Así se comportan los hombres con las mujeres que viajan solas

Así se comportan los hombres con las mujeres que viajan solas

Escalando en la Patagonia con unos cuantos desconocidos en uno de mis viajes en solitario por Sudamérica. (Ninguno de estos desconocidos intentó acostarse conmigo).Photo Courtesy of Melanie Hamlett

Tras un viaje de 14 horas en autobús a Valparaíso (Chile) arrastré la mochila escaleras arriba hasta el apartamento de Luigi y llamé al timbre. Entreabrió la puerta, forzó una sonrisa y me invitó a pasar.

Este tío no parecía un payaso.

Luigi lucía una cresta mohicana, estaba repleto de tatuajes y su casa tenía la pinta de un piso de estudiantes después de una fiesta, si es que tal cosa existe en los circos: plagado de latas de cerveza vacías, sombreros de copa, platos sucios, un monociclo y mazas para hacer malabares.

A algunos les sonará a pesadilla porque los payasos de Estados Unidos nos hacen pensar en It, en los pederastas de la serie Ley y orden: Unidad de víctimas especiales o en el muñeco que aterrorizaba a Carol Anne en Poltergeist, pero os digo que los payasos de Sudamérica son mucho más guays.

Dentro del piso, sentados en un corro, había un grupo de hippies con tatuajes, con peinados de fauxhawks y de cola de rata fumándose un porro. No hablaban prácticamente nada de inglés, pero al poco tiempo de sentarme con ellos empezaron a hacerme animales con globos.

Había descubierto en el perfil de Luigi en couchsurfing.com que era payaso, pero en ningún momento se me pasó por la mente que iba a toparme con una casa de payasos. En cualquier caso, parecía la clase de aventura extraña y aleatoria en las que me suelo meter.

Algunos de ellos ya me miraban como el león que acecha un bocado jugoso, así que empecé a actuar de inmediato como la hermana mayor guay. Al haber trabajado y actuado en un montón de ámbitos tradicionalmente ocupados por hombres, como guía de descenso de ríos y de escalada e instructora de esquí durante años, y haber sido después comediante y miembro de la industria cinematográfica de Nueva York, ya era toda una experta haciéndome infollable.

Algunos ya me miraban como el león que acecha un bocado jugoso.

Sentarme como un hombre, hablar como un hombre, eructar incluso... No tontear lo más mínimo en ningún caso y encararte a ellos al hablar, como hacen los jugadores de fútbol americano. Si se hace bien, este poderoso mensaje no verbal les lleva a tratarte como uno de los suyos en lugar de como un orificio con piernas.

Pareció funcionar como un encantamiento. Al final, me sentí segura y pude relajarme de una vez.

Dos meses antes, había aterrizado en Buenos Aires para lo que se iba a convertir en una aventura de ocho meses viajando y viviendo en solitario por Sudamérica. Como la gran aventurera (y boba) que soy, no había planificado bien el aspecto financiero de esta expedición; había comprado el billete de ida dando por hecho que me las apañaría como suelo hacer. Utilizar couchsurfing.com es la forma que tenemos los que somos unos agarrados para dormir gratis y conocer lugares increíbles.

Pero nunca pensé que esto podría ser peligroso. Había viajado en solitario y vivido en la parte trasera de mi camioneta durante años por todo Estados Unidos, así que era una viajera muy segura. Sin embargo, con una camioneta puedes dormir en los aparcamientos de un supermercado o en áreas más silvestres sin tener que preocuparte demasiado por ser acosada, tocada sin permiso, violada o directamente asesinada. Tenía puertas y ventanas con las que mantener afuera a los hombres del saco o violadores y cortinas tras las que esconderme.

Sin embargo, ahora que había cambiado la camioneta por una mochila, me encontraba a merced de couchsurfing.com y de la bondad de los desconocidos, básicamente. Y ya había visto que algunos eran un poco demasiado amables. Nunca me hospedaron mujeres, probablemente porque no se sienten tan cómodas como los hombres dejando que unos completos desconocidos entren en su casa. Ya bastante tenemos con preocuparnos por nuestra seguridad en los espacios públicos. ¿Para qué llevarnos ese estrés a casa?

