Del difícil arte de liderar equipos

Del difícil arte de liderar equipos

En el camino de gestionar personas no hay atajos.

Del difícil arte de liderar equipos.Klaus Vedfelt via Getty Images

Este mundo cambiante y casi camaleónico necesita y reclama con voz propia una reflexión individual desde una perspectiva global; necesita un nuevo estilo de liderazgo coherente, resiliente, humanizado y humanista, con cabeza y fuertes dosis de corazón; un liderazgo consciente de que las personas no sólo importan, sino que son la razón de ser; un liderazgo que entiende y siente el propósito, que persigue crear valor y que comprende de manera genuina el poder de la diversidad.

Como los alquimistas anhelando desvelar conocimientos relacionados con el espíritu, la materia, la vida y la naturaleza, la fórmula perfecta del liderazgo es un bien más que preciado.

Durante décadas el liderazgo ha sido estudiado, analizado y diseccionado desde diferentes posturas y enfoques, buscando captar la esencia, los ingredientes esenciales y hasta su proporción. Como en un laberinto, adentrarse en el mundo del liderazgo tiene mucho de especial y algo casi de mágico para quien no busca pócimas ni recetas milagrosas, sino respuestas genuinas a preguntas en ocasiones incómodas; para quien anhela escenarios que inviten a la reflexión y una mirada interna, que, aunque ardua y a veces perturbadora, se revela decisiva en el viaje de avanzar, en el continuo trayecto de mejorar y aprender.

En el camino de gestionar personas no hay atajos, y sí un primer paso, el del autoconocimiento que, como un acto de responsabilidad, de humildad y de curiosidad debe hacerse. Quizás complejo, quizás incómodo, quizás espinoso, pero decisivo.

Y, como el propio mundo, una cosa es clara: el sentido de evolución. Y es que, a pesar de la complejidad de aunar criterios sobre el término, el liderazgo evoluciona; y debe precisamente hacer eso, evolucionar, mutar, transformase y adaptarse a nuevas realidades, necesidades, entornos y contextos.

Es precisamente aquí donde surge el quid de la cuestión: cuando la persona que gestiona personas y equipos no es consciente de la importancia de avanzar, de seguir mejorando, de seguir aprendiendo. Quizás entregada al qué hacer diario, quizás considerando que el camino ya está hecho o quién sabe si dominada por un ego que hace tiempo dejó el entendimiento dormido, la persona líder a veces simplemente deja de ver. Y me temo que sin mirar más allá se deja de comprender, de entender. Se deja de liderar.

La historia y la propia vida nos ha demostrado la importancia de una persona que lidere, alguien a quien el equipo escucha, sigue y admira, no como a un superhéroe de capa, sino como a una persona que sabe hacia dónde llevar a su equipo, cómo hacerlo y, sobre todo, por qué.

Proliferan los artículos que hablan del edadismo —esa discriminación incomprensible y cruel por edad—, del estancamiento en el nombramiento de mujeres directivas, de la necesidad de abordar la batalla contra el cambio climático, de la importancia de saber gestionar el talento y de la imperiosa urgencia por cuidar un mundo enfermo. No hay duda, son señales inequívocas y reveladoras de que algo más que buenas intenciones son necesarias.

Aún con cicatrices de una situación mundial que nos ha dejado perplejos e indefensos, que nos ha hecho sentir con la eficacia de un punzón la vulnerabilidad, es momento de pensar, de reflexionar y de reaccionar en nuestro presente para poder encarar el futuro.

Resulta curioso que esta misma frase (permítanme repetirla “es sin duda momento de pensar, de reflexionar y de reaccionar en nuestro presente para poder encarar el futuro”) aplicada a una pandemia mundial, pueda ser traída y llevada a cualquier contexto, a cualquier tiempo, pasado o futuro, como con una perfecta máquina del tiempo.

Porque, ¿cuándo no es turno de pensar y trabajar en el presente para mirar a los ojos al futuro? ¿Cuándo no es momento para reflexionar, querer anticiparse, aprender y progresar? La comodidad (y, qué duda cabe, la intensidad del día a día) es una trampa que puede transformarnos en complacientes y mediocres, un lujo que en la gestión de personas no debiéramos permitirnos precisamente por eso, porque es cuestión de personas.

En este tiempo enredado, la vida nos presenta una gran oportunidad, nos reta a una carrera de relevos donde todos somos protagonistas. Es tiempo de aceptar el desafío y de comprender que liderar es más que un conjunto de buenas intenciones. Recojamos el testigo.