La copla más allá del franquismo: símbolo LGTBI y voz de las mujeres apartadas

La copla más allá del franquismo: símbolo LGTBI y voz de las mujeres apartadas

Lidia García presenta '¡Ay, campaneras!', un libro con el que adapta el podcast del mismo nombre.

Miguel de Molina, Rocío Jurado y Lola Flores, iconos de la copla presentes en el libro '¡Ay, campaneras!'.Getty Images/RTVE

Lola Flores, Rocío Jurado, Juanita Reina, Concha Piquer son algunos de los nombres que vienen a la cabeza al hablar de copla. Un género tradicionalmente asociado a grandes divas, a los grandes amores apasionados y, en muchos casos, al régimen franquista o a un concepto rancio de la cultura.

Sin embargo, no solo de abuelas y abuelos vive la copla. El fenómeno que ha despertado Lidia García con ¡Ay, campaneras! —su podcast que ha acumulado más de 150.000 oyentes y que tendrá su segunda temporada en Podium Podcast— se ha trasladado ahora a un libro homónimo publicado de la mano de Penguin Random House donde, tal y como ella misma cuenta, detenerse con más detalle en las fuentes, como son los periódicos de la época, “con el mismo tono divulgativo y la misma guasa”.

Con respecto al estigma que arrastra la copla de ser asociada con el franquismo, García recuerda a El HuffPost, que no es la primera en hacer una aproximación así. “Hay mucho camino andado en ese sentido. Siempre está bien recordarlo que Vázquez-Montalbán, Terence Moix, Carmen Martín Gaite —incluso en una época muy cercana a la dictadura cuando era verdaderamente difícil revertir esa vinculación— en muchos de los abordajes que hicieron del género ya reivindicaban la copla mucho más allá que esa apropiación que la dictadura quiso hacer de ella que, por supuesto, por otra parte existió. Pero creo que hay mucho camino andado en ese sentido y ahí continuamos”, explica.

García lleva años divulgando sobre géneros como el cuplé, la zarzuela o la copla, aunque ella lo que la acercó a ellos fue la estética camp — una estética que busca su atractivo en el humor, la ironía y la exageración—.

“La idea esta del mal gusto, de lo kisch, se entrevera con cuestiones de género, con la disidencia sexual y con cómo se construye socialmente la idea de gusto. Esto me interesaba mucho, especialmente estudiarlo dentro del contexto español. Me di cuenta rápidamente de que cuando se formulaba en España estaba relacionado con la cultura visual asociada a estos géneros musicales, como pueda ser la copla y todo este mundo de diva”, explica la investigadora, que admite que ya le gustaban como consumidora.

Precisamente en la afición de García, como en la de tantas otras mujeres, el papel de las madres y las abuelas ha sido fundamental. En su libro habla de cómo el género se ha asociado y se ha escuchado mientras se hacían las labores del hogar o de cuidados y de ahí ha pasado de generación en generación.

“Creo que cuando hablamos de géneros como la copla, el cuplé o la zarzuela, la mayoría tenemos cierta vinculación sentimental con ellas por oírselo cantar a tu abuelo, a tu abuela o a tu madre, que lo tarareaba en un determinado momento, incluso si es una persona a la que no le interesa mucho estas músicas”, señala.

Para ella, esas “canciones para salir adelante”, tal y como las titula, habían estado guardadas en casa y no se había puesto el foco en ellas si no era con esa visión rancia mencionada anteriormente. “Me interesaba rescatarlas porque siempre tuve la sensación que esas mismas canciones que tarareaba mi madre mientras cosía, fregaba y hacía todas esas cosas, esas labores de cuidado que muchas veces no les hemos dado el valor que se merecen, esas canciones habían estado de alguna forma también escoradas. Me parecía el vínculo entre esas dos cosas y también quería explorarlo”, detalla.

La bien pagá, Campanera, La zarzamora... Las mujeres de la copla no son precisamente bien vistas, ni de clase alta, ni con demasiada buena suerte en la vida. Sin embargo, en los últimos años algunas de ellas —véase Lola Flores o Rocío Jurado— se han posicionado en cierto modo como iconos feministas para su tiempo.