He sido lo suficientemente lista como para mantenerme alejada de las típicas alertas rojas del couchsurfing: fotos de perfil de tíos sin camiseta empinando el codo, críticas negativas u hombres que solo están dispuestos a hospedar a mujeres. Es decir, ¿para qué ir al bar y llevarte a una tía si puedes conseguir que se presente una mujer desorientada y vulnerable en tu casa, se lave los dientes, se pasee en pijama delante de ti y luego se quede dormida en la habitación de al lado?

Couchsurfing puede ser una forma increíble de conocer gente, pero también puede ser la forma perfecta de acorralamiento para hombres que se creen con poder sobre ti, para vagos o directamente depredadores. Y, a diferencia de Airbnb, que es un negocio en el que hay consecuencias reales si recibes malas críticas, en couchsurfing.com no te pasa nada si metes las manos por dentro de la ropa interior de la chica que está dormida en el sofá.

  En alguna parte de Malta.Photo Courtesy of Melanie Hamlett

Yo me sentí a salvo en mi vestidor, que fue donde me alojaron los payasos. Tenía en el suelo un colchón de mala calidad y con manchas, pero después de dos meses haciendo couchsurfing, estaba encantada de tener una puerta tras la que encerrarme.

Al principio, esto de vivir con los payasos fue divertido. Me enseñaron a montar en monociclo y me hicieron sentirme menos sola. Pero los payasos también eran algo irritantes. Como los cómicos, los payasos buscan mucha atención y pueden resultar agotadores para quienes están con ellos, siempre con sus jueguecitos. Además, se pasaban todas las noches de fiesta y querían que yo también me uniera. Yo ya no bebía, así que este no era mi rollo.

Una noche fui a ver Los juegos del hambre al cine solo para tomarme un respiro de estos malditos payasos. Cuando llegué a casa, supertarde, estaban todos esperándome y parecía que no querían que me durmiera. En torno a las 2 de la madrugada, se presentaron con unas cervezas dos amigos payasos cachas con camisetas ajustadas y pantalones militares.

El que se hacía llamar Blue Angel (no es coña) se dejó caer a mi lado y empezó a preguntarme cosas en inglés. Hablaba inglés mucho mejor que los demás payasos, así que pudimos mantener una conversación más allá de temas de preescolar.

Cada vez que le preguntaba a Blue Angel sobre lo de ser payaso, cambiaba de tema y lo reconducía a mi cuerpo: "¡Tienes unas piernas enormes!", decía mientras hacía como que estrujaba una pelota de baloncesto, intensificando aún más su atención indeseada a mi aspecto.

"¿Sabes? En mi cultura está feo decir eso", le dije.

Me acabó llevando a la cocina jurando que iba a enseñarme un truco acrobático, pero cuando llegamos, no había truco. Solo trataba de montárselo conmigo. Me libré de él, le dije que me iba a la cama y empecé a alejarme.

"¡Espera! ¿Quieres aprender a caminar con zancos?".

Me llevó a la cocina jurando que iba a enseñarme un truco acrobático, pero cuando llegamos, no había truco. Solo trataba de montárselo conmigo.

Maldita sea, es bueno. Y yo soy una adicta a nuevas experiencias. ¿Cuándo volvería a tener la ocasión de aprender a caminar con zancos con un payaso de Chile? Así que acepté. Y oh, sorpresa, cuando intenté irme a la cama después de la lección, empezó a argumentar por qué tenía que darme un masaje.

Estuve unos 15 minutos largos rechazando su propuesta. Pero llevaba meses viajando, no tenía amigas que me recordaran mis derechos, tenía dos caries, acababa de superar una gripe, tenía una infección en un ojo, estaba con la regla y tenía un parásito intestinal. Y, como un montón de mujeres, después de pensármelo me dije: "Qué demonios, es más fácil tirármelo que seguir luchando". Además, mi excesiva curiosidad me hizo pensar que sería gracioso tirarme a un payaso.

De modo que lo hice.

Y menudo desastre.

