregar el poder a una coalición PP-VOX. Junts y el PP coinciden ideológicamente en casi todo, salvo como es obvio en la consideración que les merece VOX: Feijóo parece creer que VOX es una simple contrariedad, en tanto los nacionalistas periféricos saben que la extrema derecha es partidaria de un modelo unitario de Estado, convicción que amenaza la propia existencia de las organizaciones soberanistas.

Estas evidencias permiten concluir que la amenaza de Junts de dejar caer al gobierno es una simple bravata sin fundamento. Puigdemont sabe perfectamente que su rehabilitación política, que pasa por la confirmación de su indulto en el Tribunal Constitucional, quedaría en el aire indefinidamente si hubiera cambio de gobierno, con lo que su expatriación se prolongaría sine die. Y que incluso una moderada política separatista acabaría siendo perseguida si VOX consiguiera una consistente cuota de poder en una hipotética coalición de gobierno estatal.

Por esto resulta cómica la jactancia de portavoces de Junts como Jordi Turull cuando amenazan con decisiones “que no gustarán” al PSOE si el Ejecutivo no atiende sus exigencias. Para “Junts”, dejar caer a un gobierno progresista para sustituirlo por una coalición entre la derecha y la extrema derecha sería como un letal harakiri. Pero nada puede descartarse del todo ante fanáticos como Puigdemont que han encontrado, parece, cierto placer en el ejercicio de ese liderazgo “heroico” que le permite ser una figura admirada por la inmensa mayoría de sus correligionarios. Hacer política agresiva desde un palacete nada menos que en Waterloo colma el ego de un sujeto que ya había dado algunas muestras de desequilibrio y que no midió las consecuencias de sus actos cuando situó a Cataluña al borde del abismo, causándole un perjuicio difícil de restañar (la mayor parte de las empresas que salieron por pies de Cataluña todavía no ha regresado al Principado, ni es probable que lo haga en el futuro).

En definitiva, nada puede darse por sentado en un ente político como Junts, por lo que sería razonable que las dos fuerzas políticas mayoritarias no desdeñaran considerar también lo irracional a la hora de efectuar sus propias cábalas. Es claro que la distorsión que introduce Junts en los equilibrios políticos españoles es en cierta manera parangonable con la todavía más grave incidencia que representa VOX. Y es muy inquietante para los electores españoles saber que, en el fondo, el futuro pasa por las piruetas de estas minorías anómalas, que disuenan de la sensatez que sin duda posee y exhibe la inmensa mayoría de los ciudadanos de este país.