Las manos contra el fanatismo

Las manos contra el fanatismo

Son tantas las preguntas que es necesario alejarse del ruido cotidiano y reflexionar con tranquilidad. Sin prejuicios. Con más soluciones que ganas de amar el conflicto.

Manifestación del 25 de julio de 1997 contra la banda terrorista ETA.RAFA RIVAS/AFP via Getty Images

Nuestra generación se pregunta a menudo por qué ocurrió aquello no hace tanto. Por qué unas ideas atacaban, secuestraban y asesinaban a personas. Cuál era el motor del terror que dividía sociedades y condenaba proyectos de vida. Ahora que el debate sobre la salud mental está en la agenda, me pregunto cómo afectó la barbarie que provocó ETA a miles de jóvenes a los que le robaron la juventud. Son tantas las preguntas que es necesario alejarse del ruido cotidiano y reflexionar con tranquilidad. Sin prejuicios. Con más soluciones que ganas de amar el conflicto.

Hace unos días acompañé a las Juventudes Socialistas de Euskadi en el Homenaje a las víctimas del terrorismo en Ermua. En Euskadi se fundó nuestra centenaria organización y su militancia sigue siendo un faro que nos enseña dos claves fundamentales para participar en proyectos colectivos: convivencia y coexistencia. Un comentario me llamó la atención: “No fuimos como ellos, sabíamos que si hiciésemos lo mismo nunca acabaríamos con esto”. Por eso, me explicaban, “levantamos nuestras manos”.

Quedan heridas y es necesario cerrarlas construyendo puentes entre generaciones, territorios e ideologías. Y la respuesta sigue siendo la misma: la memoria

Nunca un gesto dijo tanto. Tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco en Ermua decidieron responder con las manos en alto sumando a toda la sociedad y empezando a ganar la batalla al miedo: “fue nuestra respuesta contra el fanatismo”. Me dejó la piel de gallina y recordé todos los telediarios que mi memoria había olvidado, pensando que los desalmados viven de la frustración y que esas manos blancas que se levantaron erosionaron al fanatismo con abrazos que pusieron enfrente de los terroristas a toda la sociedad. Una lección con la que levantarse todos los días, una razón para continuar caminando.

Hace 10 años pasamos la página y derrotamos a la banda terrorista. Quedan heridas y es necesario cerrarlas construyendo puentes entre generaciones, territorios e ideologías. Y la respuesta sigue siendo la misma: la memoria. Memoria no como meta, sino como camino; es un imperativo moral recordar qué pasó, sin fronteras y con empatía. Recordar para vacunarse contra el fanatismo que contagia rápido, enferma democracias e impone puntos de vista a través de disparos. No ocurrió por accidente, hubo gran trabajo detrás. Un día los que mataban se murieron de miedo y los demócratas lo perdimos, si seguimos comprometidos es para que lleguen más días así.