Al acabar, mientras él me limpiaba la corrida de payaso que me había dejado en la pierna, solté un pequeño chiste sobre este inesperado giro de los acontecimientos.

"Bueno, Luigi dijo que había una estadounidense aquí con ganas de sexo".

Me incorporé del desconcierto: "Espera, ¿¡QUÉ!?".

Se encogió de hombros.

"¿Estás diciéndome que esos payasos me la han jugado?".

Parece que fue así. Como no había mostrado interés en ninguno de ellos, me habían adjudicado a Blue Angel, su amigo payaso de calle abajo. Estaba lívida.

En ese momento, mi yo adulta le chilló a mi niña interior: "¿¡Qué COÑO haces aquí y cuándo piensas aprender!?".

Esto no es algo que pase al hacer 'couchsurfing' por Sudamérica. Esto sucede como norma general al ser una mujer que viaja en solitario.

Antes de alojarme en esta casa de locos, ya me la habían jugado demasiadas veces. El hombre mayor que me hospedó en Buenos Aires, un amigo estadounidense de un amigo, estuvo muy raro conmigo. Mi huésped en Bariloche (Argentina) me engatusó y yo me entregué. Mi huésped al sur de Chile me dejó en la calle la noche que llegué para poder tirarse a una chica de Texas. Luego, el amigo de mi colega chileno se emborrachó y me hizo fotos mientras dormía... con MI cámara. Pero no es algo que pase al hacer couchsurfing por Sudamérica.

Esto sucede como norma general al ser una mujer que viaja en solitario.

Durante todos estos años la gente siempre me había dicho que acabarían violándome o asesinándome por vivir en mi camioneta. Bueno, pues eso nunca sucedió. De hecho, quedarme sola en mi camioneta era MUCHO más seguro que quedarme con hombres, desconocidos o amigos.

  Descubriendo España tras mudarme a los 39 años.Photo Courtesy of Melanie Hamlett

Uno de mis viejos compañeros de escalada arruinó nuestra amistad al seducirme una noche que estaba de vuelta en la ciudad para asistir a una boda sin decirme antes que estaba saliendo con otra persona. Otro amigo me hospedó en una ocasión que visité Los Ángeles, me cedió su cama y él se quedó en el sofá, pero luego intentó dormir haciendo la cuchara conmigo cuando pensaba que ya estaba dormida. Otro amigo se masturbó justo a mi lado cuando creía que ya me había dormido.

Como mínimo, en el 99% de las noches que he pasado en compañía de mis amigos o de desconocidos ha habido respeto total, pero basta una, o seis veces, para que te replantees las cosas. Esta mierda nunca me pasa cuando me alojo con mujeres. Estaba harta. Quería que mi seguridad estuviera garantizada de una vez.

Me fui de la casa ese mismo día y me empeñé en encontrar a alguna mujer con la que pudiera alojarme en aquella ciudad de payasos.

Me metí en couchsurfing.com y busqué la página de Valparaíso. Les mandé mensajes a las mujeres diciendo: "Hey, espero que esto no te suene raro, pero pareces maja y necesito mujeres buenas en mi vida". Inez, de Alemania, me escribió al instante. Esa noche se reunió conmigo para tomar algo con una amiga estadounidense, Beth. Al día siguiente las tres nos fuimos a la playa, nos establecimos y me invitaron a una noche de chicas con todas sus amigas chilenas, que se convirtieron en mi familia cercana desde entonces. Y a través de esas mujeres, en las que confiaba, hice algunos amigos chilenos increíbles, ninguno de los cuales trató de camelarme.

Estas mujeres siguieron siendo mi familia. Da igual a qué parte del mundo vaya, las mujeres (y los gais) a menudo tratan de cuidar de mí como si fueran mis madres y hermanas suplentes. Los hombres heterosexuales a veces también. Sin embargo, lo que he acabado aceptando es que aunque piense que soy uno más entre los hombres, siempre viviré en este mundo como una mujer.

Y en cuando a lo de los payasos, me equivocaba. Los payasos sudamericanos dan tanto miedo como los estadounidenses.

Este post fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.