Sin embargo, las rivalidades y las competencias entre ellas no se pasaban por alto y poco tienen que ver con la sororidad del feminismo, aunque para García no todo eran malos rollos entre divas.

Había de todo, creo que por supuesto había rivalidades, las mujeres tampoco tenemos por qué ser angelitos y a veces tenemos intereses contrapuestos, qué duda cabe; algunas han sido míticas y absolutamente aireadas. Pero sí que es cierto que también había como cierta compañía entre ellas, porque muchas veces eran mujeres que vivían una situación social única, la mayoría de ellas venían de familias muy humildes y de repente se veían absolutamente aupadas socialmente y ocupando una posición única”, recuerda.

Por ejemplo, la autora recuerda el compañerismo Lola Flores, Carmen Sevilla y Paquita Rico, “iban como comadres, aunque luego tuvieran sus cosas y se echaran sus pullas, pero creo que también se apoyaban mutuamente”. Además, apunta a que en algunas ocasiones estas rivalidades eran ensalzadas desde un punto de vista de marketing. 

“El caso de Rocío Jurado e Isabel Pantoja es paradigmático, me da la sensación de que, sobre todo, cuando se trata de mujeres solo hay lugar en la cima para una cuando en realidad hay lugar para muchas y así ha sido demostrado”, señala.

Con respecto a las letras, en muchas ocasiones, la copla se ha visto como una referencia a ese amor romántico exacerbado en el que uno muere por el otro, tan tóxico y dañino, aunque tampoco todos los éxitos del género se han entendido de esta forma ni estas metáforas se han visto siempre así.

“Podemos encontrar el discurso del amor romántico en muchísimos de los grandes éxitos del género y, al final, lo que configuras es una idea del amor como entrega absoluta a la otra persona, que llega casi a anular tu ser. Por ejemplo, Rafael de León, el gran poeta de la copla, muy a menudo utiliza metáforas vinculadas directamente con la religión en el sentido de mortificación, sacrificio…”, explica.

En ningún caso nos está dando un relato plenamente feminista con el que identificarnos ni plenamente machista que descartar, lo que tiene es un increíble poder testimonial
Lidia García, autora del libro '¡Ay, campaneras!'.

Tal y como recuerda García, otras interpretaciones como las de la artista feminista Alicia Murillo, pueden verlo como una denuncia, “que estas canciones muestran lo destrozaícas que nos quedamos cuando nos pasa el amor romántico por encima como un camión”. “En ese sentido está esa dualidad, por un lado lo romantiza y por otro, sirve como denuncia. La mujeres se identificaban en cualquier caso con ellas y en esos claroscuros se mueven”, añade García.

Para la autora, la copla juega con esa ambivalencia a la hora de mostrar las realidades de las mujeres, entre el empoderamiento de las mujeres apartadas de la sociedad y el amor romántico. “En ningún caso nos está dando un relato plenamente feminista con el que identificarnos ni plenamente machista que descartar, lo que tiene es un increíble poder testimonial, está mostrando con qué tipo de historias se identificaba la gente en la época, sobre todo las mujeres”, señala.

Con respecto a estas mujeres apartadas de la sociedad, García recuerda a que muchas de ellas eran consideradas como “la otra” —como la mencionada Zarzamora—, otras eran madres solteras u otras e iban a quedar para “vestir santos”.

“Por supuesto que muchas de las protagonistas de la copla eran mujeres que estaban prácticamente al margen de la moral de la época. Eran madres solteras, mujeres que vivían su sexualidad como sujetos deseantes como esa campanera que levanta la frente o esa zarzamora que sabe que aunque ella es la otra es a la que van a criticar y aún así sigue pa’lante”, explica.

La copla ha sido a la vez símbolo del franquismo y un refugio para el colectivo LGTBI. De ahí lo que se decía de que en cada bando escuchaban Ojos verdes, por un lado por Concha Piquer y, por otro, por Miguel de Molina. 

Tanto De Molina como Rafael de León han pasado a la historia por no esconder su sexualidad. Incluso a De Molina se le acredita la frase que le dijo a los miembros de la Falange que le llamaban “marica” durante una actuación en el Teatro Cómico en 1939. “Marica no, ¡maricón!”, respondió el cantante sin temblarle la voz.

“Creo que la copla en aquella época, sobre todo durante la dictadura pero también en los años 30, sirvió como espacio de identificación porque al final contaba esas historias tremendas de amores casi siempre imposibles, muchas veces sin que se dijera por qué eran imposibles porque juega muy sabiamente con los silencios, las elipsis, las insinuaciones, precisamente para propiciar esos espacios de identificación”, explica García.

“Sea lo que sea lo que te atormente, lo que te pase a ti, al escuchar la copla digas: ‘esa soy yo’. Este mecanismo era aprovechado por las personas que se salían de ese estrecho sendero de lo que estaba bien visto en términos sexuales y románticos, que se identificaban por supuesto con estas historias”, señala.

La personas que se salían de ese estrecho sendero de lo que estaba bien visto en términos sexuales y románticos se identificaban por supuesto con estas historias
Lidia García, autora del libro '¡Ay, campaneras!'.

Ejemplo de ello, en su libro recuerda que Tatuaje, la copla de Rafael de León popularizada por Concha Piquer, podía ser vista como la de esa mujer que iba buscando al marinero con el que pasó una noche de amor o como un encuentro de marineros de la forma más homoerótica posible.

En las redes sociales, igual que los fragmentos como la respuesta de Rocío Jurado al periodista que le preguntó por su talla de sujetador, también se han rescatado el “quién no se ha dado un pipazo con una amiga” de Lola Flores o el “yo soy progay” de La Jurado. Una forma de que la copla y las divas de la canción española pasen como parte de la cultura pop entre los jóvenes.

“Me encanta cómo de una manera tan natural, figuras icónicas del copla y de la cultura popular española, como pueden ser Rocío Jurado o Lola Flores se han insertado en el lenguaje popular de internet, en esa jerga a menudo humorística, de memes de gifs, que compartimos todos los que pasamos horas delante de la pantalla. Cómo han encontrado ese modo en la cultura digital”, explica García.

Para ella, esto puede llevar a “cierta contrapartida y que de alguna manera se reduzcan a memes”,  aunque estos riesgos se habían corrido ya. “Se han convertido ya en iconos populares dedicados a la prensa del corazón sin que mucha gente hubiera podido pensar que esa condición de personajes fuese a superar la condición de artistas y creo que afortunadamente no ha pasado. Los titulares de Lola Flores en los 80 eran verdaderos delirios y nunca se la dejó de considerar una verdadera artista por eso”, detalla.

Del mismo modo, García cree que el género está vivo mucho más allá de formatos como Se llama copla (Canal Sur) o A tu vera (Castilla-La Mancha Media).Rodrigo Cuevas con lo que hace con el cuplé y la zarzuela es absolutamente increíble, porque lo trae a la actualidad y precisamente lo recupera de una manera completamente explícita estos vínculos con lo LGTB”, apunta.

Con respecto a la copla, García apunta a Diana Navarro, La Shica o la recién galardonada con el Goya María José Llergo. “El género está muy lejos de desaparecer, pero soy una optimista incurable. Hay cierto interés en ver cómo funcionan esos resortes de la memoria y cómo podemos sentirlos como propios desde nuestro ahora”, recalca.

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Marina Prats es periodista de Life en El HuffPost, en Madrid. Escribe sobre cultura, música, cine, series, televisión y estilo de vida. También aborda temas sociales relacionados con el colectivo LGTBI y el feminismo. Antes de El HuffPost formó parte de UPHO Festival, un festival urbano de fotografía en el marco del proyecto europeo Urban Layers. Graduada en Periodismo en la Universidad de Málaga, en 2017 estudió el Máster en Periodismo Cultural de la Universidad CEU San Pablo y en 2018 fue Coordinadora de Proyecto en la Bienal de Arte Contemporáneo de Fundación ONCE. También ha colaborado en diversas webs musicales y culturales. Puedes contactarla en marina.prats@huffpost.es